Rebuscadas oquedades
La estadounidense Kathryn Bigelow es una ambiciosa directora que, aunque se inclina hacia modelos del cine genérico, busca en ellos romper moldes y abrir brechas a lo experimental, a lo distinto, incluso a lo intelectual, en la zona culta, selectiva, no adocenada, de la producción de Hollywood y sus alrededores más o menos dependientes. Días extraños, Le llaman Bodhi, Acero azul, Los viajeros de la noche fueron sus más conocidas cartas de presentación, que crearon alrededor de la obra de esta cineasta atípica, y del algo rebuscado estilo que sus películas despiden, unas esperanzas que pasan los años y no acaban de cuajar y convertirse en el vigoroso celuloide prometido. Y, con toda evidencia, El peso del agua no alcanza energía suficiente para desatascar la promesa y darle alas.
EL PESO DEL AGUA
Directora: Kathryn Bigelow. Intérpretes: Sean Penn, Elizabeth Hurley, Catherine McCormack, Sarah Polley, Josh Lucas, Katrin Cartlidge, Anders W. Berthelsen. Género: drama. Estados Unidos, 1999. Duración: 105 minutos.
Es El peso del agua una película de las que juegan a dos barajas con cierto impune descaro. Su lado argumental esquinado y enrevesado, y su deuda, demasiado evidente, con el archiestudiado empaque literario de la novela de Anita Shreve en que se basa, no le impiden a Bigelow bajar el nivel de su pretendida alta autoexigencia, para jugar a la intriga convencional y buscar a través de ella un bocado de eso que llaman morbo, que suele ser sinónimo de cine que se quiere inquietante y que se queda en una trivial caricia de oscura violencia predigerida.
Depende Bigelow literalmente del guión que maneja y éste, además de hueco, circula por paralelismos de acción mecánicos. Cruza -pero no funde, aunque los enlaces que quiere y no puede tender Bigelow son visibles- dos historias, una de averiguación de un lejano crimen del pasado y otra de un ahora con sexo, desamor, celos y retorcida violencia mental, y de la otra, entre Catherine McCormack, la fotógrafa investigadora; su marido, Sean Penn, un poeta cínico, gastado y escéptico; y la otra intrusa Elizabeth Hurley, escoltada por la mirada obviamente mosqueada y torva de su novio Josh Lucas. Y este cuarteto de ilustres intérpretes, al que se añade Katrin Cartlidge, aunque maneja líquidos de varias procedencias, no se moja lo suficiente y se sale mentalmente de campo, dejando a la imagen vacía.
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