Enganchados en la trama
Cuando en este país la violencia política se llamaba así, o terrorismo, antes de llamarla "conflicto", las relaciones políticas eran más fluidas y flexibles. Cuando la construcción nacional se basaba en el Estatuto casi todos, a excepción de los que creían en la violencia política, entraban en el juego. Desde que una parte decidió abandonar el Estatuto por el "soberanismo" y la violencia alteró su nombre por el de "conflicto", las contradiciones se simplificaron y engrandecieron. Desde entonces la comedia se transformó en tragedia y el nudo en este género, como es sabido de todos, se resuelve fatalmente.Los grandes mitos reaparecen, la tribu, el Estado, la pertenencia a, el extranjero, el inmigrante, el ansia de libertad, la supeditación a los dioses, la necesidad y maldad del adversario, el honor, el destino inevitable. Por eso hasta forma parte de la trama la voz de los rebeldes, de Odón Elorza, el temperamental alcalde, negándose a ser juguete del PP, o los deseos clamados al cielo de Atutxa intentando crear un puente con el PSE. Pero son las voces de los humanos; desde el Puy, el Olimpo de Lizarra, Zeus y Marte, escribieron la trama.
La comunidad ahora está destrozada en tribus. El Estatuto por su realismo, su pactismo, sus cesiones, sus "traiciones", es muy humano, es lo posible, quizá por esto los dioses lo han abandonado. Lizarra es ruptura, es la gran marcha, es el éxodo, el destino marcado por Dios, al que no dejarán acercarse a nadie que no sea del pueblo elegido, a ningún bien intencionado que quiera aplacar los enfrentamientos, porque lo necesitan como enemigo. ¡Cuántos eran los participantes en los Aberri Eguna de la transición y qué pocos los de ahora!. Una premisa de Lizarra era que el PNV tuviera que romper con los españolistas, era perentorio ponerlos enfrente, sobre todo al PSE, asesinar a Buesa iba en ese sentido, como los incendios a las casas del pueblo, las amenazas,... Cuando alguien necesita enemigos, traidores y malandrines, hasta los molinos se convierten en gigantes y los rebaños en ejércitos.
A pesar de todos los esfuerzos de los protagonistas el desastre final en la tragedia es inamovible. Los dioses marcan el fin y atan a los actores. Ni ETA ni EH pueden reconocer que la violencia ejercida contra un sistema democrático en estos 20 años no ha servido para nada positivo, siguen dosificándola a la espera de que en algún momento parezca que ha servido para algo, no pueden parar y convertirse en un traidor cualquiera. El PP sabe que los violentos van a perder, que esa derrota va a arrastrar a los que en un momento decidieron erigir la trama en tragedia, y en todo caso una violencia bajo control favorece a la opción más conservadora. Mientras no exista esa opción más conservadora se conforma con ser la parte más gratificada en la tragedia, el espectador.
Fue Zeus el culpable de la situación desde el momento que clama al asesino que matar es abominable, pero que tiene alguna razón para matar. Que su razón está en la historia de opresión de la tribu por el Estado, en la presencia de tanto inmigrante, que el 23-F y el GAL, que llevaron al fracaso a dos presidentes españoles, fue gracias a su lucha, y que comparte sus objetivos, pero no los medios. Aunque desde la platea los críticos sepan, acompañados de los pusilánimes ante la tragedia, que no comparte ni medio, ni fin, ni nada, y observan escandalizados como Zeus ha introducido en el canto demasiados equívocos, y demasiadas razones, para que el héroe, convertido en tal desde que se dirigió a él, siga matando. ¡Desde cuando los dioses,... y las patrias, no tienen necesidad de muertos!.
Aunque Odón reaccione ante los dioses y Atutxa vea dónde va a acabar la obra ninguno puede alterar ni una linea del guión. El PSE pudiera perder el tiempo, en un una ofrenda a Cronos, modificando aspectos constitucionales y lecturas del Estatuto, no serviría de nada. En la trama el PSE es enemigo, tendría que adorar a estos dioses, y sólo asumiendo el totalitarismo de estos le sería permitido el acercarse, quizás como meteco, tendría que dejar de ser, de existir, inmolarse, pero no le dejan, ni siquiera eso, porque los dioses necesitan que exista, que exista como enemigo, es lo que no sabe Odón.
Y el PNV tendría que renegar del papel divino que se arrogó hace algo más de un año, asumir de una vez el liberalismo y la comedia, el pactismo, el quehacer humano, que las naciones no existen como idea en el final de una obra, menos en una tragedia, la nación es la de todos ahora. Y sólo remitirse a la tragedia en el recuerdo de José Antonio Aguirre, cuando tuvo que optar en el 36 entre la dictadura y la democracia, y optó por lo segundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.