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VISTO / OÍDO
Columna
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Clonación

El teniente de fragata Astiz es todavía guapo y compadrón; con el uniforme debía ser un lucero de tango en Buenos Aires. Él se consideraba el mejor técnico para matar periodistas y políticos, pero llegaba mucho mas allá: mujeres y niños, como se dice, como si fuera peor que matar padres de familia. Hay una idea de que el asesino es un facineroso: los dibujantes de Franco pintaban a los asesinos rojos como gente gruesa, de cara torpe, sin afeitar, achaparrada. Es posible. Recuerdo tipos de milicianos horripilantes, aunque no tengo seguridad de que fueran ellos los sanguinarios.

La verdad es que varios siglos de endogamia en los burgos podridos, de alimentación deficiente y trabajo sobre el surco de sol a sol desarrollaron un tipo de siervos de la gleba que querían venganza. Siempre he dicho que no es igual el crimen del esclavo que el del amo. A ellos, a los amos, se les solía dibujar como obscenos y crueles; pero nuestros dibujantes pintaban como más sanguinarios a los moros y a los legionarios. Lo pagaron: a algunos los mataron. Pero no los asesinos que pintaron, sino los oficiales de los Consejos de Guerra Sumarísimos de Urgencia. Distinguidos, titulados, gente de carrera; sus uniformes eran impecables, y sus sables y sus crucifijos y las altas medallas. Como Astiz y sus compañeros militares. El amo tenía sus tradiciones: el primogénito era militar, el segundón hacía Derecho y procuraba matrimoniar bien, el tercero se dedicaba a la Iglesia. Armas, leyes, oro, crucifijo: los cuatro poderes y uno solo verdadero, como la Santísima Trinidad.

Aparte del pistolerismo de la preguerra, de los paseos hacia cualquier cuneta, su diferencia con el crimen del esclavo era que no les movía tanto la venganza, sino el deseo de volver al orden, de reprimir al que se salía de su clase. Más allá estaba la política de exterminio, equivalente a la de Hitler en la solución final de la clase judía. Ni uno ni otro, ni los generales argentinos ni los coroneles griegos, llegaron a cumplirla: no se puede. Las cifras que daba un joven historiador en el programa de Rioyo (El faro) eran éstas: 100.000 asesinados durante la guerra por los nacionales (cómo me gusta llamarles por el nombre que eligieron), 50.000 por los rojos, también en la guerra, y 50.000 por los mismos nacionales, ya victoriosos, en los primeros años de su paz. No puede extrañarme Astiz: vi aquéllos de los que se clonó. Se harán más ejemplares.

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