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Ucrania decide hoy entre los partidarios de Occidente y los que quieren la unión con Rusia

La nostalgia de la Unión Soviética proyecta su sombra sobre la elecciones presidenciales

ENVIADO ESPECIAL El general ruso Alexandr Lébed dijo una vez que quien se alegre de la descomposición de la Unión Soviética no tiene corazón, y el que quiera restablecerla no tiene cerebro. Muchas repúblicas del antiguo imperio rojo ejecutan aún equilibrios en ese alambre esquizofrénico, pero una destaca sobre todas ellas: Ucrania. Hoy, este país eslavo algo mayor que España y de 50 millones de habitantes, celebra la primera vuelta de las elecciones presidenciales, y el gran enemigo del presidente Leonid Kuchma para ganar un segundo mandato es, precisamente, la nostalgia de la Unión Soviética.

El fútbol es la pasión nacional de Ucrania. Cuando la selección arrancó hace tres semanas en Moscú un valioso empate ante Rusia, que la clasificó para la fase final de la Eurocopa, el entusiasmo se desbordó en todo el país, pero hubo alguien especialmente beneficiado: Kuchma.El gol de Ucrania fue de oro para el actual presidente y de barro para sus dos máximos rivales: el comunista Piotr Simonenko y la líder del Partido Socialista Progresista, Natalia Vitrenko, para los que, simbólicamente, el choque fue casi fraternal. Ambos ven en Rusia el hermano mayor, al que hay que reencontrar tras una penosa separación de ocho años y sin el cual la vida ha sido más penosa que en tiempos de la URSS.

No es que el ejemplo ruso resulte edificante, pero el calco ucranio no es mejor: 66% de disminución del producto interior bruto desde 1991, pensiones medias de 2.400 pesetas, salarios de poco más de 6.000 cobrados con meses de retraso, empresas privatizadas para beneficio de un grupo de oligarcas y corrupción generalizada.

En los últimos cinco años, Kuchma, sin romper por ello con Moscú, se ha acercado a la Unión Europea y a la OTAN y ha endeudado a su país hasta las cejas con el Fondo Monetario Internacional (FMI), siguiendo el ejemplo de Borís Yeltsin.

Es un inmejorable caldo de cultivo para que Simonenko y Vitrenko arrojen vitriolo al presidente, le acusen de llevar el país a la ruina y propongan el retorno al pasado.

Sin carisma

El líder comunista, de 47 años, no tiene carisma, como su correligionario Guennadi Ziugánov en Rusia, pero sí un partido fuerte que le respalda, el más sólido y organizado, el más votado en las legislativas de hace año y medio. Confiesa su admiración por Lenin, proclama que la dictadura del proletariado es preferible a la de los bandidos, promete detener las privatizaciones y liquidar el "régimen mafioso" de Kuchma y, por supuesto, evoca el sueño de la restauración de la URSS.

Vitrenko, también de 47 años, busca la misma clientela: la de los 15 millones de pensionistas (un 33% de la población), la de los 10 millones de rusos (20%), la de la población de la Ucrania sur y oriental que se ha sentido identificada con Rusia (que no dominada) durante un buen puñado de siglos. Vitrenko tiene un estrambótico y populista modelo en el ex candidato presidencial norteamericano Lyndon Larouche y, como él, abomina de la gran banca internacional.

Su plan es romper relaciones con el FMI, punta de lanza de un capital extranjero que "quiere comprar Ucrania a precio de saldo", alejarse de Occidente y de sus recetas económicas y militares y regresar a los añorados tiempos de la Unión Soviética, cuando el padre Estado cubría los mínimos vitales y todo era más predecible. Los nuevos ucranianos, los ejecutores de la reforma capitalista, los privilegiados de los últimos años, sonríen con la boca torcida cuando les amenazan con enviarles a trabajar a las minas de uranio.

Las encuestas sitúan a Simonenko y Vitrenko en lucha enconada por la segunda plaza que daría derecho a disputar la presidencia a Kuchma dentro de dos semanas. Éste, de 61 años, sigue siendo el claro favorito, aunque no las tiene todas consigo.

Su fuerza estriba en la convicción generalizada de que, nostalgia aparte, la vuelta atrás es impensable y que la única vía por la que el país puede progresar hacia la modernidad es la que ejemplifica Occidente. Es descabellado romper con el FMI, señala el presidente Kuchma, cuando hay que pagar en el año 2000 más de 3.000 millones de dólares (cerca de medio billón de pesetas) por el servicio de la deuda externa y el presupuesto ni siquiera llega al doble de esa cifra.

Si Kuchma se enfrenta en la segunda vuelta a uno de los dos candidatos rojos, su victoria será casi segura. Hasta el Dínamo de Kiev, de funesta memoria para el Barcelona y el Real Madrid, "vota por él". El pasado miércoles, el comentarista para la televisión estatal del partido contra el Maribor de Eslovenia (2-1) fustigó a un grupo de hinchas que hicieron campaña contra el presidente y reafirmó que el mejor equipo de Ucrania, y su afición, respaldan sin fisuras al presidente.

Supuesta conjura para asesinar a Kuchma

Los servicios de seguridad de Ucrania anunciaron el viernes por la noche que había sido desarticulada una conjura para asesinar al presidente Leonid Kuchma mediante una bomba que se pretendía hacer estallar durante un acto electoral a celebrar en la región de Sumi, cerca de la frontera con Rusia.Un día después, persistía la confusión y el escepticismo. Uno de los candidatos a la jefatura del Estado, el presidente del Parlamento Alexandr Tkachenko, se reunió con el embajador de Rusia y, a la salida de la entrevista, insinuó que podía tratarse de una maniobra de Kuchma para aumentar su popularidad.

El pasado día 2, en el incidente más violento de toda la campaña, dos artefactos de fabricación casera explotaron al final de un mitin de Natalia Vitrenko celebrado en Ingulets, unos 350 kilómetros al sureste de Kíev. Hubo decenas de heridos, entre ellos la propia candidata izquierdista, aunque no de gravedad. Su índice de aceptación aumentó gracias a la aureola de víctima que se ganó.

Quien pagó las consecuencias del atentado fue el dirigente socialdemócrata Alexandr Moroz, después de que la policía culpase a un miembro de la organización regional de su partido de estar detrás de los hechos. Esta misma semana, el llamado Grupo de los Cuatro -que incluía a Tkachenko y Moroz-, se rompió apenas se anunció que su candidato único sería el ex primer ministro Yevhen Marchuk. Moroz fue el primero en disociarse del compromiso. Tkachenko se retiró y pidió el voto para el comunista Simonenko.

Moroz o Marchuk, un antiguo jefe del KGB reconvertido a la colaboración con Occidente, habrían tenido -si no se hubiese roto el Grupo de los Cuatro- ciertas posibilidades de batir a Kuchma en la segunda vuelta, recogiendo el voto de los descontentos que, pese a todo, no quieren una vuelta atrás. No es ése el caso de Simonenko y Vitrenko. Si la elección se plantea entre el presidente y un candidato prorruso -por no decir prosoviético-, Kuchma lleva todas las de ganar.

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