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Columna
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El señor de Alcorcón

Juan José Millás

Reza el anuncio que un minuto con Telefónica es mucho más que un minuto. Y no sólo desde el punto de vista de la facturación, añadimos nosotros. Que le pregunten, si no, a Raúl Chamorro cuántos siglos le parecieron las tres horas que permaneció con el dedo atrapado en uno de los cepos de esta empresa.

Traten de imaginar la escena dentro del aparato, con todas las monedas revolucionadas por la presencia del dedo.

-Ha caído otro dedo, ha caído otro dedo -gritarían las de veinte duros.

-Oh, oh, oh -añadirían con su boca redonda las de cinco.

Congeniarían enseguida el dedo y las monedas porque muchas de ellas estarían secuestradas también de forma indebida.

-A mí me metieron para una conversación de 25 pesetas -diría una moneda de 100-, pero al colgar no salieron las tres monedas de 25 que tenían derecho a ser liberadas.

-Pues a mí -añadiría una de 500- me usaron para dar un aviso urgente de 100 pesetas, pero luego no permitieron que abandonaran la caja las cuatro de cien cuya libertad habíamos comprado mi dueño y yo.

-Se ve que ya están hartos de robar monedas -dijo un duro- y han comenzado a robar dedos.

-En Inglaterra es normal -sentenció otro-. Había un hospital donde los médicos les sacaban los hígados a los niños para venderlos en el mercado negro.

-Sí, pero en Inglaterra, cuando se enteraron, llegó la policía y lo desmanteló todo. Telefónica lleva años quedándose con el cambio sin que intervenga el fiscal general del Estado ni el Defensor del Pueblo. Nadie.

-Y para un dedo justiciero que intenta recuperar lo que es suyo, fíjate lo que le pasa.

Mientras las monedas conversaban entre sí, el dedo lloraba amargamente. Lo peor que le puede pasar a un dedo es entrar en un sitio del que luego no puede salir, aunque se haya metido para hacer el bien, como en el caso que nos ocupa. El dedo lloraría amargamente, digo, pensando que su destino era la amputación. Entre hipido e hipido, preguntó si había más dedos dentro de la horrible mazmorra.

-En esta cabina -le respondieron enseguida- secuestran cada día diez mil pesetas y siete dedos.

-¿Y qué hacen con las pesetas?

-Suponemos que las meten en la bañera del dueño, para que se revuelque en ellas. Dicen que el dueño anterior se llevó más de cinco mil millones en monedas a Miami y llenó con ellas una piscina olímpica en la que ahora se pasa el día hociqueando.

-¿Y con los dedos? ¿Qué hacen con los dedos?

-Unas veces se los meten en las narices, porque a los ricos les da asco utilizar los propios para ese menester, y otras los utilizan para hacer gestos obscenos a los usuarios que se quejan. ¿Qué clase de dedo eres tú?

-Un dedo corazón.

-Pues eres el dedo ideal para ese cochino trabajo. Lo sentimos por ti.

Y mientras este drama se desarrollaba en el interior de la fría mazmorra de acero, afuera un ejército de bomberos intentaba liberar sin éxito al pobre apéndice.

Como ello no fuera posible, porque la prisión estaba diseñada, como los cepos de las ratas, para que los dedos pudieran entrar, pero no salir, decidieron llamar por teléfono a Telefónica.

Llamar por teléfono a Telefónica debería estar chupado. De hecho suena a redundancia, pero fue una redundancia angustiosa, de tres horas, tres horas de frío e incertidumbre sin saber si iba a devolver el dedo entero o a quedarse con el cambio.

Al final llegó un señor que vive en Alcorcón, y que tiene la llave de la mazmorra en un cajón de la cocina de su casa, junto al sacacorchos, y lo resolvió todo en un plis-plas.

Parece mentira que una multinacional de ese tamaño dependa de un señor que vive en Alcorcón, pero en los cuentos de hadas todo es así de inverosímil. Los sapos se convierten en hadas, las ratas en caballos, los minutos en horas y las horas en siglos.

Un minuto con Telefónica es más que un minuto. En casos como el que nos ocupa es una eternidad. Los bomberos han pedido que les dejen a ellos la llave del señor de Alcorcón, pero Telefónica dice que eso sería como darles la llave de la caja recaudadora, y no se fía, claro, porque piensa el ladrón que todos son de su condición.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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