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Columna
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Entre dos aguas

El cielo azul, luminoso, a trechos moteado de gaviotas, alguna otra ave marina o mecánica y el agua, mezclada de dos mares bien distintos, abrigan y dan cobijo a las embarcaciones que navegan por el Estrecho: mercantes, barcos deportivos, pateras, etcétera, y a las que permanecen amarradas en los puertos: pesqueros y un sumergible del que hace tiempo no se habla o se menciona poco.

Sí señor, ¡bingo!, es el submarino británico Tireless, atracado para su reparación en el muelle de la colonia británica de Gibraltar desde hace aproximadamente un año.

Cuando llegó el submarino atómico averiado por grietas en una de sus no menos atómicas tuberías, recuerda el pueblo cómo se puso el patio: declaraciones de alcaldes, marchas sobre el Peñón, presidente autonómico en cabeza e incluso asalto de Greenpeace.

Don José María Aznar y su Gobierno un día daban una de cal y otros la misma dosis, pero de arena. Hablaba el presidente hoy y decía que el submarino era hasta saludable. En otros momentos de insólita lucidez opinó que no, que sería conveniente llevarlo a Inglaterra a casa de su amigo Tony.

El Ministerio de Asuntos Exteriores, a callar, que ellos son diplomáticos y no entran ni salen de casa sin consultar previsoramente a los oráculos, no vayan a meter la pata, cosa que en ese oficio está muy mal vista.

Y llegó la diversión, mejor dicho, las diversiones en forma de vacas locas con encefalopatía espongiforme y la glosopeda, mal llamada fiebre aftosa. Porque la fiebre y las aftas son síntomas de la enfermedad.

Vinieron como una maldición para la agricultura y la ganadería, para pequeños ganaderos y como una bendición sobre el polémico buque que aprovechó, y sigue aprovechando, esa turbia, pestilente, marea para hundirse de modo controlado y navegar entre dos aguas sin enseñar siquiera el periscopio.

Han aprovechado que los medios de comunicación en general picaron el anzuelo de las desgracias campesinas, del terrorismo etarra y las preelecciones vascas últimamente y pusieron a trabajar a los fontaneros de la Royal Navy. Éstos, diligentes, dicen haber soldado la rajita por la que se escapaba el agua radiactiva y han hecho ya las pruebas hidrostáticas delante de un colega español de cuyo nombre nadie puede acordarse.

Ahora quieren arrancar el reactor aquí: al lado de casa y, claro, la gente vuelve a tener la mosca detrás de la oreja y encerrarse en el Ayuntamiento intentando hacer presión y no chamuscarse los pelillos el mes que viene, cuando le den los ingleses al contacto.

¿Los políticos?, oiga, pues nada; no dicen ni pío. Seguramente están esperando a ver qué pasa y si hace ¡pum!, la oposición responsable que quede en pie dirá: 'No, si ya lo decíamos nosotros. Váyase, señor Aznar'. Si no lo hace, el Ejecutivo proclamará: 'No, si ya lo decíamos nosotros. Es usted un zopenco, señor Rodríguez Zapatero. Váyase, señor Chaves'.

Desde aquí se recomienda a todos los andaluces que cojan un taruguito de pino, se lo metan en el bolsillo y vayan tocando madera, pues mayo ya está ahí, a la vuelta de la esquina.

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