El auge del nacionalismo alimentario
El Gobierno británico está intentando extinguir las llamas que inflaman peligrosamente la guerra del filete, que ha colocado a la Unión Europea en la difícil tesitura de tener que elegir entre los argumentos de Londres y París. "¡Es la guerra!", proclamaba ayer el tabloide The Sun en un editorial que analizaba, con tintes de arenga militar, el bloqueo por ganaderos franceses de los camiones británicos a la salida del Eurotúnel en Calais, que tuvo lugar durante dos horas el martes pasado.El primer ministro laborista británico Tony Blair, visiblemente preocupado por la dimensión agresiva que va rápidamente adquiriendo el contencioso con Francia, eligió adoptar un tono pacificador. No hay que ir a la guerra comercial, fue el núcleo de su mensaje. Pero en su comparecencia ante la Cámara de los comunes -donde se vio expuesto a airadas exigencias para que adopte un papel de guerrero ante la afrenta francesa, algo que toca el nervio mismo de la personalidad británica- extrajo un vehemente llamamiento del líder de la oposición conservadora, William Hague. El tory le emplazó a que demostrara, al otro lado del Canal de la Mancha, unas fauces capaces de provocar la retirada francesa.
En cierto sentido, el sensacionalista The Sun había dado en el clavo con su titular bélicista. De lo que se trata en los más recónditos rincones de la sociedad británica es de una guerra contra los históricamente antipáticos franceses, los primos de al lado que han provocado una especie de concurso de hooligans. Las imágenes de barricadas en la desembocadura del Eurotúnel y fuegos para impedir el paso de camiones británicos tocaron un nervio extremadamente sensible en los habitantes de un un país cansado de sufrir el castigo comercial que impuso el descubrimiento del mal de las vacas locas.
Gracias a un informe de la UE, los mismos ganaderos británicos acusados de dispersar con su carne el mortal peligro pueden ahora explotar al máximo otra revelación científica: que el ganado francés -para el cual no existen restricciones en el Reino Unido- llega a las mesas de los ingleses tras haber sido alimentado con aguas residuales contaminadas con excrementos, humanos y animales. En otras palabras, la idea que ayer se esparcía por los mercados y restaurantes británicos era la convicción de que todo lo que llega de Francia contiene excrementos. El nacionalismo alimentario vive su mejor momento.
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