Intelectualizado o sensualista
El Koldo Mitxelena y la Galería Dieciséis se encuentran, próximos entre sí, en la donostiarra Plaza del Buen Pastor. En sus respectivos ámbitos se dan cita en este momento dos exposiciones de diferente signo. En el centro público, Concha Jerez (Las Palmas, Gran Canaria, 1944) muestra siete instalaciones y otras piezas, en tanto en la galería privada Clara Gangutia (San Sebastián, 1952) presenta lo que llama obra reciente.
Son dos modos de entender el arte. Mientras Concha Jerez se inclina por un arte sumamente intelectualizado, Clara Gangutia se vuelca hacia un arte de corte sensualista. ¿Si tomamos como válido uno de los dos, el otro queda invalidado? Nada de eso. Ni siquiera cabe aducir que sean antitéticos. Cada una de esas realidades artísticas posee razones poderosas para manifestarse libremente. Es verdad que el repertorio de Concha Jerez recorre un camino de mayor grado de libertad, en equiparación con el que tiene ante sí la paleta de Concha Jerez.
En las instalaciones del Koldo Mitxelena hay que reseñar un valor añadido, como es el sonido. En alguno de los perfomances la autora se ve acompañada por el compositor de música de vanguardia José Iges. Asimismo, se debe consignar la utilización de la palabra escrita como apoyo a determinadas instalaciones, además de gran profusión de objetos exhibidos , sin excluir el aporte de los vídeos.
Reparamos en dos de las instalaciones fijas de Concha Jerez. En las dos se palpan sus diferentes concepciones ideológicas. En tanto cuatro sillones blancos y ocho papeleras del mismo color (o no color) quedan envueltos por papel de celofán rayado con abstractas grafías convulsas, otra instalación refleja la realidad carcelaria de la penitenciaría de Carabanchel, bajo seis pupitres, con seis sábanas, seis cuadernos 'declaratorios', seis flexos de luz y otras tantas lámparas policiales en alertado movimiento. Resulta arduo para los espectadores adivinar cuál es la razón de ser de esa disparidad conceptual. Por otro lado, consignamos que la ejecución de esas obras, como en todas las demás, es irreprochable.
Obviamente, en el caso de las pinturas de Clara Gangutia su libertad posee un menor grado de libertad, comparativamente con el que habita en el arte conceptual descrito más arriba. Esto es así, porque su arte se inscribe dentro de lo que conocemos por percepción kantiana de la belleza; cuyos códigos no requieren especiales dotes adivinatorios en poder de los espectadores. Basta con estar en posesión de una sólida y fértil sensibilidad, además de cierto bagaje en materia artística, para llegar a entender y gozar a plenitud con cada obra mostrada.
Es posible que la mayor virtud de Concha Gangutia se cifre en su apasionamiento a la hora de pintar, dado que es una pintora de impulsos. Mas lo primordial para ella quizá consista en dar con un tema que le invite a 'perderse'. Una vez conseguido, poco le importa mostrar algunos fallos en la ejecución de la obra. El cuadro lo ha pintado obedeciendo a un impulso interior, que ha seguido la dirección que marcaba la flecha imaginaria de una ideal puesta en escena. Los errores de un día pueden transformarse en materia de acierto para el siguiente día.
De otro lado, no oculta sus influencias, que ha adaptado magistralmente a tenor con su temperamento. Creemos que la aportación que toma del, en ocasiones, acartonado Ignacio Zuloaga -en la versión fabricadora de amplias y bastotas pinceladas- no le beneficia en nada. Cuánto más ganaría el arte que practica Clara Gangutia si consigue dejar a un lado al pintor eibarrés, para adscribirse al mejor de sus propios mundos. Madurez creativa no le falta, y buena mano tampoco. Esa mano dulce, no dulzona, y firme como luna de verano.
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