La abrumadora victoria del líder conservador obliga a Bush a afrontar el proceso de paz
La Adminstración de Bush II albergaba, seguramente, la esperanza de no tener que ocuparse del avispero de Oriente Próximo en unos cuantos meses. Una victoria del laborista Ehud Barak, bien que imposible, se lo habría permitido; un triunfo más o menos modesto del ultraderechista Ariel Sharon, también; pero su victoria por 25 puntos -aunque sólo sobre un 62% del electorado, lo que apunta más al descrédito de Barak que al aprecio de Sharon- obliga a Washington a fregarse con los detritus del proceso de paz mucho antes de lo que quisiera. El nuevo líder de Israel estará en la capital norteamericana antes de fin de mes para recordárselo, y el comunicado de la Casa Blanca afirmando ayer 'que hay que dar una oportunidad al nuevo Gobierno israelí de continuar con el proceso de paz para asegurar la estabilidad de la región', fue el necesario acuse de recibo. [Desde el martes, el secretario de Estado, Colin Powell, ha hablado con líderes políticos de Jordania, Siria, Arabia Saudí y Egipto -además del propio Sharon- para evitar que se den 'provocaciones y contraprovocaciones' en la zona. Powell llamará lo antes posible a Yasir Arafat, según el Departamento de Estado.]
Como si fuera una astrológica coincidencia de fechas, en las últimas horas se han ido perfilando los nombramientos de Bush el Joven para los negocios de la zona. Entre ellos destaca el de Richard Haas, hasta ahora vicepresidente de la Brookings Institution, que ocupará el puesto de director de planificación política en el Departamento de Estado. Con Bush el Viejo, hace 10 años, ya había sido director de Asuntos del Oriente Próximo en el Consejo Nacional de Seguridad, y es bien conocido por su oposición a las sanciones norteamericanas contra Irán, y también como muy crítico de la política israelí de colonización de los territorios, entonces y ahora, uno de los grandes obstáculos para la paz. Haas debería trabajar con William Burns, hoy todavía embajador en Jordania, que se presume que asumirá la Subsecretaría de Oriente Próximo.
No ya los palestinos, sino la propia diplomacia de los Estados árabes limítrofes, subraya hasta con demasiado fervor que el equipo de Bush II va a ser muy diferente del de Clinton, con lo que se quiere decir que va a haber más equilibrio y menos israelofilia. Lo cierto es que el presidente no ha nombrado a un solo judío en su Gabinete, y parecen liquidados los tiempos en que el principal desfacedor de entuertos norteamericano en el área, Dennis Ross, era un judío sionista, y cuando el embajador en Tel Aviv, Martin Indyk, judío, fue relevado de su puesto porque tuvo la osadía de opinar que Jerusalén debía ser compartida por israelíes y palestinos -aunque la razón formal fuera muy otra- antes de que el propio Barak botara esa idea.
Diplomáticos israelíes aseguraban ayer a representantes de EL PAÍS que no era de temer ninguna purga en Exteriores, como sí hizo Barak, con el cambio de Gobierno, además de su esperanza de que Sharon formara un Gabinete lo más amplio posible, lo que, quizá, traducía su deseo de que el próximo ministro del ramo fuera el veteranísimo e incombustible laborista Simón Peres, bien conocido de Washington, que a los 77 años aguarda todavía su gran oportunidad. Pero todos coincidían en que el volumen de la victoria de Sharon era 'una declaración política sin precedentes del electorado israelí' que obliga a todo el mundo, Washington el primero, a concederle al matamoros -literal, no figurado como el apóstol- 'el beneficio de la duda'. Con aún menor entusiasmo que el que cabe imaginar en Washington, esos eran los exactos términos en que se expresaba Nabil Shaath, ministro de Planificación de la Autoridad Palestina, que preside Yasir Arafat.
Un chiste para israelíes con estudios dice: Un padre de la izquierda laica, que ha educado a sus hijos en los principios del mejor liberalismo europeo, pregunta a su vástago de ocho años a quién votaría, y el niño responde sin vacilar: 'A Sharon'. 'Pero, ¿cómo es eso?', exclama el padre. 'Sí, claro', continúa el infante, '¿no me has dicho siempre que si ganaba Sharon nos íbamos todos a vivir a América?'.
A vivir, no, pero a persuadir, sí que ha de ir Sharon a Washington, porque su misma victoria le va a allanar el camino para la formación de un Gabinete, ancho o estrecho, que puede durar más que los pocos meses que muchos preveíamos. La era Sharon, bajo 'el beneficio de la duda', ha comenzado.
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