El gran seductor
Hubo quien, hacia el final del concierto, ya no pudo contener las lágrimas y rompió a llorar. No es de extrañar. El cubano Pancho Céspedes es de esos artistas que van tendiendo trampas al público hasta que, reducidas por completo sus defensas, consigue desarmarlo de prejuicios e inoportunas dudas y termina moldeando sus sentimientos a su puro antojo. Trampas en forma de canciones, claro, y canciones de esas que, como suele decir su célebre amigo y descubridor Alejandro Sanz, se clavan directamente en el corazón. Lo suyo son, según sus propias palabras, trágicas historias de "si te vas, me muero", amargos sollozos melódicos sobre "la lejanía y el dolor que provoca la nostalgia" e, incluso, optimistas refugios para aquella gente que está "muy sola y muy triste".Y todo ello, encima, aderezado con una música que bebe del jazz y el bolero, y sobre todo de la vida, susurrada y melodramática, silenciosa, para bailar agarrado, para llorar y perder el sentido. Esos son, en fin, sus principales señuelos (habría que añadir, por supuesto, una enorme simpatía y un poder de seducción que enamora a cualquiera; aunque, a veces, eso hay que reconocerlo, tanta dulzura puede resultar un pelín empalagosa) y, sin duda, los argumentos que le han permitido vender alrededor de un millón y medio de copias de su debú discográfico, La vida loca, y, por ahora, más de medio millón de su reciente Dónde está la vida.
Pancho Céspedes
Jardines de Viveros. Valencia, 17 de julio de 2000
Así, Céspedes (con Se me antoja, Todo igual a nada, Llorando por dentro o Nadie como tú) llegó, cantó y triunfó. Sólo dos peros: su voz (tan expresiva como limitada) y un público significativamente escaso (3.125 pesetas, en taquilla, es demasiado dinero para muchos de sus fans).
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