Argentina, en estado de alerta
Aunque la atención más cercana a los problemas de la economía se haya referido a la subida de las gasolinas y a la imparable devaluación del euro -que han creado alarma social en la opinión pública-, los problemas más profundos están en otra parte: una vez más, Argentina se manifiesta como uno de los eslabones más débiles de la cadena.El pasado jueves, mientras el presidente argentino, Fernando de la Rúa, recibía las complacencias y el apoyo de José María Aznar y del empresariado español, del país suramericano llegaban todo tipo de mensajes y de rumores acerca de una hipotética suspensión de pagos de la deuda externa. Es más, las bolsas de valores -y especialmente las españolas, debido al riesgo bancario que las principales instituciones financieras españolas tienen en ese país- recibían un duro correctivo. Entre el BBVA y el BSCH perdían en una sola jornada casi un billón de pesetas de capitalización bursátil, un cantidad casi equivalente a lo captado por ambas entidades en las ampliaciones de capital cubiertas antes del verano. Los dos bancos españoles figuraban entre los seis valores más penalizados en el Euro Stoxx 50.
Sin pretender ser alarmista, de algún modo el ambiente recordaba al del año 1995, cuando el efecto tequila arrasó muchas economías emergentes, o al de enero de 1999, cuando se produjo la brutal devaluación del real brasileño. En estas circunstancias se comprende la vehemente solidaridad del presidente del Gobierno español sobre el futuro de Argentina.
Pocos días antes de salir de Buenos Aires, Fernando de la Rúa y sus ministros tuvieron que salir a la palestra para polemizar con el antiguo presidente Raul Alfonsín, que hizo unas explosivas declaraciones: lo peor que le ha ocurrido a la Argentina en los últimos años, dijo el dirigente radical, ha sido la dictadura militar y el plan de convertibilidad vigente de un peso argentino igual a un dólar. El sistema de cambios fijo argentino (currency board) no puede soportar la continua apreciación del dólar en los mercados de cambio.
Los mercados están penalizando al país latinoamericano por una combinación de circunstancias. La primera, la apreciación de la moneda norteamericana (es muy difícil que una economía que en 1999 se redujo en más de tres puntos del PIB y que en la actualidad está estancada o, como máximo crece un punto, pueda soportar subidas de los tipos de interés de tres puntos); en segundo lugar, la inestabilidad política, con la dimisión del vicepresidente Chacho Álvarez y la consecuente debilidad de la coalición gubernamental. Pero también hay otros factores, como la acumulación de la deuda (los bonos están siendo golpeados), y el anuncio del Gobierno argentino de que cubriría parte del servicio de la misma con un préstamo de 1.200 millones de dólares tomado de la banca local y no de los agentes financieros internacionales.
La sensación de miedo en los mercados aumentó cuando el ministro de Finanzas, el todopoderoso José Luis Machinea -el hombre fuerte de De la Rúa-, comentó que Argentina podría utilizar para cubrir sus compromisos una línea de crédito de emergencia del Fondo Monetario Internacional (FMI). Lo que Machinea planeó como un colchón de seguridad fue interpretado como una exposición al riesgo superior a la normal.
La coyuntura no es buena, pero los problemas de Argentina penalizan al país, paradójicamente, por su propia fortaleza. Siempre ha sido así. No es lo mismo una suspensión de pagos como la que ha protagonizado hace unos meses Ecuador que la que podría afectar a Argentina y que, irremediablemente, se extendería a otros países de la región. Empezando por Brasil, cuyo presidente, Fernando Henrique Cardoso, también ha estado la semana pasada en España recibiendo uno de los premios Príncipe de Asturias.
Tras el plan de ajuste implantado por De la Rúa cuando llegó a la Casa Rosada después de 10 años de menemismo (recorte del gasto público, reducción de los salarios de los funcionarios, subida de impuestos), la Bolsa ha perdido en lo que va de año cerca del 30% y el riesgo país está en el nivel más alto de los últimos tiempos, en niveles parecidos a la etapa del efecto tequila.
Las cifras macroeconómicas tampoco son buenas. La deuda externa es gigantesca: casi 150.000 millones de dólares (alrededor del 50% del PIB, seis veces el valor de las exportaciones anuales de bienes), lo que dimensiona el problema, y el desempleo supera al 15% de la población activa.
Si uno habla hoy en Buenos Aires con cualquier ciudadano entiende que la primera dosis de política económica necesaria tiene que ver con lo que se denomina un shock de confianza. Argentina está en el psiquiatra, comenta un empresario. Al mismo tiempo que De la Rúa visitaba España para tranquilizar a los inversores españoles -nuestro país es el primer inversor en Argentina, por encima de Estados Unidos-, el secretario de Hacienda iniciaba un viaje a EE UU y Canadá para explicar las fórmulas de pago de los plazos de la deuda a corto plazo, que asciende a más de 20.000 millones de dólares. El economista español José Juan Ruiz, uno de los mejores expertos de la economía argentina, ironizaba hace unos días en un artículo sobre la apelación al mago Mandrake que hacen los líderes de opinión para salir de este estado de letargo.
Pero el pensamiento mágico o la literatura fantástica ya no sirven para sacar a este país del semieterno laberinto económico en el que está sumido.
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