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45º FESTIVAL DE VALLADOLID

El jurado decide que dos películas de signo contrario compartan el primer premio

El jurado de esta Seminci cortó por lo fácil y concedió el máximo galardón, la Espiga de Oro, a dos filmes que parecen complementarios pero que en realidad son opuestos. Uno es El pueblo está tranquilo, vasto drama colectivo sobre el infierno de la droga, de gran riesgo estético y no menos sentido del compromiso político y moral, escrito y dirigido por el francés Robert Guédiguian. El otro es Réquiem por un sueño, obra facilona sobre drogadicción en una familia neoyorquina, escrita y dirigida por Darren Aronofsky, cineasta habilidoso pero que resuelve de forma tramposa un complejo asunto.

Componían el jurado que decidió este enjuague del reparto del gran premio, decisión evidentemente oportunista y de dudosa legitimidad, ya que devalúa la credibilidad de un festival que goza de un ancho y profundo crédito dentro y fuera de España, las siguientes personas: el director canadiense Charles Binamé, la productora y distribuidora belga Rita Goegebeur, la directora y distribuidora mexicana María del Carmen de Lara, la productora sueca Gudrun Nykvist-Sondell, el español Carmelo Romero, funcionario del Ministerio de Cultura, y Hamlet Sarkissian, director estadounidense. La actriz italiana Sandra Cecarelli, séptimo componente del jurado, abandonó hace unos días sus funciones por razones privadas. Éste fue el jurado que decidió el insostenible reparto de la Espiga de Oro, pero que se mojó algo más al elegir a la película española Las razones de mis amigos, dirigida por Gerardo Herrero, para ocupar el segundo escalón de la lista de galardones, el llamado Premio Especial del Jurado. Varios eran los títulos que aspiraban a este bonito lugar, pero el jurado se decantó por esta sólida película arguyendo "la honestidad con que refleja la evolución de un sector de la actual sociedad española a través de una acertada interpretación coral", que no es una manera muy sagaz de describir las virtudes de esta buena película, pero que al menos no peca de decisión tramposa ni de equilibrismo en la cuerda floja.

El apartado más certero de la lista de premios es que distingue con dos a la película mexicana La ley de Herodes, dirigida por Luis Estrada. Éste no se llevó nada a su casa, pero Norman Christiason obtuvo el premio técnico, dedicado esta vez a la mejor fotografía, por su trabajo en esta magnífica exploración de las raíces despóticas de la vida política mexicana en los años cuarenta. Para redondear el buen destino de esta película, Damian Alcázar, su protagonista, se llevó el premio al mejor actor.

Este galardón fue, al parecer, concedido por unanimidad del jurado, circunstancia que se repite en el apartado a la mejor interpretación femenina, que beneficia a la maravillosa actriz francesa Ariane Ascaride, protagonista de El pueblo está tranquilo, que es una de las dos Espigas de Oro de esta fértil cosecha vallisoletana, que completó su generosa oferta de cereales con la Espiga de Plata a la película estadounidense Girlfight, dirigida por Kary Kusama, en la que la poderosa y singularísima fotogenia de la actriz hispana Michelle Rodríguez logra abrirse paso a puñetazo limpio en la espesa barrera de celuloide opaco que la rodea.

El premio Pilar Miró al mejor director primerizo fue a parar, también por decisión unánime del jurado, a las manos del británico -todo un veterano en el teatro- Stephen Daldry, por su trabajo en la película, ciertamente preciosa, Billy Elliot, que obtuvo también el Premio del Público, que organiza el periódico El Norte de Castilla..

Por otro lado, el Premio de la Juventud, que aquí tiene solera y fuerza gracias a la sólida y fiel clientela de gente joven que ha venido forjando año tras años la Seminci en ésta su ciudad, fue a parar a la rusa Luna Papa, una brillante y gozosa fábula dirigida por Bajtiar Khudojnazarov, que merecía un lugar que no ha obtenido en la lista de los premios oficiales, por no hablar de otras clamorosas, o vergonzosas, ausencias, como las de Yiyi y Fast food, women fast, dirigidas respectivamente por el chino de Tawan Edward Yang y el israelí afincado en el cine neoyorquino Amos Kollek, que son obras magistrales que, junto con la media Espiga de Oro de El pueblo está tranquilo, alcanzaron sin discusión, aunque el jurado no se diera por enterado de ello, el punto cumbre de este festival, cuyo balance global, pese a las arbitrariedades, oportunismo e indecisiones de los encargados de diagnosticar las calidades que se manejaron aquí durante estos días de buen cine, sigue siendo positivo, como cada año y desde hace muchos.

Finalmemnte, el jurado de críticos de la Cipresci decidió otorgar su premio a la película argentina, dirigida por Daniel Burman Esperando al Mesías, "por su honesta y a la vez realista y simbólica descripción de la esperanza humana en el Buenos Aires de nuestros días".

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