'Los yugoslavos nos dieron un curso de técnica individual'
Humanista radical, es la antítesis del ganador agresivo. César Argilés (Palma de Mallorca, 1941), que sustituyó hace dos meses como seleccionador a su amigo Juan de Dios Román, no ha podido lograr en el Campeonato del Mundo de Francia la sexta medalla del equipo nacional de balonmano desde 1996 tras haber logrado cinco al frente del conjunto juvenil y el júnior. Sin embargo, le duele que se hable de fracaso porque, según él, eso refleja 'la dañina educación deportiva de nuestra sociedad'.
Abogado y residente en Valencia, Argilés se enamoró de este deporte 'por la inteligencia táctica colectiva que requiere'. Para dormir 'muy bien' durante estos días de competición intensiva se imaginaba junto a su esposa en una cala mallorquina y leía Sed de champán, de Montero González. Pero en vez del cava ha probado la hiel de la decepción.
Pregunta. España ni siquiera ha alcanzado las semifinales en el recién concluido Campeonato del Mundo, ganado por Francia, la anfitriona. Un fracaso.
Respuesta. Podría emplearse ese término si hubiéramos jugado mucho peor que los demás favoritos, pero ése no es el caso. Jugamos mal un solo día. En el balonmano, como en el tenis, es razonable que el octavo o el noveno del escalafón te ganen y Yugoslavia está entre los cinco mejores, como nosotros. Sí hay decepción porque había unas enormes ganas, así como una sensación de frescura y poderío.
P. Sin embargo, la opinión mayoritaria...
R. Su periódico publicó recientemente un artículo sobre las sociedades que sólo privilegian al ganador y en las que el segundo clasificado ya es un perdedor. Ese planteamiento es muy nocivo para los ciudadanos, de los que pretendemos que se acerquen al deporte como un hábito muy beneficioso. Y, si lo aplicamos a los 24 países de este Mundial, crearía frustración en 23 de ellos. Debemos hacer un alto en ese tipo de presentación de la realidad deportiva, por muchos intereses económicos que haya detrás y que entiendo. Pero los buenos periodistas deben generar un ambiente mucho más distendido en la alta competición. Lo contrario nos lleva a la depresión colectiva: por cada triunfo que consiguen los deportistas españoles nos llevamos muchos disgustos, como cuando las selecciones de fútbol o de baloncesto son eliminadas.
P. ¿Están educados los españoles para disfrutar del deporte o, simplemente, para ver ganar a su equipo?
R. Hay muchas experiencias de ciudades en las que se llenaba el pabellón para ver a un equipo ganador. Pero, cuando ha dejado de ganar, no sólo ha bajado la asistencia de público, sino que incluso ha desaparecido dicho equipo y también el deporte al que pertenecía en el tejido social de esa ciudad. Por eso las sociedades de ganador único son peligrosas, incluso para el ganador. Hay que mirarse en el espejo de la estructura de la NBA, con sus controles salariales y de otro tipo para dificultar que el ganador sea siempre el mismo. Hay que lograr que, como ocurre en Australia y otros países, el público vaya a las competiciones con el fin primordial de disfrutar del deporte. Si su equipo gana, una alegría añadida. Me pareció maravilloso lo que dijo John Newcombe, el capitán de Australia en la final de la Copa Davis, en Barcelona: 'Oigan, que esto es sólo un encuentro de tenis; nada más'.
P. ¿Se exige demasiado al deporte español?
R. Claro. En cualquier escalafón mundial, de desarrollo tecnológico, industrial, etcétera, España está entre los puestos undécimo y decimotercero. No veo por qué en el deportivo tenemos que estar más arriba. E insistir en esa idea contribuye a un empobrecimiento de la sociedad.
P. ¿También se presiona en exceso al balonmano?
R. Me pregunto si no se le exige mucho más de lo razonable, porque otros deportes de equipo, con la excepción del waterpolo, no producen tantas alegrías. ¿Acaso el balonmano produce tantas decepciones? ¿Se invierte más en él que en otros deportes? También me duele en el alma la crítica contra la selección de hockey sobre hierba en los Juegos de Sydney o que nuestros mejores jugadores de voleibol tengan que emigrar. El futuro de los deportes de equipo en España resulta preocupante; entre otras razones, por los horarios de vida, que son perjudiciales para un entrenamiento intensivo.
P. Según esa tesis, ¿quién debe reeducar a los ciudadanos?
R. Hay que establecer normativas que promuevan otro uso del tiempo de los españoles. Los sociólogos deben dar ideas para que la sociedad sea más lúdica y sin que la práctica deportiva resulte traumática. Por supuesto, la prensa debe compaginar mejor los intereses empresariales con su función social. Y los ciudadanos deben replantearse la conexión entre su estado de ánimo de lunes a viernes y lo que haya hecho su equipo el fin de semana. No creo que así sean más felices.
P. ¿Por qué perdió España en los cuartos de final?
R. Los yugoslavos nos dieron un curso de técnica individual. Nuestros fallos en los lanzamientos propiciaron muchas oportunidades de contraataque fácil. Y en la defensa no supimos frenar las penetraciones con fintas. A pesar de esa acumulación de errores, el equipo reaccionó y estuvo a punto de empatar. Si el partido hubiese durado tres minutos más, les ganamos. Ellos estaban rotos.
P. ¿Falló usted en algo?
R. Teníamos que haber hecho una defensa hombre a hombre cuando los yugoslavos sufrieron una triple exclusión. Y tengo algunas dudas sobre el gran margen de creatividad individual que he otorgado a partir de los movimientos rutinarios. Quizá debería estrecharlo, pero me cuesta.
P. Constantini, el seleccionador francés, dijo hace una semana que España, sin Duishebáiev, no subiría del quinto puesto. Los yugoslavos anularon a Duishebáiev.
R. Constantini valora poco al resto del equipo español sin conocerlo suficientemente. Ahora bien, es cierto que Duishebáiev nos llegó del cielo y que ya tiene 32 años. Hay que pensar en el relevo. Las pruebas con Entrerríos van bien y tengo otros cuatro centrales en observación: Raúl, Amargant, Chechu Fernández y Pérez Canca.
P. Sus jugadores le elogian por su bondad, pero hay quien piensa que el entrenador debe ser un tipo duro.
R. Después de cuatro millones de años de vida en la Tierra, es una falta de inteligencia no llevarse bien con quienes te rodean y comparten tus aficiones. Habría que preguntárselo a Johansson, el seleccionador de Suecia, que ha disputado su séptima final consecutiva . Uno de sus métodos es que los jugadores representen obras de teatro para mejorar la coordinación del grupo. Todos le consideran un padre o un amigo mayor. Las actitudes de 'ordeno y mando' no aseguran nada, aunque a veces haya que mostrarse duro en la corrección de los errores. Un equipo de balonmano no es un pelotón militar.
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