El huracán se desata de nuevo
A vueltas como estábamos el otro día con el cambio climático, y, siguiendo con el tema, debemos hacer un inciso e indicar que los cambios globales no tienen por qué afectar a algunos fenómenos parciales. Y esto, y no más es lo que ha ocurrido. Tampoco ayer el sol de julio pegaba como sólo él sabe hacerlo, pero al igual que hace un par de años en Sestrieres, al igual que el año pasado en Hautacam, existe un extraño -cada vez menos- fenómeno meteorológico que se desata en Francia -no se sabe por qué razón a veces en los Alpes, y otras en los Pirineos- y siempre en estos últimos años coincidiendo con la primera gran etapa de montaña del Tour.
Una especie de huracán, un imprevisible tornado, algo así como un torbellino, que si no tuviésemos la seguridad de que es un fenómeno natural, pensaríamos que estaría producido por algo así como dos inmensas aspas girando a la velocidad de la luz, como un gigantesco molinillo con el rotor a punto de estallar.
Se lleva todo lo que encuentra a su paso, hace ondear banderas, derrama botellas de agua, levanta folletos publicitarios, hace agitarse con desesperación a todo ese bestiario de gentes y personajes que se amontonan en tan señalado día a pie de carretera para animar a sus ídolos junto a las cunetas. Y lo que es peor, ¡la que se lía en la sala de cronometradores!: hace volar por los aires todas las clasificaciones, y a la hora de reordenarlas, a ver quién es el guapo que es capaz de conseguir dejarlas como estaban antes de que el viento huracanado irrumpiera.
Ya se sabe que en el ambiente científico existen muchas discrepancias a la hora de bautizar un nuevo fenómeno. Yo, que me siento el descubridor pues fui uno de los primeros en señalarlo, he propuesto mi apellido, pero tengo en mi contra a los estadounidenses, que ya se sabe que son muy suyos, y están empeñados en llamarlo Huracán Armstrong. La polémica está servida.
Pedro Horrillo es ciclista del Mapei.
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