Con la esperanza intacta
Ese dicho que proclama que cien años no son nada bien pódría aplicarse a la fe que demuestran los seguidores del esperanto, un idioma creado en 1887 con aspiraciones universales. 122 años después de la aparición de la primera gramática de esta lengua, que partiendo de normas lógicas y simplificadoras pretende instituirse como la lengua auxiliar que permita el entendimiento universal de todos los pueblos del mundo, los esperantistas todavía luchan por conseguir su objetivo. Hoy se cumplen 140 años del nacimiento de Luis Lázaro Zamenhoff, el polaco inventor de esta lengua, y los esperantistas lo celebran con reuniones y cenas de fraternidad.En muchas ciudades españolas funcionan grupos esperantistas. También en la Comunidad Valenciana. En Alicante, son 110 los inscritos en el grupo de esperanto, aunque algunos hace años que no acuden a las reuniones que se celebran todas las semanas para conservar frescos los conocimientos de un idioma "cuyas 16 reglas básicas se aprenden enseguida", apunta Francisco Sánchez, profesor del grupo, a quien décadas de hablar esperanto no han borrado un fuerte acento zaragozano. No disponen de datos de cuántos compañeros tienen en la Comunidad Valenciana, aunque hablan de un congreso celebrado en Valencia en 1994 al que acudieron 2.200 personas.
El esperanto nació como lengua en 1887. Su creador, Luis Lázaro Zamenhoff, era un polaco que vivía en una comunidad en la que se hablaban cuatro idiomas: ruso, polaco, alemán y yiddish (idioma de los judíos de la Europa central y oriental). Observó que muchas de las disputas vecinales procedían de la falta de entendimiento, y decidió crear el esperanto a partir de 16 reglas basadas en la lógica y con criterios simplificadores. De unas pocas raíces se desprenden las palabras de esta lengua, que mezcla un 60% de raíces latinas con un 30% de anglosajonas y un 10% de eslavas.
Los que la prueban se vuelven entusiastas defensores de sus virtudes. Los esperantistas de Alicante se quitan la palabra de la boca: ayuda a entender el resto de idiomas, puede aprenderse en 30 horas, alcanza una perfección muy alta y puede propiciar un mayor entendimiento entre los pueblos. De hecho, el esperanto se anuncia como "la linguo de la paco", es decir, "la lengua de la paz".
Esa connotación convierte a los esperantistas en algo más que simples políglotas. "Ser esperantista no es sólo aprender las reglas gramaticales y fonéticas de un idioma, sino estar convencido de que al hablar y enseñar a los demás ese idioma se realiza una misión de fraternalidad universal", reza uno de sus folletos de promoción.
El hecho de ser un idioma con una misión en el mundo ha hecho del esperanto y los esperantistas centro de acusaciones de sectarismo. Los alicantinos se revuelven con la sola insinuación. "Somos neutrales y no nos metemos en política", advierten. Sin embargo denuncian que esta lengua "no conviene a los poderosos, porque no podrían imponer su supremacía cultural", apunta Martín Bustín, que aprendió la lengua a los 18 años.
El esperantismo, organizado en federaciones nacionales y provinciales y asociaciones locales a lo largo de los cinco continentes, resiste. Cabe plantearse, dada la elevada media de edad de los esperantistas alicantinos, si los jóvenes están dispuestos a tomar el testigo. Aseguran que sí, y de hecho existe la Organización Mundial de la Juventud Esperantista (TEJO). Ellos, y también los veteranos, establecen relaciones con compañeros de todo el mundo gracias a una forma de turismo que también es alternativa: un libro con las direcciones de 800 hogares de todo el mundo que admiten al esperantista, siempre que la hospitalidad sea recíproca. Es la sintonía mundial de unos pocos millones de soñadores a los que el nuevo milenio ha sorprendido con la esperanza intacta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.