Verano
El Mediterráneo se muestra apacible, un poco cansado, y lame dócilmente los contornos de una geografía antigua. La negra cadencia de sus aguas pespuntadas de espuma acaricia miles de pantorrillas. Una niña le explica a su madre cómo hay que saltar las olas. ¿Es en la Malva-rosa, en el Grau de Castellón o en el Postiguet? En todos los casos llegan del litoral confusos sones de verbena. El Paseo Marítimo de Valencia está atestado. La multitud se mueve entre improvisados puestos de bebidas y tenderetes que gentes de piel cetrina han extendido sobre las aceras. La arena de la playa, alrededor de las hogueras, acoge un trasiego de siluetas de todos los calibres, mientras los altavoces de varios escenarios vomitan destellos de luces y decibelios contra la brisa de la madrugada. Las viejecitas, que uno puede ver encogidas en sus sillas de ruedas empujadas por jóvenes auxiliares cualquier día de sol por las inmediaciones, se revuelven en las camas del hospital de enfermos terminales, el único de la ciudad, con la línea de flotación hundida entre el jolgorio. En Alicante, se contonean miles de caderas en una plaza mientras las avenidas soportan el último de esos interminables desfiles folclóricos que justifican los programas oficiales de fiestas. Las hogueras de cartón arderán al día siguiente. Las pieles bronceadas, los polos rutilantes y los pantalones blancos de los regatistas llenan las salas del nuevo Club Náutico de Castellón. El Rey celebra allí su onomástica en un ambiente marcado por el regusto salobre de una cordialidad mundana. A pocos kilómetros, en el interior, grupos de vecinos buscan a la puerta de sus casas humildes la frescura de la noche bajo las estrellas que lucen también sobre el Barranquet, mientras comentan en voz baja los sucesos de hace unas jornadas, los gritos, las carreras, el destello de las sirenas de la policía y de las ambulancias, con una aprensión mal disimulada ante las amenazas que se ciernen tras la reyertas tumultuarias desencadenadas por oscuras querellas entre clanes. Un cohete atraviesa la noche y explota en algún punto de la costa. Ha llegado el verano.
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