Unas orejas inexplicables
Toca la feria a su fin y ayer se volvieron a llenar de público los tendidos para regalar orejas en la matinal de rejoneo. Hay que decir público y no aficionados o abonados, que no los hubo. Los aficionados son ya difíciles de encontrar cualquier otra tarde, mucho más un domingo por la mañana. Y abonados fueron dos o tres. Todo eran extranjeros preguntones, gente que venía a ver caballos, y no toros, o familiares de los abonados, que se quedaron en casa descansando de una larga feria y a la espera de los Miura de la tarde.Así las cosas, todo era aplaudir y aplaudir. Salían los caballistas, y un aplauso; un rejoneador exponía a su montura sin asomo de prudencia, ésta se llevaba un pitonazo, y otro aplauso; otro compañero ponía un rejón trasero o un par de banderillas a dos manos caído y desigual, y más aplausos. Ahora, eso sí, a un peón de brega se le ocurrió retirar al toro de la puerta de cuadrillas con oficio mientras su jefe cambiaba de montura, y vaya bronca que le cayó al hombre.
Murube / Seis rejoneadores Toros despuntados para rejoneo de Murube, flojos y nobles; 4º, manso
Luis Valdenebro: vuelta por su cuenta. Javier Buendía: oreja. Luis Domecq: ovación y salida al tercio. Pablo Hermoso de Mendoza: dos orejas. Antonio Domecq: ovación y salida al tercio. Diego Ventura: oreja. Plaza de la Maestranza, 7 de mayo (mañana). 15ª corrida de feria. Lleno.
Sólo con ese público (y recuerdo que hay que decir público, no aficionados) se explican los premios que ayer recibieron los rejoneadores por sus actuaciones. Una explicación mucho más difícil de dar a partir del cuarto toro, un manso tremendo que siempre huyó de la pelea, ante el que Pablo Hermoso de Mendoza demostró quién manda en el toreo a caballo, qué valor tienen las faenas de sus compañeros y la poca reflexión que público y presidencia tienen a la hora de otorgar orejas.
Al navarro le tocó en suerte el peor de la tarde. Tan flojo y parado como sus hermanos, éste cuarto además buscó siempre el abrigo de la puerta de chiqueros y, mediada la faena, se rajó y se acunó en tablas. Hermoso lo templó bien y le alejó todo lo posible de chiqueros. Luego, conforme el tercio cambiaba, sacó a Cagancho, torearon al alimón y dejaron la plaza bocabajo. Pusieron tres pares al quiebro y con el toro en las tablas se metieron por los adentros otras tantas veces, una de ellas ajustadísima, sin recibir ni una sola caricia del enemigo. Ya con otra montura, Hermoso de Mendoza mató con un rejón de muerte caido, pero efectivo. Y le dieron dos orejas.
Dos que debió ser una. Pero tras lo visto y lo premiado antes y después del cuarto, la faena mereció hasta el rabo. Y es que se vio lo vulgar, porque vulgar es que las faenas estén salpicadas de tropezones entre toro y caballo, que los palos sean muy mal colocados (bajos y traseros) y que el público aplauda semejantes lances.
Ah, y la vuelta al ruedo de Valdenebro, porque es maestrante y estaba en su casa, que si no...
Babelia
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