La doble muerte de Goliat
Fue la sensación de la semana: al conjuro del fútbol portugués, la Alemania irreductible, aquel equipo de demolición que marcaba goles como quien fabrica tuercas, se transformó en la Alemania deprimida.Sucedió en Rotterdam cuando parecía dispuesta a revalidar la Eurocopa con sus dos técnicas de costumbre: el aplastamiento y el aburrimiento. Sin embargo, algún duende cambió el guión; los lugartenientes de Figo y Rui Costa entraron en la vieja factoría, se lanzaron sobre la maquinaria pesada de Ribbeck, y sin perder un minuto se pusieron a desmontarla pieza a pieza. No actuaron al tosco estilo de los chatarreros; no dieron un solo martillazo ni abusaron de la sierra mecánica. Hicieron un minucioso trabajo de relojería cuyos efectos fueron demoledores: veinte minutos después, aquel equipo alto en calorías que interpretaba los partidos como si fuesen un problema laboral empezó a desvencijarse. Se oxidaron las grapas de Kahn, chirriaron las bisagras de Linke, saltó el blindaje de Jancker, y la División Acorazada Lothar Matthäus se convirtió en un enorme montón de quincalla. Nunca el acero del Ruhr había parecido tan blando.
A la misma hora, en Charleroi, los hooligans rezagados se sacudían la melopea, pedían desesperadamente un urinario, maldecían al inventor de la cerveza y buscaban sus asientos en el estadio local como la araña busca el agujero.
Abajo, la pintoresca selección rumana se cuadraba ante la arrogante selección inglesa. Sin perjuicio del tradicional estilo británico, siempre intransigente y enérgico, los chicos de Keegan podrían permitirse por una vez la debilidad de ser prudentes. Puesto que el empate les bastaba para sobrevivir, empezarían el partido con la mitad del trabajo hecho; tendrían que conservar la pelota, esperar las explosiones de Shearer, firmar el gol de la tranquilidad y velar a Sir Stanley Mattews hasta los cuartos de final.
Pero antes había que liquidar a Rumania, una maravillosa cuadrilla de truhanes unidos por la filosofía del destierro. Compartían el problema de hastío que amenaza a todos los desarraigados; sólo en las grandes ocasiones paraban el carromato, descolgaban el acordeón, incendiaban la maleza y se ponían a bailar. Entonces la historia solía dar un vuelco.
Mientras Alemania capitulaba ante Portugal, Rumania mandaba a Inglaterra al cuarto trastero. De pronto caímos en la cuenta: Goliat había muerto dos veces en la misma noche.
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