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Trabajar para vivir.

Es el último del siglo XX. Conviene recordarlo, en memoria de los llamados mártires de Chicago, Parsons, Spies y Lingg. En memoria de sus reivindicaciones, la jornada de ocho horas, el Congreso de la Internacional de París, en 1889, estableció que esta jornada reivindicativa se celebrase en todas partes, y desde 1890 se sigue celebrando. En España, en 1890, lo celebraron el día 4 de mayo, domingo, con un mitin en el liceo Rius, y con una manifestación de 30.000 personas, sorprendente para convocantes y espectadores, y entregaron a Sagasta un manifiesto. Al salir de Presidencia, Pablo Iglesias improvisó un discurso desde el pescante del coche del alcalde, Alberto Aguilera. Y en Bilbao, Perezagua y Carretero hablaron en la cantera, ante 10.000 personas, en una conflictiva jornada que enlazó con una huelga general que terminó con el laudo del general Concha, que satisfizo las demandas obreras.Y, desde entonces, todos lo primeros de mayo se ha celebrado, con luchas y con manifestaciones, hoy generalmente pacíficas, pero en algunos lugares no tanto. Se han seguido coreando eslóganes y consignas que hablan de justicia y de igualdad, de empleo y de seguridad dentro y fuera del trabajo, de salarios y jornadas a la medida de las personas, de seguro de paro y de pensiones, de progreso y de democracia.

Desde entonces, el planeta ha cambiado mucho. Pero no sólo en la dirección que apuntan las reivindicaciones de empleo y cohesión. Porque siendo cierto que el siglo XX ha visto convertirse a millones de trabajadores en ciudadanos, siendo cierto que hay sindicatos libres y legales, derecho del trabajo, Seguridad Social, teórica igualdad entre hombres y mujeres, prohibición del trabajo infantil, etcétera; es igualmente cierto que hay paro numeroso, y sin ninguna protección económica, también aquí y ahora, que hay discriminación salarial en contra de las mujeres, aquí y ahora, que hay trabajo negro y sin derechos laborales ni sociales, que hay parias, aquí y ahora: los inmigrantes, claramente, y que grandes multinacionales fabrican productos de moda, para adutos, y juguetes, para niños y niñas, confeccionados por pequeños y pequeñas de países puestos como ejemplo por economistas que se dicen liberales.

Es tan evidente lo que cuesta que se abran camino nuestras reivindicaciones que en el corazón económico del mundo, en EE UU el presidente Clinton, posiblemente la persona más poderosa del planeta, que decide sobre desembarcos militares masivos en sus antípodas y sobre envíos de naves a otros planetas, no ha conseguido implantar en su país un Servicio Nacional de Salud. Y es dramáticamente cierto que los obreros de la mina y de la construcción siguen pereciendo masivamente por las dos causas que provocaban las muertes en estos trabajos hace miles de años: caída y aplastamiento. ¿Cómo no seguir llamando a la movilización con la legitimidad de siempre?

No es, en absoluto, un llamamiento desesperanzado; es un llamamiento consciente y animoso. Somos conscientes de nuestros logros, de nuestras conquistas, y estamos razonablemente orgullosos de ellas, sobre todo porque hoy se esgrimen como conquistas de todos, avances de la civilización. Ahí reside la mayor de nuestras razones y fortalezas. No sólo en haber conseguido muchas de nuestras reivindicaciones, sino en haber contribuido con ellas a la construcción de una sociedad más igualitaria, más cohesionada y más visible.

Es cierto que queda mucho por reivindicar y construir. Pero disponemos de muchos recursos para hacerlo. Hoy, los sindicatos estamos en muchísimas empresas, afiliamos a millones de trabajadores, estamos organizados en internacionales, somos interlocutores preceptivos de patronales y gobiernos, y, sobre todo, determinamos, a través de la negociación colectiva, las condiciones laborales de la inmensa mayoría de trabajadores.

Para conseguir nuestros objetivos debemos seguir persuadiendo a más trabajadores y buscar la complicidad de grandes sectores de la sociedad. Los que prefieren la igualdad a la ley del más fuerte, la libertad con seguridad al "sálvese quien pueda", los que prefieren vivir en una sociedad de personas vinculadas por su trabajo y sus derechos a vivir en un gran mercado.

Por eso, en este Primero de Mayo, demandamos que la globalización económica se convierta en un factor de progreso, y no de sobreexplotación de los más débiles, y, por ello, una globalización de los derechos más fundamentales: libertad sindical, huelga y negociación colectiva, prohibición del trabajo infantil. Demandamos controles políticos para la desbocada carrera de los capitales que corren tras el beneficio rápido y arrasan sociedades dejando tras su carrera miseria y pobreza. Reivindicamos la construcción social europea, el refuerzo del pilar político y democrático de la Unión Europea.

La voz de los trabajadores europeos se oirá fuerte en junio, durante la cumbre de Lisboa. Los trabajadores queremos construir el futuro, en la empresa y en la sociedad. Por ello, exigimos que el Gobierno español desbloquee la directiva que debe regular la participación de los trabajadores en los órganos de decisión de las empresas, el estatuto de la sociedad anónima europea.

También por eso, demandamos aquí más empleo, seguro, estable, con derechos. Disminuir los contratos temporales, tan numerosos y en tantos casos injustificados e ilegales. Tan correlacionados también con esa ignominiosa tasa de siniestralidad laboral que sitúa a nuestro país en el subdesarrollo social, económico y moral. Regular convenientemente esa cascada de desresponsabilización empresarial que se diluye en contratas y subcontratas para las obras donde mueren gentes con poco oficio y cualificación. Demandamos cobertura al desempleo para la gente que busca empleo, que es cabeza de familia y que no tiene ninguna renta, y que ha visto posponer sus demandas en beneficio de una sustanciosa rebaja fiscal a los ricos.

Demandamos seguir consolidando la Seguridad Social, seguir mejorando sus ingresos y seguir repartiendo solidariamente sus prestaciones. Demandamos barrer todas las discriminaciones de género. Y demandaremos a la patronal constituir con la negociación colectiva sectorial un instrumento útil para la solidaridad y la eficiencia de las empresas y para la cohesión de este país, que, por su corta trayectoria democrática, de apertura económica y de modernización cultural y tecnológica, necesita una sociedad civil fuerte y unas instituciones políticas inteligentes y dialogantes. Todo ello lo decimos y lo hacemos orgullosos de nuestra historia, de nuestras señas de identidad y de nuestros compromisos en este simbólico Primero de Mayo.

José María Fidalgo Velilla es secretario general de CCOO.

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