Crisis en el monasterio de Montserrat
La comunidad benedictina de Montserrat, integrada por 80 monjes, vive una profunda crisis. Los religiosos que pueblan este centenario monasterio han forzado la dimisión de los dos últimos abades: Cassià Just, en 1989, y Sebastià Bardolet, en mayo de este año.Aunque ambos alegaron oficialmente que renunciaban voluntariamente por "razones personales", lo cierto es que fueron inducidos a dimitir por los "visitadores" de la congregación, llegados desde Roma. En sus inspecciones, éstos se hicieron eco de los enfrentamientos internos de los monjes, motivados sobre todo por comportamientos autoritarios y por la existencia de conductas homosexuales en el monasterio, y recomendaron los ceses, indican fuentes benedictinas.
El actual abad, Josep Maria Soler, ha reconocido en privado la existencia de estas conductas homosexuales -normalizadas en la vida civil, pero que conculcan la normativa benedictina y la moral católica dominante-, y ha asegurado que el asunto está "en vías de solución" porque "los afectados se están exclaustrando". Su prior, Ramon Ribera, afirmó ayer a preguntas de EL PAÍS requiriéndole la versión oficial -como se les solicitó también, aunque sin éxito, al actual abad y a sus dos antecesores-, que este relato "contiene inexactitudes" sobre las causas de las dimisiones. "En mis 32 años en el monasterio he visto problemas, pero no en este sentido", añadió. "Creo que la ética obliga a no entrar a hablar de conductas de personas privadas, y nuestra comunidad es una persona privada", argumentó. Sobre el fenómeno de las conductas homosexuales, aseguró: "No se produce más que en otros sectores de la sociedad". "¿A quién beneficia la difusión de todo esto?", se interrogó.
Otras fuentes internas reiteran que las dimisiones fueron inducidas. Los superiores de la congregación benedictina de Subiaco -a la que pertenece Montserrat- consideraron grave la situación, a tenor no de la Constitución Española, que garantiza el derecho a la libertad de opción sexual, sino de los parámetros de la Regla del Maestro y de la Regla de San Benito (siglo VI), que prohíben expresamente la intimidad entre los monjes. Y se consideraron obligados a urgir la renuncia de Just (en este caso, principalmente por autoritarismo), quien tardó dos años en hacerla efectiva, y de Bardolet, que esperó ocho meses.
El cese de un abad es un hecho insólito en la tradición. Hasta el Concilio Vaticano II, eran cargos vitalicios, elegidos "a perpetuidad", prácticamente sin posibilidad de remoción. A partir de entonces, ejercen su cargo "por tiempo indefinido", interrumpible si los superiores consideran que no han actuado "en bien de la comunidad", tras ser ésta escuchada, monje a monje, por un "visitador" designado desde la cúpula de la congregación. El cese de un abad, sea por destitución directa o envuelta en la más piadosa fórmula de dimisión voluntaria, pero en realidad inducida para evitar males mayores, representa un acontecimiento grave.
Esto es lo que ha sucedido en los dos últimos casos montserratinos. Los abades presidentes Denis Huerre y Thierry Portevin acudieron en calidad de "visitadores" a Montserrat en 1987 y 1999, respectivamente. Allí recibieron individualmente a los integrantes de la comunidad, a quienes preguntaron expresamente su opinión sobre la continuidad de Just y de Bardolet.
Esta suerte de referéndum tuvo consecuencias dramáticas. Los monjes expresaron su opinión sobre el funcionamiento del monasterio, que es donde se profesa (no se ingresa en la orden, sino que se es monje adscrito al lugar geográfico por el llamado voto de estabilidad). "La compilación de los testimonios no andará muy lejos de El nombre de la rosa", asegura entre la ironía y el sarcasmo un veterano miembro de la comunidad.Las dos consultas de los "visitadores" constituyeron sendas ocasiones en las que se desbordaron los agravios contenidos durante años. Anteriormente a ellas, durante el mandato de Cassià Just -de 22 años de duración- un grupo de monjes le había entregado una carta relatando la "situación crítica" en que, a juicio de los firmantes, estaba inmerso el monasterio, y concluían solicitándole sin ambages la dimisión. También durante el periodo abacial de Bardolet -11 años- hubo una reunión de "visitadores" en la que ya había salido a relucir el polémico asunto de la homosexualidad en los monasterios europeos.
Las "visitas" concluyen formalmente en dos documentos. Uno, genérico, se lee a la comunidad. Es, pues, semipúblico. Del otro, específico, se extienden dos ejemplares: uno se entrega al afectado y el otro se guarda bajo llave en la casa central de Roma. Es, pues, secreto. Siguiendo los sinuosos vericuetos de la tradición vaticana, los documentos semipúblicos de conclusión redactados por Huerre y Portevin (que acudieron acompañados de sendos ayudantes-traductores vascos) enaltecían las virtudes y agradecían los servicios prestados por los abades Just y Bardolet. Las razones de fondo de los ceses, formalizados bajo la fórmula de dimisiones, quedaron reservadas a los textos secretos.
¿Qué testimonios recogieron Huerre y Portevin? Desde luego, los de los monjes satisfechos con la situación. También registraron los clásicos litigios menores propios de una vida en común que se inicia a las 6.00 y se prolonga hasta las 21.45, pues la convivencia acorta distancias, pero también crea abismos. Pero destacaron las confesiones irritadas de varios monjes según las cuales se prodigaban en el interior del monasterio actitudes y conductas homosexuales, a cargo de una minoría de sus colegas de hábito. Y no sólo eso, sino también la denuncia de que se había constituido un lobby rosa convertido en estructura de poder que acaparaba cargos importantes. Así, ni siquiera el emblemático monasterio escapaba a los vendavales del siglo. La tecnología y el hecho de que Montserrat sea también santuario, y por tanto conlleve trato con visitantes exteriores, son dos elementos que no se debe despreciar en el fomento de estas contradicciones, pues los clérigos están, a un tiempo, enclaustrados y abiertos al mundo.
Tras la marcha de Bardolet, se abrió en mayo el periodo electoral. Hubo dos candidatos principales: Josep Maria Soler i Canals, liturgista, y el biblista Ribera. Ambos defendían programas similares. Y el 16 de mayo se eligió a Soler, que estudió en el Anselmiano de Roma. Llegó a la silla abacial con el apoyo entusiasta de quienes deseaban un golpe de timón -él lo había prometido-, pero con el voto en blanco del lobby heterodoxo, que tampoco apoyó a Ribera.
Entre sus primeras medidas, el nuevo abad sustituyó al mayordomo (responsable de finanzas), Jordi Molas, hombre fuerte durante los mandatos de Just y Bardolet. Molas era un clérigo polémico: muy valioso, capacitado y abierto -a juicio de unos- y con una ges-tión contestada, según otros. En cualquier caso, el informe semipúblico del visitador Portevin le elogiaba. Los primeros cambios de cartapacio supusieron renovación. Quebrando la tradición, Soler nombró prior a Ribera, su contrincante.
"Montserrat quiere dar una imagen progre de puertas afuera, que de puertas adentro no es así", afirma Joaquim Coll, quien fue monje de Montserrat durante 13 años. Coll era el coordinador de la seguridad de la abadía. Opina -y en esto coinciden todos los religiosos consultados- que durante el mandato de Bardolet reinó la incomunicación entre la jerarquía y la base. Pero cree que ahora las cosas tampoco van bien. "Soler ha sido promovido por el grupo de los manipuladores", añade. Este ex monje forma parte de un grupo de media docena que en los últimos cinco años han dejado la abadía. Abandonó porque las paredes de Montserrat se le "caían encima", confiesa. Atrás quedaba un año de postulante, dos de novicio, cinco de juniorado y cinco más desde que profesara. "El tema afectivo-sexual es tabú hoy en el monasterio. Pocos monjes son amigos entre sí, y cuando esto sucede, si son muy amigos, te miran muy mal", añade. Él mismo fue reñido por el abad Bardolet, a manos de quien llegó una carta privada escrita por él a una persona de fuera del monasterio. "La acusación es que era una carta de amor, pero no era cierto", sale al paso el propio Coll. Después de este episodio, fue ordenado diácono en abril de 1998. En diciembre de ese año colgaba el hábito.
La visión de este ex monje no es compartida por otros que piden reserva de identidad, quienes opinan que cada vez es más evidente la existencia de un sector minoritario de la comunidad que manifiesta su homosexualidad con gestos o actitudes. "A veces ves cosas que dan vergüenza; algunos monjes dándose grandes besos y abrazos con visitantes o gesticulando exageradamente", asegura uno de ellos. "En la época de Cassià ya comenzó el conflicto con estas manifestaciones homosexuales, pero fue bajo el mandato de Bardolet cuando los homosexuales salieron del armario y ahora están organizados", afirma otro. "Creímos que Soler frenaría a este colectivo pero, de momento, no es así; había dicho que ése era el problema más grave de Montserrat; los conoce muy bien porque ha sido su maestro de novicios", añade otro.La existencia de ese grupo de presión homosexual es negada por Coll. "No es verdad que los monjes hayan expresado públicamente su homosexualidad; pero quienes han osado manifestar ciertas tendencias se han convertido en víctimas, los han apartado o separado", afirma el ex monje. Otro ex fraile entiende que "algunos tengan necesidad de salir del armario, y esa expresión de afectividad es difícil de digerir por parte de la comunidad en un régimen de vida célibe". "En una comunidad cerrada como es la monástica, la sexualidad se expresa por las vías que puede", añade.
El propio abad Soler ha reconocido recientemente a una personalidad muy cercana a Montserrat la existencia del conflicto generado por la homosexualidad. Si bien ha tenido especial cuidado en fechar su origen "en épocas pasadas", Soler considera que "está en vías de solución" pues "los afectados están ya exclaustrados o en proceso de exclaustración".
La crisis no se ha cerrado. Los cargos designados por Soler este verano entre distintas orientaciones generan descontentos. Unos lamentan la sustitución de Molas por Xavier Poch como mayordomo; otros cuestionan que dos personas -Ignasi Fossas y Josep Enric Parellada- concentren cuatro importantes cargos.
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