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Columna
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El meteorito pensante

Leí, hace poco, que unos desconocidos entraron por la noche en una explotación peletera de un pueblo de Teruel, abrieron una por una 1.152 jaulas y soltaron cerca de 13.000 visones americanos. Vecinos y miembros de la Guardia Civil consiguieron coger con redes a varios miles. Otros muchos murieron atropellados, pues la granja se encuentra junto a la carretera N-234. En un principio pensé que aquellos desalmados pretendían acabar con los conejos, codornices, perdices y demás roedores y aves de la comarca que pueden servir de alimento a los visones. Después recapacité, y llegué a la conclusión de que probablemente no eran enemigos de los animales, sino, por el contrario, de los abrigos de pieles y lo que éstos suponen. Podría aplicarse aquí la frase publicitaria de Tuno negro (esa película que no gusta nada a los críticos, y mucho a la gente que va a verla): la ignorancia mata. En la que probablemente sea su mejor novela, El americano impasible, Graham Greene retrataba a un hombre ingenuo, bienintencionado, cuya simplicidad y deseo de actuar le llevaba a provocar grandes daños. Seguramente esos ecologistas activos han hecho más mal que bien. Una de las formas de destrucción de los ecosistemas muy utilizada por el hombre es la introducción de especies foráneas.

Yo sabía que el mundo se divide entre los que les importa un comino la suerte de los seres vivos y la biodiversidad, los que se vuelven neuróticos y no quieren comer nada que tenga ojos, y los que se preocupan por el asunto, pero no hacen nada (yo pertenezco a este numeroso grupo, y lo digo, como es lógico, sin asomo de orgullo). Ahora sé que también existe otro grupo: el de los que sueltan visones.

Si lo que esos libertadores de visones pretendían era ayudar a preservar la naturaleza, se equivocaron, pero, por supuesto, su agresión carece de importancia comparada con las que proceden del otro bando. Lo que la hace llamativa es precisamente que venga de quienes sin duda se consideran verdaderos ecologistas. Como me dolía una muela, fui a la farmacia -el dentista está de vacaciones, como casi todo el mundo- y compré una cajita de Nolotil. Pese a lo fácil de transportar del medicamento y a su escaso volumen, me dieron una bolsita. Hace años una bolsa de plástico tenía algún valor. Hoy todo lo entregan en bolsas. Antes había que pedirlas con humildad y educación. Ahora, el pequeño esfuerzo hay que emplearlo en rechazarlas. Aquella mañana lo hice, y me llevé el dolor de muelas y el Nolotil sin bolsa ni nada. Una cadena de supermercados cobra las bolsas de plástico. A primera vista parece una tacañería ridícula (y no dudo que el ahorro sea el único motivo de tal proceder), pero, bien mirado, así debiera ser en todas partes. ¿O es que fabricar bolsas de plástico no cuesta nada? Millones de bolsas se despachan y se tiran todos los días innecesariamente. Y, por supuesto, las pagamos: su precio se ha sumado al de los productos que sí nos cobran. Rechazar la bolsita y pensar esto me distrajo durante un minuto del dolor de muelas.

No se sabe cómo, pero hace unos 3.500 millones de años aparecieron los primeros organismos en nuestro planeta, bacterias que acabarían siendo algo así como nuestros tataratatatarabuelos por vía muy indirecta. Se cree que hace unos sesenta y cinco millones de años un meteorito acabó con los dinosaurios y con muchas otras especies. Hoy, ese meteorito somos nosotros. Se calcula que entre 10.000 y 50.000 especies se extinguen anualmente en la Tierra, la inmensa mayoría por la acción directa o indirecta del hombre. ¿Y qué importa eso?

Lo auténticamente nuevo, lo verdaderamente curioso de todo este asunto es que sí nos importa, porque somos un meteorito, pero pensante. Somos la causa de un enorme desastre natural, y, a la vez, los únicos que lo vemos, lo sentimos, lo entendemos. Ese desastre no existiría sin el hombre, no solamente porque es el causante, sino también porque es el único que tiene conciencia del mismo. Nuestra grandeza está en esa capacidad de sufrimiento por lo que devastamos. Nuestra miseria, en nuestra incapacidad de aminorar su velocidad o variar su dirección. ¿Entenderá el meteorito pensante demasiado tarde que ese choque con la Tierra le puede destruir?

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