Astiz, punto y seguido
En los últimos años, la justicia va abriendo grietas mayores en la impunidad que ha acompañado con demasiada frecuencia la comisión de crímenes horrendos contra las personas desde las máximas responsabilidades políticas, o en cumplimiento de órdenes emanadas del poder. El caso Pinochet y los recientísimos de Slobodan Milosevic o Vladimiro Montesinos, por notorios, han alterado drásticamente esta percepción. Afortunadamente, la red se va afinando y en ella caen no sólo grandes peces, sino otros de menor envergadura, pero no menos dañinos.
La entrega a la justicia del ex capitán de la Marina argentina Alfredo Astiz, reclamado por una juez federal a petición de un tribunal italiano, es un hecho alentador para los miles de personas que sufrieron entre 1976 y 1983 una de las represiones más inmisericordes de Latinoamérica. Es la primera vez que la justicia argentina acepta la solicitud de un tribunal extranjero en una causa vinculada con la violación de los derechos humanos durante la dictadura castrense. Se buscaba a Astiz - el Ángel de la Muerte, uno de los más ominosos símbolos de la represión militar- para responder en Italia del robo de una niña nacida en cautiverio tras la desaparición de su madre italiana en la siniestra Escuela de Mecánica de la Armada. El delito se considera de lesa humanidad y no está amparado por las leyes que liquidaron la responsabilidad de los uniformados durante la dictadura. Astiz figuraba ya en una lista de oficiales argentinos cuya captura ordenó sin éxito el juez Garzón en 1999.
El ex capitán Astiz, como muchos otros de su laya, se beneficiaba en Argentina de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, promulgadas por el presidente Alfonsín en 1986 y 1987. Pero aquellas disposiciones, en realidad un chantaje impuesto por los generales a una joven democracia, son desafiadas ahora por tribunales que no quieren entender de soberanías territoriales para amparar atrocidades. La liquidación de pasados traumáticos y la reconciliación son siempre objetivos deseables, pero desde la justicia.
Uno de los fenómenos más alentadores de estos tiempos globalizadores es la tendencia a la mundialización de la justicia. En espera de un Tribunal Penal Internacional con carácter permanente, se va abriendo paso el mensaje de que los santuarios desaparecen; genocidas, torturadores o terroristas tienen cada vez más razones para pensar que acabarán pagando por ello.
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