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Entre siglos

El envejecimiento demográfico, que recientemente está siendo objeto de debate en la sociedad, con motivo del descenso de la natalidad, fomento de políticas de prejubilaciones, reducido porcentaje de población activa, alargamiento de la vida, etc, no es un debate nuevo en los países desarrollados, aunque quizás merezca algún comentario, en esta oportunidad.Así la OCDE, hace ya diez años, admitió que en los países de su área, el número de personas de 65 años o más, aumentará su peso en la población total en casi ocho puntos, desde 1990 al 2030, mientras que la base de población activa será cada vez menor, elevándose pues la tasa de dependencia de ésta, y anunciando tres tipos de problemas: los derivados de los obstáculos del crecimiento, los de un mayor gasto social, y los relativos a la contracción de la base de la población activa.

En primer lugar, en lo relativo a los problemas del crecimiento, hay que señalar que el envejecimiento de la población supone una reducción de la productividad y de las expectativas empresariales y profesionales. En cuanto al gasto público, éste crecerá y se acumulará en salud y pensiones, y no en enseñanza o subsidios familiares, lo que no contribuye a potenciar el crecimiento económico. Por último, la reducida proporción de población activa, y en particular empleada, sobre la que recae principalmente el coste de los programas sociales, hace difícil el mantenimiento de los mismos.

En algunos países como el nuestro, la reducción de la natalidad sido más acusada de lo que era de prever, llegando a tener la tasa de fecundidad más baja del mundo en 1999, con un promedio de 1,07 hijos por mujer en edad fértil a lo largo de su vida, hasta el punto que algunas comunidades autónomas ya estimulan medidas de natalidad, recordando quizás la afirmación de Keynes, advirtiendo que las poblaciones crecientes generan optimismo económico, frente al pesimismo que emana de poblaciones menguantes.

El problema es acuciante con la disminución demográfica, pues la reducción de la población activa y empleada, dificulta el mantenimiento de un sistema de pensiones, basado no en la capitalización, sino en el reparto, en el que son las cotizaciones que recaen sobre los que trabajan, las que financian las prestaciones de los jubilados.

En particular en los países de la OCDE la tasa de paro está siendo alta y creciente. El reciente premio Nobel de economía Amartya Sen afirma que el desempleo es el gran problema europeo. España es un ejemplo de ello, pese a la reducción de los últimos años, con un porcentaje del 9,81% de la población activa, 8,25% para la economía valenciana, a finales de marzo, y en general es en los países europeos, donde mayor esfuerzo hay que hacer, para atender a mayores servicios sociales, ya que tras la segunda guerra mundial, éste fue el sistema del que se dotó la Europa occidental, frente a la política de los regímenes del Este.

Pero para ello algunas medidas habrá que adoptar, pues el no hacerlo, puede ser precisamente acabar con el sistema. El profesor Requeijo, en su análisis entre dos siglos de la economía mundial, advierte que en toda el área de la OCDE, Unión Europea, Efta, América del norte, Japón, Australia, Nueva Zelanda y Turquía, deberá reducirse la tasa de desempleo, y aumentar la tasa de actividad, para así hacer financieramente viables los programas sociales.

Y a ello confiamos dedique sus mejores esfuerzos el nuevo Gobierno, recordando la advertencia análoga, que en su momento realizó, referida a un horizonte similar, el año 2025, el actual comisario europeo Pedro Solbes, reiterada en lo relativo a la necesidad de incrementar el ahorro para financiar los costes sociales del futuro, en la reciente conferencia impartida con motivo del centenario del Banco de Valencia, pues de lo contrario, como hemos visto, el retraso en adoptar las decisiones necesarias, supone tener un horizonte todavía más complejo, en los próximos veinticinco o treinta años.

Alejandro Mañes es gerente de la Fundació General de la Universidad de Valencia.

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