Helena Almeida expone dos décadas de ensayos artísticos sobre su cuerpo
El Centro Galego presenta una retrospectiva de la artista portuguesa
"Mi obra es mi cuerpo y mi cuerpo es mi obra", confiesa Helena Almeida (Lisboa, 1934). En las producciones de esta artista portuguesa el sujeto y el objeto se confunden a menudo: ella misma - su rostro, sus manos o su figura entera- acapara las imágenes de sus creaciones. El Centro Galego de Arte Contemporáneo (CGAC) presenta en Santiago de Compostela su primera retrospectiva en nuestro país, con 26 de sus obras.
Hija de un conocido escultor, Helena Almeida se ha convertido en una de las artistas más celebradas de Portugal. Su reconocimiento en España es más tardío y está ligado a su éxito en Arco. Almeida es una artista muy personal, en parte por su propia voluntad de independencia y en parte condicionada también por sus circunstancias históricas. Empezó a trabajar en el Portugal salazarista de los años 60, en el que trató de buscar un camino propio para elevarse sobre un ambiente artístico que ella misma define como "completamente cursi, miserable, triste, pobre ...". En los 80, cuando llegó la gran modernización a los dos países ibéricos, la pintura se convirtió en la referencia principal de las artes plásticas y Almeida volvió a sufrir una "travesía del desierto". "Fue duro, pero al mismo tiempo me sentí obligada a endurecer mi posición, a resistir, a defender mi proyecto, y lo que me ayudó a resistir fueron mis convicciones, que son muy fuertes", relata Almeida a María Corral, comisaria de la exposición, en una entrevista que reproduce el catálogo de la muestra.La singularidad de Almeida proviene también de su particular alquimia para mezclar los géneros artísticos. "Una de las características que acompaña a su obra es la dificultad de encasillarla", dice María Corral, "no es fotógrafa, ni pintora o escultora, no hace performance y, sin embargo, lo hace todo". En el modo de mostrar su cuerpo hay muy poco de carnalidad. Prima más la imagen de aire cotidiano, o el tono de desgarramiento y desamparo, al que contribuye su contención en el uso del color.
Almeida empezó su carrera como pintora, pero su voluntad de buscar rutas propias la llevó muy pronto a prescindir de los límites del lienzo y a componer cuadros en tres dimensiones. Fue a mediados de los 70 cuando forjó su estilo actual al realizar las primeras series de dibujos y pinturas habitadas. Sin abandonar nunca el espacio de su estudio, Almeida concibe series de fotografías de una vaga narratividad, en las que se ven fragmentos de su cuerpo tomando un hilo, un pincel o una mancha de pintura. Las imágenes no son en absoluto espontáneas, sino producto de una meticulosa deliberación. La fórmula se mantiene hasta hoy aunque con ciertos cambios. En las obras de los 80 aparece por primera vez su cuerpo entero y prescinde totalmente del color, que recupera en los 90, cuando comienza a ocultar su rostro y a conferir mayor importancia al espacio arquitectónico. "Helena Almeida ocupa una posición esencial en el arte europeo de la segunda mitad de siglo", apunta Miguel Fernández-Cid, director del CGAC, "con cierta aureola de artista solitaria, representa un modelo de actitud, riesgo e independencia".
Babelia
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