Un reino de sombras
El reino de la luz y el reino de las tinieblas. El bien y el mal. Dos poderes en lucha permanente. Un conflicto plasmado en la religión o en la filosofía, en el cine o en las artes plásticas. Sólo tres ejemplos. Platón describe en su República un mundo de sombras -metáfora de la realidad deformada- reflejadas en la pared de una caverna. Los contendientes de la trilogía de La guerra de las galaxias hablan del lado oscuro de la fueza. Y el infierno amenaza a los pecadores con su infinita negrura. Así cientos y cientos de muestras de la cara tenebrosa, y enriquecedora, de la vida. William Forsythe juega en Enemy in the figure (1989) con todo este oscurantismo. La obra representa un viaje de los bailarines por los puntos negros del ser humano. El objetivo: recuperar la luz, el orden y la sabiduría. Un proyector sobre ruedas, un muro, una cuerda, ropas negras y blancas... les acompañan en su cruzada.
Enemy in the figure es una pieza de una fuerza arrolladora, cosida hasta el más mínimo detalle, desde la intimidad del gesto al virtuosismo -espectaculares los solos de Ruth Maroto, Demond Hart y Nicolas Maire-. Forsythe trabaja desde hace años con un método de ocupación escénica diseñado con puntos, líneas y diagonales. Los bailarines toman estas referencias para dominar el espacio. Dibujan geometrías violentas e inconexas, pausadas y armónicas. El arte y la emoción nacen de esta tensión, del fluir del movimiento en un crescendo continuo. El espectador viaja sin respiro hacia un punto mágico. Y allí, al final, queda consumida hasta la última gota de danza. Este creador representa hoy por hoy uno de los puntales de la danza contemporánea en el mundo.
Energía y ritmo
Si Forsythe irrumpe en el Teatro Real con su fuerza, Nacho Duato marca el ritmo. ¿Cómo? Imaginen esta escena. Dos estructuras móviles descolgadas sobre los bailarines evocan a los tablones de madera de aliso, castaño o plátano. Dos hipotéticos hombres golpean con sus palos rítmicamente sobre las tablas. La madera vibra y libera el sonido escondido en sus entrañas. Así nace la música de la txalaparta -el origen de este instrumento de percusión del País Vasco surge de las tablas donde golpeaban la manzana para extraer su jugo-.
Duato atrapa en su Txalaparta, la energía, el ritmo, la intensidad, el timbre o el color del instrumento. Y consigue visualizar su música -tarea difícil-. La coreografía resulta elegante en los pequeños detalles -el cimbreo de los hombros a compás- y profunda en los pasos a dos y en el movimiento de grupo -la diagonal final de 14 bailarines emula la textura del instrumento-. Esta Txalaparta -mejorará mucho en su ejecución con tiempo y rodaje- es un retorno al Duato de la primera época, al artista apegado a la tierra y sus pulsaciones.
Y Jirí Kylián inunda el Real de sutileza. Su Petite mort, una de las grandes coreografías del repertorio de la CND, cumple 10 años. El tiempo pasa... pero envejece como el buen vino. Gana en sabor. Es una explosión de sensualidad -bien acompañada por la Orquesta Sinfónica de Madrid, el director Pedro Alcalde y el pianista Albert Guinovart-. Los bailarines portan unos floretes fetiche, metáfora de delitos y castigos, de placeres y perversiones. Hay juegos de seducción; hay dominantes y dominados; hay placeres prohibidos. Pero todo discurre con una violencia dulce.
Una gran noche de danza -la mejor de la CND en los últimos tiempos- silenció los ecos de la polémica entre Juan Cambreleng, gerente del Teatro Real, y Nacho Duato. Ya se sabe: el arte empieza donde acaban las palabras.
Compañía Nacional de Danza (CND)
Director artístico: Nacho Duato. Petite mort: Jirí Kylián / Mozart. Enemy in the figure: William Forsythe / Thom Willems (estreno en España). Txalaparta: Duato / Kepa Junkera y Oreka TX (estreno absoluto). Teatro Real. Madrid, 18 de mayo.
Babelia
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