La sospechosa victoria de Putin
Sin esperar el examen de los miles de denuncias por fraude electoral presentadas en toda Rusia, los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y del Consejo de Europa han llegado a la conclusión de que las elecciones legislativas del 19 de diciembre "se han desarrollado según los principios de la democracia". El Instituto para los Medios de Comunicación (EMI) ha criticado a las cadenas públicas rusas, pero no tiene el mismo peso que la OSCE y el Consejo de Europa, únicos capaces de ejercer presión sobre el Kremlin. El ex presidente de la URSS Mijaíl Gorbachov también ha condenado sin ambages la brutal intervención del poder ejecutivo ruso en el proceso electoral, falseando los resultados del escrutinio, y ha reprochado al primer ministro, Putin, su desvergonzada utilización de la "campaña antiterrorista en Chechenia" con el fin de forzar a los electores. Según Gorbachov, los abusos de poder fueron aún más evidentes el 19 de diciembre que en las elecciones precedentes.¿Cómo es posible que los observadores occidentales no lo vieran? Gorbachov no es el único en afirmar que la composición de la nueva Duma no corresponde ni a los votos realmente emitidos ni a los sentimientos políticos del país. Alexandr Solzhenitsin también lo afirma. Por primera vez, la élite del poder ruso se ha dividido en dos campos enfrentados: por una parte, aquellos a los que ha decepcionado el yeltsinismo, con Evgueni Primakov y Yuri Lukov al frente; por otra, los defensores de la familia del Kremlin unidos en torno a Vladímir Putin y Serguéi Choigu. "Atacaré a los kaznokrady (los que roban al Estado) y a los corruptos. Ya me conocéis, mantengo siempre mi palabra", este discurso de Primakov resonó con fuerza tras los blancos muros del Kremlin. De pronto, la batalla electoral alcanzó una aspereza sin precedentes. Cada campo se apoyaba en algunos gobernadores, verdaderos príncipes regionales que actúan según sus propias reglas. Pero Putin y Choigu, líder del partido Unidad, conocido como Oso, disponían de medios infinitamente superiores. Se sirvieron de todas las palancas del poder -la policía, el FSB (ex KGB) y la justicia- y no retrocedieron, al final, ante el fraude electoral.
Los moscovitas gustan de modernizar el antiguo eslogan soviético "alcanzar y superar a América". En economía, se dice, estamos a punto de alcanzar a África, pero en número de detenidos respecto a la población ya hemos superado a Estados Unidos. Vladímir Putin, con ocasión de su visita a la prisión de Kresty, en Petersburgo, confirmó que Rusia, con más de un millón de detenidos, ocupa el primer lugar del mundo en población reclusa. Un prisionero de cada dos tiene tuberculosis. El Estado sólo concede un rublo al día -el precio de una caja de cerillas- para la alimentación de los presos, la mayoría de los cuales sufre desnutrición. Los jefes de los campos de trabajo -que ya no se llaman Gulag, aun siendo su copia exacta- venden el trabajo de los prisioneros para mejorar su alimentación, algo imposible en las prisiones, donde los detenidos no pueden contar más que con sus familias para completar sus escasas raciones. En las cárceles de Moscú se forman colas desde las tres de la madrugada ante las ventanillas de las visitas, que no abren hasta las diez. Los observadores de la OSCE y del Consejo de Europa habrían podido descubrir esta realidad durante el fin de semana que pasaron en Rusia a expensas de los contribuyentes europeos. Quizá también habrían debido meditar sobre la declaración del ministro de Justicia, Valeri Chaika, que presumía del voto casi unánime de los prisioneros a la lista Oso de Serguéi Choigu...
Los militares y sus familias representan casi cinco millones de votos, cerca del 10% de los sufragios emitidos el 19 de diciembre. Normalmente votan en los cuarteles, pero en Vladivostok y en algunas otras ciudades decidieron llevarlos en autobús a un centro electoral de la ciudad. Después de lo cual, su autobús pasó por otro centro... para una segunda votación. Todo esto, ante la mirada de los periodistas. Al gobernador de Vladivostok, Evgueni Nazdarenko, un veterano del fraude, no le preocupan los escrúpulos. Fue reelegido con el 80% de los votos, y en su territorio, el Oso se ha distanciado de todos sus rivales. La Unión de Fuerzas de la Derecha y el Bloque de Vladímir Zirinovski también se han beneficiado de una parte de los votos sospechosos, que les ha permitido superar la barrera del 5% de los sufragios y tener una representación en la Duma. Los liberales de la derecha, muy apreciados en Occidente, debían ser recompensados por su ardor a favor de la guerra de Chechenia. Su líder, Anatoli Chubais -demasiado impopular para ser candidato-, no dudaba en acusar de "traidor" a cualquiera que hiciera una crítica, incluso moderada, de esta guerra. El apoyo de este niño mimado del FMI es evidentemente precioso para Putin, preocupado por calmar a los occidentales.
En el otro campo, los presidentes de Tatarstán, Mintimer Chamiliev, y de Bachkiria, Murtaza Rakimov, también han desviado una parte de los sufragios. Más hábiles que Nazdratienko, se conformaron con añadir un 20% de votos al OVR (La Patria, toda Rusia) de Primakov, en detrimento sobre todo de los comunistas. Estos últimos se quejan, pero no protestan demasiado: la lucha a muerte entre los yeltsinianos y los militantes anticorrupción les ha beneficiado. El partido comunista de Guenadi Ziuganov ha podido consolidar e incluso mejorar los resultados de las anteriores elecciones. Con 111 elegidos bajo su bandera, más unos 50 independientes cercanos a él, es, con mucho, el grupo más numeroso en la Duma. Invocando la costumbre de moda en las democracias occidentales, el líder del PC reivindica la presidencia de la nueva Asamblea para su candidato, Ivan Mielnikov. Pero sólo se saldrá con la suya si Primakov y los 70 diputados de su OVR votan por él, lo que no es seguro.
Evgueni Primakov sabe que, haga lo que haga, se le acusará de estar en manos de los comunistas. Conoce muy bien a los kaznokrady del Kremlin, y sabe que la única estrategia de defensa de éstos consiste en blandir el "espantapájaros rojo". Anatoli Chubais, por su parte, empezó a hacerlo la víspera del escrutinio del 19 de diciembre. Pero Primakov es el jefe de una coalición que comprende a varios gobernadores cuyos puestos están amenazados por los candidatos del PC, y si bien es personalmente partidario de una alianza de centro-izquierda, la decisión de su grupo parlamentario sigue siendo incierta.
Vladímir Putin convocó a los presidentes de Tatarstán y de Bachkiria y les amenazó con prohibirles exportar el petróleo a través del oleoducto de Transneft, socie-
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K. S. Karol es experto francés en el este de Europa.
La sospechosa victoria de Putin
Viene de la página anterior dad privatizada por sus amigos. Se trataba de conseguir que rompieran con Primakov. Un paso que los expertos han considerado como el primer acto de una nueva guerra: la de la elección presidencial. No es fácil intimidar a los presidentes de las dos ricas repúblicas musulmanas. Han elegido su campo y es poco probable que cambien. Pero los rumores en torno a lo que hablaron en la Casa Blanca -sede del Gobierno- contribuyen a mantener la confusión, sabiamente explotada por la dócil televisión pública rusa. Así, la decisión de Primakov de formar dos facciones en el seno de su grupo parlamentario para tener más representantes en las comisiones se ha interpretado como una descisión de nefastas consecuencias. Sin embargo, todo el mundo sabe que los comunistas disponían, por la misma razón, de tres fracciones en el Parlamento saliente y que van a hacer lo mismo en la nueva Duma. Yuri Masliukov, antiguo viceprimer ministro, elegido como independiente, debería, pues, formar el grupo "industrial", y Mijaçil Karitonov, otro independiente, el grupo "agrícola". Tanto Primakov como Ziuganov creen que el Oso no es más que un partido virtual que se disgregará rápidamente y esperan recuperar un buen número de sus diputados. Mientras tanto, las oportunidades presidenciales de Primakov parecen estar en alza, porque la guerra de Chechenia -principal arma de su rival- empieza a durar demasiado y pierde poco a poco popularidad. Desde hace algunos días, algunos empiezan a recordar que, según el Gobierno, la operación militar debía establecer un cordón sanitario en torno a Chechenia sin degenerar en una guerra de gran envergadura. Y el Centro Rossinforme, el servicio oficial de información, ya no consigue ocultar las pérdidas sustanciales del Ejército federal. Oficialmente, apenas superan los 500 muertos y 2.000 heridos, pero las cifras reales son mucho más elevadas, y se constata que en la mayoría de las regiones hay heridos en la guerra de Chechenia.
Los militares rusos subestimaron la capacidad de los chechenos para comunicar al mundo su versión de los hechos, e incluso difundir las imágenes de las atrocidades de las tropas federales. El método de Putin y del general Kvachnin, su jefe del Estado mayor, consiste en negar primero los hechos para reconocerlos tres días después, porque las informaciones recogidas por la prensa internacional en Chechenia, con ayuda de las autoridades locales, ya no permiten disimularlos. Es lo que ocurrió tras la caída de un misil en el mercado de Grozny, el 21 de octubre, y más recientemente, tras la masacre de unos cuarenta civiles en la aldea de Alkanlurt. La idea misma de que los chechenos, empujados a las montañas, estén condenados a llevar a cabo una guerrilla que el mundo acabará por olvidar, parece ilusoria. Tan ilusoria como la posibilidad de que Vladímir Putin obtenga alguna gloria al final de una guerra que no podrá ganar realmente.
El Kremlin sólo puede, pues, apostar por el fraude para evitar un desastre en las elecciones presidenciales. En estas condiciones, es deplorable que la ceguera voluntaria de los observadores europeos ente el escrutinio del 19 de diciembre haya proporcionado a Borís Yeltsin un aliciente para seguir por ese camino.
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