LA CASA POR LA VENTANA Lejos del fútbol JULIO A. MÁÑEZ
Parece que los niños de ahora empiezan a verbalizar algo más tarde de lo que lo hacían en años anteriores, no se sabe todavía si debido a la omnipresencia televisiva, a las triquiñuelas de la informática o a los sobresaltos habidos en lo que se llamaba la familia nuclear, y que en esa modificación encuentran los pediatras y los psicólogos infantiles un enorme campo de trabajo de perfiles indecisos. Una imagen vale lo que las palabras susceptibles de expresar la emoción que nos despierta, que suelen encontrarse como más a mano cuando tienen que ver con el horror, pero es muda si no suscita la necesidad de comentarla por otros medios. El otro día, viendo la cosa del fútbol europeo, los hinchas ingleses, que ya habían destrozado varias plazas de la pacífica Charleroi, celebraron la victoria de su equipo ante Alemania machacando a algún que otro magrebí que se encontraron al paso de su festivo desfile, como si una vez vencido el enemigo principal en el terreno de juego fuese necesario festejar la torna de la improvisación alcohólica agrediendo de manera muy poco deportiva también a otros posibles enemigos. La pandilla de salvajes que en Almoradí asaltaron el otro día y quemaron varias viviendas de una barriada habitada por gitanos no celebraban ningún triunfo futbolístico, que a esas horas todavía no se había producido, aunque quizás festejaban todo lo contrario. Ignoro qué clase de persona hay que ser para, solo o en compañía de otros, dedicarse por la cara a incendiar viviendas ajenas a modo de escarmiento de pretensión ejemplificadora, pero parece claro que en los estallidos iracundos de la gente normal y corriente siempre acaba por pagarlo poca ropa. Imposible no recordar a Sartre cuando escribía que un judío es alguien a quien otros prefieren ver como judío, y añadía en su hermosa exposición que si alguien detestaba el tomate no siempre encontraba en ello el pretexto para hacer recaer en las características de esa solanácea las razones de su disgusto. Lo que pasa es que siempre hay alguien dispuesto a tomar a otro por su judío particular, sin caer en la cuenta de que también él habrá de serlo para otro a quien tal vez hasta el momento desconoce, porque en esa lotería jugamos casi todos sin saberlo, un tanto a la manera de la leyenda del Numa, donde el guardián del bosque tiene vedado el sueño porque en cuanto repose llegará quien le dé muerte para ocupar su lugar. Se ha intentado enmascarar la terrible expedición punitiva disolviéndola en el problema genérico de la droga, pero entonces no se entiende que los justicieros nocturnos incendien viviendas y no discotecas o pasarelas de modas, quizás tan a mano como las chabolas periféricas. La elección de enemigo genérico es tanto más feroz cuanto más débil sea el agraciado con esa distinción, así que los gitanos del lugar han embalado sus bártulos para trasladarse con lo puesto a quién sabe qué otro territorio de ignominia a la espera de ser de nuevo víctimas de cualquier otro enloquecido repente justiciero.
Lejos del fútbol, que despierta tantas pasiones por la vía de la identificación ilusoria como el bolero, aunque bastante más salvajes y de resolución inmediata, y que tanto material suministra a los estudiosos de la conducta ocupados en indagar los umbrales de la percepción de otros colectivos como algo que siempre habrá de concernirnos para alimentar nuestros temores más odiosos, suceden algunas otras cosas de cierto interés en peligro de pasar desapercibidas. Sin ir más lejos, el año pasado se declaró aquí como el del audiovisual, porque nada cuesta poner rótulo a las anualidades a fin de marcarlas bajo pretensión de eternidad oportunista con el hierro de cualquier ganadería, y esta es la hora en que se sabe que el poco dinero disponible para subvencionar las producciones audiovisuales en nuestra comunidad se ha desvanecido, es de suponer que en favor de la difusión del arte de nuestros grandes, grandotes y grandecitos plásticos en la periferia de Brasilia o en los tristes arrabales de Buenos Aires. Es otra de las singularidades del alegre carácter valenciano que alimentan por doquier los correveidiles culturales de obediencia zaplanesca. Es grotesco que los mismos que impulsan una fenomenal ciudad del cine como apéndice de sus grandiosos proyectos lumínicos alicantinos corten el suministro a propuestas acaso más modestas pero tal vez más verosímiles. Claro que, en tanto se ponen en marcha las definitivas realizaciones emblemáticas con las que todos soñamos, bien podría Manuel Consuelo Tarancón Ciscar hacer alarde de modestia y declarar no el año pero sí el día del audiovisual mediante cuestación callejera, el día luminoso en que los escolares recorrerán las calles provistos de una hucha digital donde el transeúnte deposite sus monedas. Siempre que a cambio no te abrumen la pechera a pegatinazos con la imagen indeleble de la directora general de autopromoción cultural.
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