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Ética planetaria: ¿misión imposible?

El título de un reciente libro de Leonardo Boff me sirve de excusa para retomar lo que seguramente constituye uno de los temas más importantes del nuevo siglo, todavía pendiente: la necesidad de establecer una jerarquía de prioridades en todas nuestras actividades públicas y privadas, con el propósito de lograr una pronta satisfacción de las necesidades más básicas e imprescindibles de cualquier ser humano. La vieja cuestión, en definitiva, de avanzar hacia una ética planetaria que guíe las políticas públicas y el día a día de todos los colectivos sociales

Sólo que nos tomemos la molestia de hacer un repaso a la prensa de cualquier semana o de dar un vistazo a las web de los principales organismos internacionales del sistema de Naciones Unidas (Unicef, ACNUR, OMS, OCHA, etc.), o de las ONG más destacadas, comprobaremos que es posible delimitar con claridad un listado de temas pendientes y recurrentes en el planeta: más de la mitad de los conflictos armados actuales tienen más de diez años de antigüedad, generan gran cantidad de refugiados y no están en vías de resolución; la epidemia del sida ha adquirido dimensiones bíblicas en el continente africano, y se repiten inundaciones en países que continúan sin tener los medios mínimos para socorrer a sus poblaciones; el cambio climático no es ya una hipótesis, sino el resultado comprobado de una nefasta relación depredadora y agresiva contra la naturaleza... La lista es larga, y tiene como denominador común el sufrimiento y el abandono de millones de personas, la hipoteca del futuro y la falta de iniciativas de calado capaces de revertir las dinámicas negativas que vemos en el mundo.

El inicio del nuevo siglo tendría que ser un estímulo y una oportunidad para revisar a fondo aquellas dinámicas sociales, económicas, políticas y ecológicas que marcan el presente y que condicionan el devenir de la humanidad. Tenemos el deber moral y la responsabilidad de conocer y debatir aquellas tendencias que continúan provocando exclusión, sufrimiento, deterioro ambiental, pérdida de oportunidades, desequilibrios e injusticias, ya sea a nivel regional o internacional. El mundo vive momentos de profunda inquietud ante el surgimiento de nuevos problemas y desafíos, así como por la continuación de viejos e importantes problemas no resueltos, ya sea por la falta de decisión política, por habernos acomodado a una cultura poco dada al sacrificio y a la responsabilidad, por la ausencia de liderazgos internacionales con visión de futuro, por la debilidad de organismos que tendrían que hacer frente a estos retos, o por la pérdida de la consciencia de que pertenecemos a una comunidad biótica.

Las prioridades dadas a cosas superfluas o elitistas, y la falta de coraje político para realizar las necesarias correcciones estructurales que podrían alterar las dinámicas negativas y destructivas del mundo de hoy, provocan al menos una amplia reacción de numerosos sectores de la ciudadanía, que a través de las ONG, los movimientos sociales y otras formas de expresión ciudadana que utilizan redes, movilizan cada vez a un mayor número de personas e instituciones, en una exigencia de decencia planetaria, de un nuevo pacto ético de la humanidad, de cambio de rumbo y de responsabilidad frente a las futuras generaciones. Este clamor cívico se expresa de múltiples maneras y en diversos frentes, pero es particularmente visible en su exigencia de respeto a los derechos humanos, de avanzar hacia un desarme efectivo, extender la justicia social, garantizar un desarrollo sostenible para todos, la protección de un medio ambiente amenazado por una práctica económica depredadora, en la denuncia de los efectos perversos y excluyentes de la globalización y en el señalamiento de los mecanismos que reproducen la cultura de la violencia.

Ante la lentitud extrema de tantos gobiernos en reaccionar sobre estos desafíos, ha llegado el momento de imaginarse el cambio de dinámica y de comportamiento que se podría producir a nivel internacional en los temas antes señalados y relativos a la satisfacción de sus necesidades básicas, si existiera una continua complicidad de algunos medios de comunicación, organizaciones sociales y organismos internacionales, como ha sido el caso de la campaña por el acceso a los medicamentos, o, años atrás, con el tema de la prohibición de las minas, en las que se ha producido un apoyo y refuerzo mutuo de estos sectores, con lo que ello comporta de posibilidades de sensibilización hacia al gran público, de participación de estamentos profesionales conectados con el tema y de presión final hacia los sectores que no conciben siquiera reducir un poco sus beneficios para favorecer la obtención de los mínimos de decencia que requiere la humanidad. Los años noventa fueron unos años en los que se puso de manifiesto la pertinencia y la efectividad de la cooperación entre diversos actores y sectores sociales, que han hecho alianzas para lograr objetivos en común, y siempre mediante la sensibilización y movilización de la sociedad. La década que hemos iniciado ha de procurar extender esta cooperación, interactuando más intensamente con los municipios, los organismos internacionales y algunos gobiernos que se sienten responsables y entienden que existe una estrecha interrelación entre la pobreza, la degradación ambiental, la injusticia social, los conflictos violentos y la falta de gobernabilidad.

Termino recordando de nuevo a Boff , cuando señala que 'el agravamiento de la pobreza, de la degradación del medio ambiente y del desempleo estructural exigen un nuevo pacto ético de la humanidad, sin el cual el futuro puede ser amenazador para todos'. Dicho así, en bruto y de forma tan diáfana, corremos el riesgo de olvidar las evidencias por el simple hecho de serlo y de no tener respuestas claras sobre cómo afrontarlas en el nuevo siglo. Pero no tiene ninguna gracia que en la época de mayor prosperidad y abundancia económica de la humanidad seamos tan poco capaces de encarar tantos problemas pendientes de primera categoría. Y no tiene gracia porque, como nos recordaba John Berger no hace mucho, la pobreza de nuestro siglo no es el resultado natural de la escasez, sino de un conjunto de prioridades impuestas por los ricos al resto del planeta.

Vicenç Fisas es titular de la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos, UAB.

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