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Falsear la historia

Francesc de Carreras

Es propio del nacionalismo inventar la historia. Con frecuencia, las ideologías nacionalistas sacan fuerzas de la exaltación de las derrotas presuntamente heroicas: sea el 2 de mayo de 1808 o el 11 de septiembre de 1714. Lo decía Renan, hace más de un siglo, en su célebre conferencia ¿Qué es una nación?: 'En punto a recuerdos nacionales, los duelos valen más que los triunfos, pues imponen deberes, ordenan el esfuerzo en común'. La historia como instrumento: gran manipulación.

Pero cuando la historia es reciente, inventarla tiene sus riesgos ya que algunos conservan la memoria y gustan de recordar los hechos tal como sucedieron. Jordi Pujol se inventó la semana pasada que la idea de crear el Consejo Consultivo de la Generalitat fue cosa suya. Dio una larga explicación, repleta de anécdotas y detalles, que no se ajustó en absoluto a la verdad. Muchos de los que le escucharon le creyeron. De buena fe, naturalmente. A ellos va dedicado este artículo.

El consejo consultivo ha cumplido 20 años. 'Ara que tinc vint anys'. Se me hace difícil ser objetivo al hablar de esta institución de la Generalitat, pero creo que no me dejo llevar por los sentimintos si digo fríamente que hay un acuerdo general en considerar que ha funcionado razonablemente bien y que su labor ha sido positiva. El consejo organizó el jueves de la semana pasada un muy sobrio y digno acto conmemorativo. Asistió una importante representación de la clase política, funcionarios de los cuerpos jurídicos y miembros de consejos consultivos de otras comunidades autónomas. El presidente del consejo consultivo, Agustí Bassols, hizo un discurso institucional irreprochable, modélico.

Después tomó la palabra el presidente del Parlament, Joan Rigol, y las cosas empezaron a torcerse. En su habitual tono mesurado, Rigol vino a decir que las instituciones deben estar enraizadas en los países de los que forman parte y que las instituciones catalanas, como el consejo consultivo, deben estar al servicio del catalanismo político. No sé muy bien a qué se refería al decir 'catalanismo político' - aunque lo imagino-, pero tal consideración me pareció absolutamente inadecuada para un discurso institucional. Más todavía si él representaba a una institución que, por naturaleza, es plural. Porque al decir 'catalanismo político' no creo que se refiriera al conjunto de los ciudadanos de este país, sino sólo a una parte de ellos, y una institución, cualquier institución pública, está al servicio de todos, nunca de una parte. Primera metedura de pata.

Tras Rigol, se dio paso a una conferencia, muy bien construida, de Dámaso Ruiz Jarabo, abogado general del Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas, gran experto en la materia, sobre los aspectos judiciales del Tratado de Niza. Todo perfecto.

Fue entonces cuando tomó la palabra Jordi Pujol, que presidía el acto. Improvisó, con su peculiar estilo campechano, y se extendió más allá de lo habitual. Su tono, desde luego, no era el propio de un acto institucional. El consejo consultivo -vino a decir- era una institución que debía suministrar argumentos jurídicos frente al previsible asedio que los enemigos de Cataluña estaban dispuestos a utilizar contra nosotros. Nos atacarán: debemos tener un organismo jurídico que nos defienda. Penoso, pero nada nuevo: el tradicional discurso victimista al que ya estamos acostumbrados.

Pero, a continuación, comenzó la tergiversación de la historia. Con pasmosa naturalidad y en tono anecdótico y medio jocoso, se atribuyó la paternidad de la idea de crear el consejo consultivo con objeto de que la Generalitat se dotara de una institución que garantizara la defensa jurídico-constitucional de nuestra autonomía. Siendo ya presidente, dijo, al examinar una ley 'promovida por los socialistas' que pretendía hacer desaparecer las diputaciones provinciales, se dio cuenta de que era, de forma flagrante, inconstitucional y mandó crear un consejo consultivo que, mediante dictámenes, asesorara jurídicamente a la Generalitat. Supongo que llevado por su inconsciente megalomanía de creerse el alfa y omega de Cataluña, lo dijo de buena fe, con íntima convicción.

No se acordó, sin embargo, de que el consejo consultivo es una institución prevista en el artículo 41 del Estatuto de Cataluña, norma en virtud de la cual él era presidente y, por tanto, vigente con anterioridad a los hechos que falseaba. Es decir: imposible que se lo inventara pues ya estaba inventado. El consejo, además, se constituyó con prontitud porque, de acuerdo con el mencionado artículo del Estatuto, para que la Generalitat pudiera interponer un recurso ante el Tribunal Constitucional era preceptivo su dictamen. Por tanto, sin su existencia, la Generalitat no podía impugnar las leyes estatales, y ahí está la auténtica razón de su rápida constitución.

Tras los aplausos de rigor al presidente, finalizó el acto con una breve y relajante interpretación de piezas clásicas -además del inevitable Cant dels ocells - a cargo de un dúo de jóvenes y excelentes músicos del Conservatorio del Liceo.

Se lo explico a un amigo y me dice: 'Hombre, no hay para tanto. En un discurso improvisado, un fallo de memoria lo tiene cualquiera'. Pero probablemente no se trata de un fallo, se trata de la voluntad deliberada -probablemente instalada, tras tantos años, en el subconsciente mismo- de falsificar la historia, incluso en detalles tan nimios e intrascendentes como éste. También lo dijo Renan: 'El olvido, y hasta yo diría el error histórico, es un factor esencial en la creación de la nación, de modo que el progreso de los estudios históricos es a menudo un peligro para la nacionalidad'.

Pero quizá sí, quizá tiene razón mi amigo, le traicionó la memoria, nos puede pasar y nos pasa a todos. En este caso hay que recordarle que los discursos hay que prepararlos bien, va en su sueldo. Al fin y al cabo, recientemente al Rey le ha sucedido una cosa parecida.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

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