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Cine solidario

A las cuatro de la tarde, los voluntarios María de la Torre, Ascensión Pérez, Carmen Marín y Luis Miguel Hernández parten desde la sede de la Cruz Roja en Alicante, en un vehículo adaptado, hasta las casas de varias personas, en su mayoría ancianos, que por problemas de movilidad no pueden realizar una actividad tan habitual como asistir al cine. El programa, financiado por el Ministerio de Asuntos Sociales, se realiza varias veces a lo largo del mes, después de un riguroso orden de turno, ante la gran demanda registrada.La intención del ministerio es potenciar las relaciones sociales de discapacitados y personas mayores, para permitirles hacer una vida lo más normalizada posible. De hecho, para algunos de los que poco a poco se van incorporando al autobús representaría una odisea desplazarse más allá del umbral de su puerta sin que medie alguna ayuda.

Calles que carecen de accesos para minusválidos, decenas de obras, atascos o centenares de automovilistas que deciden aparcar su coche sobre la acera, son algunos de los problemas habituales que agreden la vida cotidiana de los discapacitados. En este caso, la avanzada edad de los usuarios hace todavía más necesaria la actuación de los voluntarios de Cruz Roja para poderse desplazar.

La experiencia piloto, que se ha puesto en marcha en Alicante, es pionera en la Comunidad Valenciana y está incluida en el Servicio de Ayuda a Domicilio de Cruz Roja.

María de la Torre, voluntaria de la ONG, asegura que pese a su jubilación tiene "ganas de hacer algo por los demás". "Son personas muy mayores que necesitan que se les saque de casa hasta para ir al médico", apunta. Luis Miguel Hernández, el más joven de los voluntarios, conduce el vehículo adaptado y afirma que hay "gran carencia de conductores", ya que el autobús requiere un carné especial. "Yo, ahora, me preparo unas oposiciones y dispongo de tiempo", apunta. Pero después...

La plataforma del pequeño autobús baja. Catalina Uroz, una anciana de 83 años, sube arreglada como para un baile. "Me gusta vivir sola, aunque no me defiendo muy bien", asegura. Uroz considera la escapada al cine una bendición después de estar "muchos ratos sola en casa".

Julia sube más tarde, tiene 53 años, baja de su casa en una silla de ruedas eléctrica. Casi no articula palabra, pero su satisfacción se deja entrever en la sonrisa. Gabi Sánchez y Miguel Barceló, un matrimonio de ancianos, aparecen por la esquina de la calle amarrados del brazo. La mujer ríe, dice que se "apunta a todo", y pregunta por la película que van a ver (El Portero, de Gonzalo Suárez). David Pinar, un joven disminuido físico, es el último en subir. Pese a que no puede hablar, se entiende con la voluntaria que lo acomoda y hablan sobre cómo ha pasado la semana.

El vehículo llega a las puertas de los cines a las seis de la tarde. La sala es una de las pocas de la ciudad con los servicios adaptados para minusválidos. La rampa baja y sube lentamente. Un coche espera, primero pacientemente, para después increpar a los voluntarios. Uno de ellos contesta con voz baja: "No tengas prisa, que tarde o temprano serás viejo".

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