Adiós al 'drive' más extraño
Perdido el potente golpe de su irrepetible derecha, Alberto Berasategui abandona las pistas a sus 27 años
El drive marcó su vida. Nadie le conocía cuando llegó a España, con 14 años, y se impuso a Àlex Corretja en la final del Trofeo Manuel Alonso, que corona al mejor infantil del país. Alberto Berasategui se había formado tenísticamente en Estados Unidos, en la escuela del australiano Harry Hopman, y apenas se le había visto jugar cuando saltó a la pista para adjudicarse el título. Y entonces se produjo el momento mágico, sorprendente, impactante: todo el mundo se quedó subyugado por la velocidad que daba a la bola con aquella derecha imperfecta, extraña, irreverente, que pegaba por el mismo lado de la raqueta que el revés, pero que resultaba desbordante.
'Era y sigue siendo un golpe poco ortodoxo', explica Javier Duarte, el técnico que le acogió un año más tarde en el Grupo Bimbo, junto a Àlex Corretja y Àlex Bragado, 'pero era tan bueno que no nos planteamos cambiárselo'. Habría sido un error, Berasategui nació tenísticamente enganchado a su derecha. Y con ella forjó toda su carrera profesional, alcanzado sus máximas cotas en 1994, cuando llegó a la final de Roland Garros, se situó en la séptima posición mundial y se clasificó para disputar el Masters. También por culpa de esa derecha, la semana pasada, anunció su adiós definitivo al tenis a los 27 años al verse abandonado por su mejor golpe y hundido en el ránking mundial hasta el puesto 192º.
'Soy consciente de que he perdido potencia con el drive y de que mis piernas ya no son tan rápidas', reconoce el jugador vasco, que reside en Barcelona desde los 16 años, casado con Arantxa y que espera su primer hijo dentro de unos meses; 'No quiero jugar previas y arrastrarme por las pistas. Llevaba año y medio renqueando, sufriendo más de lo normal y ya no estoy para eso'.
De forma tan sincera, con la simpleza y la humildad que han caracterizado toda su carrera, Berasategui se despidió. 'Para mí fue un golpe', dijo Àlex Corretja, campeón del Masters y finalista de Roland Garros en 1998. 'Humanamente, es de lo más grande del circuito. Para mí, lo más destacable de su personalidad es su calidad humana y una vena humorística que pocos le conocen, pero que tiene. Con él te puedes partir de risa'
Berasategui no tiene problemas. En el circuito es apreciado como una excelente persona, siempre jovial y alegre y dispuesto a echar un cable. 'Como jugador supo explotar a la perfección sus posibilidades. Aun ahora, sigue siendo el jugador en activo con más títulos en tierra batida (14)', explica Duarte, que permaneció con él hasta 1999 de forma ininterrumpida; 'pero como persona es mucho mejor'.
Tal vez por eso la explosión que vivió en 1994 cuando llegó a la final de Roland Garros, tras dejar en su camino a Ferreira, Pioline, Kafelnikov, Frana, Ivanisevic y Larsson antes de perder ante un Sergi Bruguera intratable, no le cambió en absoluto. Había que ser fuerte y mantenerse entero con sólo 21 años para soportar todo lo que se dijo de su drive. Su muñeca apareció en todos los diarios fotografiada desde todas las perspectivas. Se hicieron miles de gráficos para explicar lo que los técnicos consideraban inexplicable. Se dijo de él que, con aquella empuñadura, nunca podría volear y que le sería difícil progresar.
Y la verdad es que, por duro que fuera, era en gran parte cierto. 'Sin embargo', asegura Corretja, 'cuando estaba en su mejor nivel era un ganador nato. Su ritmo era infernal. Te ahogaba'.
Los peores momentos de su carrera los vivió cuando su juego estaba más en auge. En el Masters (Francfort) de 1994, en el que le acusaron de estar lesionado e intentaron echarle del cuadro para que pudiera jugar el alemán Michael Stich. Y, en la Copa Davis, Manuel Santana le alineó como segundo jugador en México, en 1995, donde España se jugaba la permanencia en una pista cubierta y rápida. Su juego no le sirvió. No pudo defenderse y su imagen salió deteriorada.
La cuestión fue que el drive mantuvo a Berasategui en la élite mundial durante cinco años, hasta 1998. Desde entonces, las lesiones le impidieron dar lo mejor de sí mismo y eso le creó desconfianza. Y, sin confianza, su derecha perdió consistencia. Y, sin ese golpe, Alberto comenzó a descubrir lo difícil que le resultaba jugar al tenis. 'Decidir dejarlo es como una liberación', confesó; 'me apetece hacer las cosas que no pude realizar por culpa del tenis. Voy a dedicarme a los negocios de la familia y a descubrir un mundo nuevo y desconocido para mí'.
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