LA MANIPULACIÓN DEL EUSKERA
La lengua vasca está atrapada en la vorágine política. Patrimonializada por el nacionalismo, se trata de construir sobre ella el proyecto independentista - La realidad sobre su uso difiere de la versión oficial
Las vigorosas políticas lingüísticas de discriminación positiva del euskera han conseguido que en sólo dos décadas el porcentaje oficial de la población vascoparlante pase del 20% al 30%. El euskera ha salido de su secular reducto del habla coloquial para convertirse en una lengua en la que se imparten las materias universitarias. Dispone de un canal exclusivo de televisión y radio con una audiencia cercana al 10% y produce anualmente una media de 1.200 libros, un tercio de los cuales pertenecen a la literatura y al ensayo. Hoy es una lengua aceptada y deseada por la práctica totalidad de la población vasca, aunque no faltan las críticas a la manipulación política que se ejerce con ella y la amargura en aquellos sectores, funcionarios de la Administración y profesorado principalmente, que han sufrido los 'efectos colaterales' de unos programas de euskaldunización forzosos, juzgados en algunos casos excesivos.
Si en 1977 únicamente el 3% del profesorado vasco se decía capaz de enseñar en euskera, hoy ese porcentaje alcanza nada menos que el 62%. Según fuentes de la Consejería de Educación, 700 profesores, de un total de 15.500, han sido apartados de las funciones docentes y cumplen funciones accesorias, como la vigilancia en los comedores, por no haber acreditado el perfil lingüístico necesario. Varios miles más, en una cifra díficil de establecer -sólo en la enseñanza primaria de Guipúzcoa, 500 han pedido el traslado fuera de Euskadi este año-, han abandonado Euskadi a lo largo de estos años. El 56% de los niños de tres años que entran en el sistema educativo se incorpora al modelo D de enseñanza, íntegramente en euskera, con el castellano como asignatura.
La inversión económica -la partida de gastos suplementarios para el euskera de las administraciones públicas vascas ascendió en 1997 a 14.500 millones de pesetas, el 1,53% del presupuesto de la comunidad- es considerable, pero lo es mucho más el esfuerzo desplegado por la sociedad vasca a lo largo de estos años. Pese a la normalidad que se pretende desde las instancias públicas y la ruptura del carácter monolítico inequívocamente nacionalista que ha teñido el mundo del euskera, la lengua vasca sigue, sin embargo, atrapada en la vorágine política del país, patrimonializada e instrumentalizada por ese sector de vocación monolingüe que, más aún desde la apertura de la vía soberanista, trata de construir sobre ella su proyecto independentista. La advertencia lanzada hace veinte años por un nacionalista lúcido, desgraciadamente desaparecido, como Koldo Michelena, 'el euskera no puede convertirse en arma política', sigue cayendo en saco roto y hay quienes piensan, con el escritor Luis Haramburu Altuna, que 'uncir el euskera a la suerte del nacionalismo es ligarla a la suerte del propio nacionalismo, que no tiene más que cien años'.
A juicio de Haramburu Altuna, una lengua milenaria que ha sobrevivido a los avatares de la historia puede muy bien llegar a sucumbir al descrédito del nacionalismo étnico y a la acción de ETA. Al grito de 'asesinos del euskera', militantes de Euskalherrian Euzkaraz (en Euskalherria, en Euskera), grupo que se caracteriza por borrar el castellano de los rótulos bilingües, se manifestaron recientemente ante una sede del PSE poblada de socialistas amenazados de muerte por ETA. Hay indicios de que los vínculos personales afectivos establecidos en torno a la lengua se resquebrajan ante la apropiación ideológica, ante el saqueo político del euskera. Ocurrió hace unos meses en San Sebastián, y aunque la anécdota pueda ser considerada menor, revela el alambicado mecanismo de asociación de ideas que provoca una situación tan pervertida como la vasca. Para su propia sorpresa, una persona euskaldun que trabaja atendiendo al público reaccionó ante la noticia de que se había producido un intento de atentado contra un amigo negándose a atender en euskera a la clientela que se le dirigía en esa lengua. 'No puedo explicarlo muy bien: supongo que reaccioné así pensando que el euskera está mucho más introducido en el nacionalismo, que ETA es nacionalista y que el resto del nacionalismo mantiene una actitud condescendiente o cómplice. Creo que inconscientemente quise marcar mi separación de ese mundo', explica.
Si la eclosión del vascuence no es la causa del soberanismo, la apertura de la vía de Lizarra ha radicalizado y acentuado la agitación y efervescencia política ligada a la lengua y, sobre todo, reforzado el intento de hacer del euskera la principal seña de identidad del vasquismo. ¿Puede una sociedad tan plural como la vasca construirse sobre esa base excluyente, sobre la negación del castellano, sobre la permanente culpabilidad sobrevenida por una pérdida que se remonta a siglos atrás, sobre la ignorancia de que en comarcas como la de las Encartaciones en Vizcaya, el euskera no estaba probablemente presente hace mil años? ¿Pese al espectacular avance de la lengua y a la actitud favorable de la práctica totalidad de la población no se corre el riesgo de que el euskera se convierta en bandera exclusiva de una parte de la sociedad? Porque es verdad que el euskera se utiliza como piedra arrojadiza, como ladrillo de una patria futura excluyente y como proyectil que disparar a los enemigos.
En 1992, cuando el dirigente socialista Fernando Buesa, asesinado hace un año, manifestó a la prensa que el proceso de normalización del euskera debía tener en cuenta la necesidad del aprendizaje del inglés, no pocos lectores vascos comprendieron íntimamente alarmados que el entonces consejero de Educación acababa de traspasar una línea prohibida, altamente peligrosa. Como se ha visto, la condición de representante socialista basta y sobra para ser incluido entre los objetivos de ETA, pero hay pocas dudas de que aquel día el nombre de Fernando Buesa quedó fatídicamente encerrado en el círculo característico que la organización terrorista traza sobre sus víctimas preferenciales. Por supuesto, el consejero de Educación fue declarado enemigo público del euskera por la potente Federación de Ikastolas y denostado en los medios nacionalistas.
El euskera es la piscina sagrada en la que deben sumergirse, aunque sea simbólica, figuradamente, los verdaderos vascos y también el lago helado, extremadamente frágil y peligroso por el que deben aprender a deslizarse todos aquellos que no quieren ser tachados de enemigos del pueblo. Interrogarse en voz alta sobre el fundamento y la racionalidad de la actual política lingüistica es tabú, crimen de lesa patria y traición. Extrañamente, en un país en el que sólo un tercio de la población afirma, y exageradamente, a todas luces, que puede expresarse en la 'lengua propia', no hay lugar para un verdadero debate social sobre el alcance y los ritmos de los planes de euskaldunización, o lo que es lo mismo, y así lo reconocen cualificados responsables de política lingüística, 'no llega el momento propicio para trasladar a la sociedad una discusión sosegada sobre el asunto'.
Es un debate permanentemente oculto que sólo se destapa en los círculos de confianza y que no cuaja en la sociedad fundamentalmente por el miedo a la descalificación, por la enorme autocensura que impone, en último término, el terrorismo. Las críticas se hacen de manera tan soterrada que algunas de las personas damnificadas por el proceso, maestros apartados de la docencia por no haber alcanzado el perfil lingüístico, cuyo testimonio ha sido recabado para este reportaje, se han negado a identificarse con su nombre y apellido ante el propio entrevistador. Quienes sí se identifican, alguno de ellos con 30 años de docencia y una tarea profesional en su haber que en cualquier otro lugar le habría merecido un homenaje, describen un paisaje humano de frustraciones. 'Yo sabía que me iba a resultar imposible dar clases con el mismo nivel de exigencia en una lengua que no es la mía por mucho que me permitieran estudiarla durante tres años. He sido apartado del equipo directivo y de la docencia y hoy me ocupo de tareas que casi podría llamar pintorescas. Vivo esto como un gran fracaso'.
Hay, de hecho, profesores que, pese a haber aprobado el nivel lingüistico oficial que les capacita para la enseñanza en euskera, reconocen que la calidad de la clase que imparten es notablemente inferior a la que podría prestar en su lengua materna. También alumnos que indican que a determinados profesores 'no se les entiende muy bien'. No hay verdaderos estudios sobre el impacto en la calidad de la enseñanza y los informes que barajan los defensores y los detractores de la ley se neutralizan mutuamente. 'El bilingüismo no es un factor de pérdida de calidad', sostiene el viceconsejero de Educación, Alfonso Unceta. Antiguos responsables nacionalistas de políticas lingüísticas admiten hoy, eso sí, que el sistema no ha tenido el calor humano necesario para compensar anímicamente a las víctimas de los 'efectos colaterales' y reconocen igualmente que entre el funcionariado la adquisición del conocimiento no va parejo, en absoluto, con el uso efectivo de la lengua. Profesionales muy valiosos han sido sacrificados silenciosamente en las premuras impuestas por aquellos que creen que la vasquidad, la existencia misma del pueblo vasco, depende de la salud de la lengua. Son gentes que fomentan el sentimiento permanentemente agónico del pueblo vasco, que otorgan al euskera una cualidad trascendental, mística, una cosmovisión que daría la verdadera naturaleza y personalidad de los vascos, que más que un afecto natural hacia la lengua, lo que sienten, hasta incurrir en la ñoñería, es un pálpito de emociones irrefrenables.
Lógicamente, quien expresa más crudamente esta visión integrista es la propia ETA. En el comunicado del 2 de septiembre de 1998, en el que llamaba a 'defender el euskera', decía entre otras cosas, lo siguiente: 'Sin euskera no hay Euskal Herria' (...). 'Si desaparece algún día, desaparecerá el corazón de Euskal Herria (...) se convertiría en un territorio francés y español (...) todavía se están plantando semillas del francés y del español (...), el euskera no está fuera de la política (...), el euskera tiene enemigos dentro de Euskal Herria (...), los enemigos del euskera no tienen derecho a vivir en nuestro pueblo (...), hay que responder sin complejos a los ataques que sufre el idioma. No es un trabajo pequeño el que tenemos por delante'.
La realidad oficial es que en Vizcaya el 17,8% de la población es bilingüe y que existe un 18,4% de bilingües pasivos, gentes que por su nivel de conocimiento generalmente no practican la lengua. En Guipúzcoa, estos porcentajes se elevan al 43% y al 13%, respectivamente, y en Álava, al 7,8% y al 14,6%. En Navarra, ambos índices se sitúan algo por encima del 9%. Los perfiles lingüísticos asignados a los funcionarios de las distintas administraciones se establecen en función del nivel de conocimiento de cada provincia, con la fórmula de sumar al porcentaje de bilingüismo la mitad del bilingüismo pasivo.
Dada la realidad, los sentimientos de amor ilimitado hacia la lengua conviven con una notable hipocresía social, en la que lo que cuenta es la pertenencia ideológica, la declaración de intenciones, el querer que se imponga a todo el mundo lo que uno no se ha autoimpuesto. 'No sé euskera, pero lo apoyo en todo. No sé euskera, pero mis hijos van a la ikastola'. El diputado general de Vizcaya, el alcalde de Bilbao y otros altos cargos nacionalistas no saben euskera. Sí el lehendakari Ibarretxe, que lo ha aprendido de adulto. Como tampoco lo sabe el portavoz del PNV en el Congreso. Iñaki Anasagasti argumentó su crítica al nombramiento del obispo de Bilbao con la frase, equivocada en lo que se refiere al prelado: 'Loro viejo no aprende'. ¿En qué lengua hablablan los ocho activistas de ETA que el pasado día 8 asaltaron el polvorín de Grenoble para llevarse consigo 1.600 kilogramos de explosivos? 'Hablaban en español', han dicho unánimente los empleados y guardas de seguridad del polvorín. Y eso que por razones de clandestinidad, que les obligan a permanecer recluidos en sus casas, hay que suponer que los activistas de ETA disponen de todo el tiempo del mundo para ilustrarse. El reproche general al campo político no nacionalista es el de su falta de interés, de curiosidad, su desconocimiento, una ignorancia y unos prejuicios que hicieron, por ejemplo, que ningún representante del PSE o del PP acudiera al funeral por el académico Aita Villasante.
Ahora, en vísperas electorales, el nacionalismo en el poder atribuye a la oposición PP-PSE, erigida en alternativa, el propósito de romper el consenso político hilvanado en las dos décadas pasadas, fundamentalmente con los socialistas, en torno a la Ley de Normalización del Uso del Euskera de 1982 y a su posterior desarrollo legislativo. 'Una hipotética victoria electoral del PP-PSOE supondría un retroceso de 30 años', ha declarado, sin ambages, el presidente de Partaide, la asociación que agrupa a ikastolas no integradas en la escuela pública. Es lo que vienen a decir los líderes nacionalistas del PNV, EA y EH, lo que sostienen muchos de los múltiples organismos y asociaciones implicados en la enseñanza, el fomento o la producción en euskera. El nacionalismo en su conjunto ha encontrado en los decretos del Gobierno vecino navarro de UPN (Unión del Pueblo Navarro) que han retirado el euskera de los rótulos hasta ahora bilingües en Pamplona y el resto de la Zona Media de esa comunidad, un inquietante precedente de lo que acarrearía la llegada al poder del PP-PSOE.
Aunque la acusación responde fundamentalmente a propósitos movilizadores, de agitación electoral, el nacionalismo sí parece haber interiorizado el temor a que la alternancia establezca algunos límites y atempere el actual ritmo del proceso de euskaldunización. Tanto el candidato a lehendakari del PP, Jaime Mayor Oreja, como el del PSE, Nicolás Redondo -ninguno de los dos habla euskera-, niegan la mayor subrayando su compromiso político de apoyo a la lengua, descartando todo revanchismo y desmarcándose de la actitud del Gobierno navarro, pero tampoco ocultan su propósito de poner freno a determinados abusos e imposiciones, a acabar con el adoctrinamiento ideológico que se practica en ocasiones bajo el manto de la enseñanza del euskera. 'Los socialistas no vamos a romper el consenso político sobre la ley de 1982, lo que vamos a romper en todo caso es con la aceptación acrítica con algunas aplicaciones de la ley, con determinados comportamientos y con la falta de control del dinero público', señala Maite Pagazaurtundua, responsable del área de euskera del PSE, partido que dirigió la Consejería de Educación durante 8 años, desde 1987 a 1995.
Quienes temen verdaderamente el cambio son la pléyade de grupos y organismos que viven casi exclusivamente de las subvenciones públicas, desde los AEK (centros de alfabetización de adultos), cuyos dirigentes han sido procesados por el juez Garzón, hasta el diario Egunkaria, pasando por el entramado editorial. Es un universo asociado tradicionalmente a HB que ahora empieza a despegarse de sus pasados vínculos, alarmado por la deriva de ETA, temeroso quizás de ser arrastrado en una dinámica incontrolada y de perder las estructuras sociales, ideológicas y económicas obtenidas durante estos años. La división derivada del Pacto de Lizarra acrecienta, claro está, esa sensación de fractura, no tanto en los consensos considerados básicos como en la confianza política que los hizo posibles. Lizarra entierra largos años de colaboración entre el PNV y el PSE y hace que afloren en las filas socialistas las voces críticas que piden que se revise seriamente esa pasada colaboración.
'Los socialistas nos comprometimos intensamente en la política lingüística aun a sabiendas de que íbamos contra los intereses de unos 4.000 profesores situados más o menos en nuestro campo político. Hemos tenido un gran protagonismo en la promoción de la ikastolas, pero, en defintiva, lo que hemos hecho es gestionar y moderar, en lo posible, el proyecto nacionalista. Estábamos acomplejados, impregnados de la idea falsa de que todo lo que era euskaldunización era progresista y ahora vemos que hemos alimentado un nacionalismo etnicista', indica un antiguo alto cargo de la Consejería de Educación que prefiere situarse en el anonimato. 'No comprendimos', añade la misma fuente, 'que con el nacionalismo no se negocia verdaderamente un consenso entre los diferentes proyectos de país, sino, todo lo más, determinadas pautas y ritmos'.
Desde el nacionalismo más templado, menos imbuido de la visión religiosa sobre el euskera, la lectura que se hace de ésta y de otras reacciones similares es que 'hay sectores de la población que han empezado a disociarse psicológicamente de los elementos identitarios vascos, de la idea misma de Euskadi'. Los partidos no nacionalistas, tradicionalmente inhibidos, pasivos, ante la lengua, responden que 'no hay divorcio con la idea de Euskadi, pero sí con la idea nacionalista de Euskadi'. Los técnicos en política lingüística son categóricos cuando afirman que la 'tensión social y política es sumamente dañina para el euskera'.
Y sin embargo, pese a la moderación que ejerce la Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia, pese a las iniciativas que buscan liberalizar, secularizar la enseñanza de la lengua, pese a que los autores más reconocidos, Bernardo Atxaga, Ramón Saizarbitoria, Anjel Lertzundi, distan todo de la visión dogmática del euskera, hay mucha gente en el mundo euskalzale que sólo cree en la presión y en el tensionamiento social. No son sólo los militantes de Haika o Ikaste Abertzalea o los profesores que castigan a los alumnos por hablar en castellano. El PNV y EA se manifiestan con EH en defensa de los procesados de AEK, siguen tiñendo de simbología nacionalista las manifestaciones populares: Korrika, Kilometroak, Bai Euskarari, etc., de 'defensa' del euskera, aportando desde Udalbiltza (la asociación de concejales nacionalistas creada en el Pacto de Lizarra) partidas millonarias de las arcas públicas a actividades: campamentos de verano, guarderías, enseñanza en euskera de los vecinos vascofranceses. En materia de lengua vasca, Euskadi es tan desprendida que está dispuesta a cubrir las subvenciones que no da a sus ciudadanos el Gobierno de la cuarta potencia económica mundial.
Muy escasos de representación propia en el mundo euskalzale, PNV y EA acusan enseguida el tirón radical que proviene del mundo de la enseñanza, de la difusión de la lengua y del mundo editorial, un tupido entramado de intereses políticos, económicos y culturales, que ha ido creciendo al calor de las subvenciones y del compromiso militante. Hay quienes ven en esa conexión, en ese ascendente, una explicación, incluso, de la entrada del PNV por la senda soberanista.
Sin duda, la actitud del Gobierno navarro responde al convencimiento de que el euskera es un elemento de penetración del nacionalismo en esa comunidad. Escritores euskaldunes como Matías Múgica, crítico con la iniciativa del Ejecutivo navarro, 'un gesto hostil y gratuito', dice, comparten la idea de que efectivamente los nacionalistas siguen utilizando el euskera en esa comunidad como una vía de penetración ideológica. Durante años, el nacionalismo vasco ha creído igualmente en la idea de 'a más euskera, más nacionalismo'. De hecho, el presidente del PNV, Xavier Arzalluz, lo puso de manifiesto, implícitamente, en 1996, cuando dijo que los socialistas están en contra de la lengua vasca porque 'saben que si la gente asentada aquí va entrando por el euskera, su voto queda ya sujeto a otras cosas y ya no sería lo de antes'. Para disgusto de Arzalluz, esa ecuación, que pudo ser verdad en determinados momentos y en determidas áreas, está revelándose sin fundamento. Los alumnos de euskera no admiten ya tan acríticamente el adoctrinamiento más o menos camuflado que han ejercido una parte de los enseñantes, aquellos ejercicios dirigidos a estimular la práctica oral que consistían, por ejemplo, en participar en un simulacro de secuestro.
De hecho, la extensión del euskera no está trayendo consigo un incremento del nacionalismo, como lo prueban los datos electorales y las encuestas que indican que la pertenencia afectiva de la población, declarada en su mayoría vasca y española, siguen más o menos inmutables. A despecho de quienes creen que sólo la fuerza y la imposición hará posible esa Euskadi soñada que muchos vascos viven ya como una pesadilla.
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