Juegos
Pese a que los Juegos Olímpicos son un espectáculo fascinante, como deporte es un acontecimiento inhumano, cuando no infame, porque constituye una mezcla de patriotismo, músculos, dinero, récords, publicidad, gloria y pastillas. La visión de esos cuerpos tan perfectos y domados engendra mucha melancolía en el resto de los mortales, al que ese esplendor físico le será siempre negado. Pero al espectador le queda un consuelo. Mientras contempla en la pantalla el sudor, la angustia y los ojos desvariados de los atletas, puede tomarse unas gambas a la plancha, puesto que esas imágenes no son ningún referente moral, sino una simple exhibición de prototipos. Nadie le obligará a meterse en un gimnasio ocho horas diarias durante cuatro años para arañar una décima de segundo o un centímetro de altura y así sucesivamente hasta la cima de la nada. Pero este suceso deportivo deja de ser infame e inhumano para convertirse en patético cuando se trata de una prueba olímpica donde participan jóvenes inválidos. Cualquiera puede tener una desgracia. La gente que ha sufrido un accidente y ha quedado físicamente disminuida debe recibir de la sociedad la ayuda y solidaridad necesarias para que recupere la moral y la autoestima. Pero parece demasiada crueldad montar unos Juegos en los que unos atletas impedidos, cuya férrea voluntad les ha llevado a superar barreras increíbles, son puestos como ejemplo a otros accidentados para animarlos a ser también héroes. Si la belleza, la fuerza y la velocidad de unos cuerpos perfectos engendran tanta frustración en la gente normal, hay que imaginar la desolada sensación que producirá en un parapléjico la certeza de que a su desgracia nunca se sumará la fuerza de voluntad para conquistar una medalla. Después de ser exaltado a la gloria un manco que ha conseguido nadar a braza, estilo mariposa, el mensaje subliminal será que todos los mancos pueden, con esfuerzo, repetir la hazaña. Ese requerimiento moral es la forma más refinada de tortura, sobre todo si después los demás inválidos se encuentran con las aceras de la ciudad llenas de obstáculos, con los ascensores inaccesibles, con las escaleras sin rampas en medio de una sociedad hostil, sin las ventajas que un Estado moderno debe proporcionarles. Creo que es inmoral montar unos Juegos sobre la desgracia física. Como espectáculo es terrible, como ejemplo es desmesurado.
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