La arquitectura
Cuentan que cuando Miguel Ángel trasladó su David desde su estudio de Florencia hasta la logia en donde iba a ser depositado, en la plaza de la Señoría, el pueblo florentino se lanzó a la calle para mirar asombrado la obra. Y unos aplaudían y otros se maravillaban ante la belleza. Y cuentan que cuando Bruneleschi levanto su cúpula sobre la nave de la catedral, desde los pueblos de alrededor acudían en masa los campesinos para extasiarse ante una bóveda suspendida del cielo. Decía un viejo proverbio que la arquitectura es tan importante que no se debe dejar a los arquitectos. Puede que sea verdad. ¿Qué le pasa a la arquitectura de fin de siglo para que se haya alejado tanto de la sociedad? Edificios inteligentes y planos. Vanguardias rectilíneas y feas. Adornos inexistentes. Cubos sobrios pero insignificantes en su concepción plástica. ¿Dónde han dejado las arquiboltas, las curvas y los arcos, los bellos cimborrios? ¿Alguna casa se construye con intención estética? Basta ya de tanta palabrería hueca. Aquí se diseña y se edifica al dictado de las constructoras, y por eso todo es tan igual y tan simple: resulta más económico. Aquí se diseña para dar gusto al arquitecto, y no para que guste a quien debe disfrutar la obra. Se han quedado tanto en su mundo pequeño y limitado, rodeados de sesudos estudios de la geometría y el hormigón, que olvidaron que no hace mucho tiempo las gentes se echaban a las calles para disfrutar de las obras de arte y aplaudían a rabiar mientras sus corazones palpitaban de gozo. A lo mejor no todo está perdido. ¿O las visitas al Guggenheim de Bilbao son producto del márketing? Lo dicho, que algunos arquitectos se construyan el cubo en el jardín de su casa y lo dediquen a lo que casi siempre se han dedicado los cubos en la arquitectura tradicional. Que se haga una acequia.-
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