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'Los rojos te cierran y los verdes te dan el codazo'

El deporte, dicen, es la guerra, pero sin sangre. Entonces, Luis Miguel Martín Berlanas fue a la guerra de verdad porque terminó sangrando. Pero no se achantó entre dos marroquíes y tres kenianos. En territorio enemigo. 'Mira estos chorretones', decía luego, señalándose su pierna derecha, la tibia, con varios regueros; 'son de tres momentos distintos, de los clavos de tres rivales. Éstos, por ejemplo, son los de Kosgei'.

Berlanas se entrometió en la final, aunque no se hubiera preparado específicamente para la guerra. Largas sesiones invernales de esquí en Navacerrada eran la preparación de un hombre determinado a conquistar la gloria en una carrera de la que se enamoró hace tres años y en la que se ha especializado como ningún europeo antes, exceptuando al polaco Malinovski o al sueco Gardelund. Y también su forma de torturar una máquina, un tapiz rodante, especie de rodillo, en el que, con bastones, simulaba en primavera la técnica del esquí de fondo y la de subir una escalera. 'Reventó a la máquina', cuenta Antonio Jiménez, Penti. 'La verdad es que la tenía aburrida. Ya no me quería ni ver. Le hacía sesiones de dos horas y series duras. Y eso que te hace resoplar ya a los diez minutos', explica Berlanas.

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Todo aquello, su fría determinación y una mentalidad de hierro le permitieron recuperarse de una operación en el tendón de Aquiles del pie derecho y llegar a la final de los Mundiales, su segunda consecutiva tras la olímpica de Sydney, en la que acabó el quinto. 'Ha sido más duro llegar aquí que competir', dice Berlanas, que en el proceso se encontró con los mismos problemas en el pie izquierdo, su mayor limitación en la final; 'también tenía un poco de dificultad al respirar. Por eso me puse una tirita en la nariz, que me ha funcionado bien'. Más difícil de superar fue lo del pie izquierdo, del que seguramente se operará, en Finlandia, el próximo otoño: 'Fue el problema en las dos últimas rías, que pasé así así. Cuando sabía que iba a caer con el pie izquierdo, sentía un miedo instintivo y me retraía'.

La ría, una valla de 91,4 centímetros y una piscina de 3,66 metros con una profundidad máxima de 70 centímetros, es la seña de distinción de los 3.000 obstáculos porque es el penúltimo, a 150 metros de la llegada, el lugar del que salen los ataques decisivos. Los kenianos, plumas de 50 kilos, caída flexible, la pasan volando, sin apoyarse en la valla. Aterrizan y no pierden tiempo para aumentar el ritmo. Los europeos y los marroquíes, el dolorido Berlanas, la pasan más trabajosamente. 'De todas formas, no siempre es una ventaja pasarla sin poner el pie', tercia Penti; 'el keniano Yator se ha caído'.

Berlanas iba en el grupo bueno y, a falta de 400 metros, valiente, intentó ir a más, atacar. Fue cuando más claramente le recordaron que aquello era una guerra: 'Yo iba con fuerzas para cambiar y me iba a colocar cuando sonó la campana. Pero estos kenianos están a todas y en cuanto ven que te vas a mover te cierran. Es así, primero los rojos te cierran y luego los verdes te dan el codazo y te quedas fuera'.

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