La sospecha de un crimen racista divide de nuevo a Alemania
La muerte del niño de origen iraquí reabre la brecha entre el Este y el Oeste
Mensajes de odio
¿Fue Joseph Abdulá asesinado por neonazis o se ahogó en un accidente en la piscina Doctor Petzold de Sebnitz, un pueblo de 10.000 habitantes en la frontera entre Alemania y la República Checa? Sea cual sea el resultado de la investigación del fiscal sobre lo ocurrido al niño de seis años, hijo de un matrimonio germano-iraquí, en un caluroso día de junio de 1997, las profundas fisuras entre el este y el oeste de Alemania se han reabierto.Lo que en realidad le pasó al pequeño no es lo que más preocupa hoy en la bucólica región de la Suiza sajona, en las riberas del Elba. En una semana, una historia espectacular se ha montado y desmontado como una carpa de circo: los supuestos culpables del crimen han sido detenidos y liberados; los supuestos testigos han ratificado su declaración y la han retirado después, y la acusadora, Renate Kantelberg-Abdulá, la madre de la criatura, ha sido, a su vez, acusada de instigar falsos testimonios (en su mayoría menores de edad).La información que el diario populista Bild publicó el 23 de noviembre -"Neonazis ahogan a un niño. ¿Calla toda una ciudad?"- ha perdido contundencia, pero los fantasmas de la sociedad alemana se han colado en una región, antaño famosa por su producción de flores de seda y hoy dependiente del turismo. La reacción a la historia del Bild ha sido la de una comunidad "nerviosa", según la terminología del historiador Joachim Radkau. Algunos se atreven incluso a hablar de "histeria". La búsqueda de "culpables colectivos" ha prevalecido sobre la realidad concreta.
En la farmacia del centro de Sebnitz había luz el jueves por la noche. El matrimonio de farmacéuticos formado por la alemana Renate Kantelberg (47 años) y el iraquí Saad Abdulá (48) asistía al registro de su casa. La fiscalía había ordenado confiscar los documentos de la autopsia que la familia, insatisfecha con la autopsia oficial, había ordenado realizar en el cuerpo de Joseph. La investigación entraba así en una nueva fase, donde está ahora.
Los refuerzos policiales enviados a Sebnitz (cerca de 200 agentes en varias furgonetas) siguen vigilando el pueblo, pero el alcalde, el democristiano Mike Ruckh, suspendió la manifestación contra la ultraderecha, prevista para el fin de semana, aunque la región es uno de los bastiones de los cabezas rapadas de Sajonia. Un acto público ahora, explicó Ruckh a esta corresponsal, podría atraer a radicales de diversos pelajes.
El Ayuntamiento también cerró el libro electrónico de visitantes, porque, si los mensajes recibidos hubieran sido bombas, el pueblo estaría tan arrasado como Dresde al final de la II Guerra Mundial. Los insultos, las comparaciones con los nazis y las amenazas (anónimas) han caído de forma furiosa y ciega sobre el pueblo y sus habitantes, sin esperar a que se aclarase la muerte de Joseph. "Lo que más me sorprende es el odio que expresan estos mensajes", dice el alcalde. "Sebnitz", explica, "ha vivido la peor semana en sus 750 años de historia". El alcalde contabiliza "daños materiales e inmateriales". Entre los primeros, están las anulaciones en el sector turístico y el estancamiento de la demanda inmobiliaria. El jefe de Gobierno de Sajonia, el democristiano Kurt Biedenkopf le ha prometido a Ruckh que habrá fondos especiales para compensar las pérdidas sufridas por esta localidad donde el paro real llega hasta el 30%. Biedenkopf y Ruckh están unidos por el espíritu corporativo de la CDU y ambos son wessies (alemanes occidentales) venidos al Este tras la reunificación.Injustamente tratado se siente Hans-Jürgen Schmidt, el director de la escuela Goethe, que está bajo la protección de la Unesco. Schmidt, que dice haber renunciado a hacer carrera en la RDA por no querer ingresar en el partido comunista, ha recibido una postal de Hamburgo donde se compara la situación de Sebnitz con la época del nacional socialismo. Entre los alumnos de la escuela Goethe está Diana Abdulá, la hermana de Joseph, una chica de 12 años que, según Schmidt, se relaciona poco con sus compañeros. Otra de las alumnas fue Uta, que hoy tiene 21 años y estudia Farmacia. Uta es la hija del farmacéutico Ekkehard Schneider y fue uno de los tres detenidos como sospechosos de la muerte de Joseph. Los otros fueron Maik (un aprendiz de 20 años) y Sandro (un obrero de 25). De los tres, sólo Sandro tenía una coartada perfecta, según Claus Bogner, el portavoz de la fiscalía en Dresde. Los otros, fueron liberados al retractarse los tres testigos fundamentales (un adulto y dos menores).
La guerra de las farmacias que enfrentaba a los padres de Joseph y a los de Uta se ha entrelazado en esta historia. "Mi hija jamás estuvo en la piscina", dice el farmacéutico Schneider, que es concejal de la Unión Cristiana Democrática en el Consistorio local, donde Renate Kantelberg es concejal socialdemócrata. Entre los 23 miembros del Consistorio también hay un ultraderechista del Partido Nacional Democrático (NPD), por cierto, un médico. El doctor Abdulá, que llegó al pueblo y abrió su farmacia en 1996, creía que los otros farmacéuticos del pueblo acaparaban las recetas, señala Schneider. Tras la muerte de Joseph, Renate interrogó por su cuenta a los testigos (en su mayoría niños), e incluso les dio pequeñas sumas. Lo que podría haber sido una propina para un helado se ha transformado ahora en un posible soborno. Sin embargo, las incógnitas son muchas. Una pandilla de ultras eran bañistas habituales de la piscina, la primera autopsia fue deficiente, los resultados de la segunda autopsia revelan huellas de violencia y rastros de un tranquilizante. Además, han aparecido nuevos testigos. ¿No sería mejor entregar el caso a la Fiscalía General del Estado? "¿Acaso cree que no nos bastamos para resolverlo", señala Bogner. El tema, admite, afecta a la reputación de Alemania del Este.
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