Un caso de incompetencia
Lo que está ocurriendo en esta feria donostiarra (y en las anteriores de otros pagos, y las que vendrán), sólo puede explicarse desde la incompetencia. Incompetencia desde la facción organizadora, cuyo propósito es ofrecer un espectáculo sin emoción, para ello mentiroso y fraudulento. E incompetencia desde la parte actora, incapaz de dar dos pases seguidos con un atisbo de fundamento técnico o de gusto artístico.
La excepción en la corrida de marras fue Pablo Hermoso de Mendoza, metido en el cartel para reforzar la sustitución del anunciado José Tomás (aún convaleciente de la lesión de codo que sufrió a finales de julio en Santander) y consiguió uno de sus éxitos habituales a base de realizar con variedad y belleza el toreo ecuestre.
Jandilla / Espartaco, Morante, Julia; Hermoso
Toros de Jandilla, bien presentados en general aunque varios sospechosos de pitones; flojos y algunos inválidos; poca casta, manejables y también borregos. Espartaco: estocada corta caída, rueda de peones y se echa el toro tras larga agonía (insignificante petición y vuelta); dos pinchazos, estocada corta atravesada y descabello (ovación y salida al tercio). Morante de la Puebla: primer aviso antes de matar, pinchazo hondo atravesado bajo, pinchazo bajo -segundo aviso-, estocada corta trasera caída y dos descabellos (división y sale a saludar); media atravesada y estocada atravesada; se le perdonó un aviso (silencio). Rafael de Julia: bajonazo; se le perdonó un aviso (aplausos); tres pinchazos, estocada baja -aviso- y dos descabellos (silencio). Un toro de Murube despuntado para rejoneo, que dió juego. Pablo Hermoso de Mendoza: rejón descaradamente bajo (dos orejas); salió a hombros. Plaza de Illumbe, 15 de agosto. 4ª corrida de feria. Cerca del lleno.
Diversión, reacciones admirativas, aplausos y hasta delirios apoteósicos provocó Pablo Hermoso de Mendoza cuando corría al toro Murube templándolo fijo en el estribo mientras cabalgaba a dos pistas, o cuando reunía banderillas de frente o prendía los vistosos rosetones, entre otras peripecias de espectacular factura.
Un triunfo, en fin, consiguió Pablo Hermoso de Mendoza, que no tenía nada que ver con el resto de la corrida, fea, plúmbea e incompetente. Aunque tampoco sería justo establecer comparaciones entre el rejoneador y sus colegas de luces, pues no las resisten el toreo a caballo y la lidia a pie. El toreo a caballo tendrá todo el mérito que se quiera, pero le valen las muchas ventajas que reporta ir a buen resguardo encima del caballo; en tanto el toreo a pie sólo se hace jugándosela y un simple error puede traer la cornada.
Claro que cada cual debe asumir sus compromisos y tampoco vale ir justificándose con las comparaciones. Muchos toreros (los de ahora; los antiguos demostraban mayor dignidad) siempre se andan comparando con los espectadores y pretenden descalificar a quienes les pitan (o les gritan '¡pico!') aduciendo que lo que hacen tiene más mérito que estar sentado en el tendido con un puro. Vaya razonamiento.
No se les ocurre, en cambio, compararse con los restantes toreros; principalmente con aquellos antiguos de la dignidad torera -se llama torería- a quienes no les soltaban esos borregos que les preparan hoy a las figuras sino el toro de poder, bravo o manso, cuya casta agresiva exigía poseer una técnica cabal para dominarlo. Eso, o venían el fracaso y la cogida.
En los tiempos que corren, según se pudo apreciar una vez más en Illumbe, no es necesario poseer técnica, ni cabal ni superficial, para irse de rositas. La incapacidad técnica de Morante de la Puebla llegó a extremos clamorosos. Tras no dar dos lances ni dos pases seguidos cruzado, templando o ligando a lo largo de la tarde, en su primera faena no acertaba a cuadrar al toro y le enviaron un aviso antes de que montara la espada. Finalmente oyó dos. Y a pesar de que su labor se refrendó con división de opiniones, salió a saludar. Menuda torería se gasta Morante de la Puebla. En el quinto, el aburrimiento de su pegapasismo destemplado e inconexo ya provocó protestas.
A Espartaco, que toreaba fuera de cacho, medio de espaldas y tumbado para embarcar las embestidas por la lejanía, le aplaudieron mucho, quizá en atención a que se despedía del público donostiarra.
Rafael de Julia le brindó a Espartaco el sexto toro y al público le gustó mucho el detalle. Luego estuvo voluntarioso toreando. El meritorio tesón de Rafael de Julia, y un par de derechazos ligados de su segunda faena, fue lo único destacable de su labor. Muy poco -francamente-, dada la aborregada condición de sus toros, a tono con toda la corrida.
He aquí una de las diferencias que hay entre los toreros antiguos y los modernos: a los antiguos les echaban fieras duras, y a los modernos, borregos. Y. encima, no los saben torear.
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