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Reportaje:

'Mercado de esclavos' en plena calle

Los inmigrantes irregulares de Sant Pere Pescador (Girona) se van con el patrón sin preguntarle la jornada ni el salario

Amanece un jueves de finales de agosto en Sant Pere Pescador (Alt Empordà, Girona). Una treintena de hombres flanquean un buen tramo de la calle Verge del Portalet, a escasos metros del Ayuntamiento y junto al único bar del pueblo frecuentado asiduamente por los inmigrantes, el Lu-Bo. Sentados en la acera o apoyados contra los muros, charlan calmosamente, pero permanecen expectantes y atentos a cualquier movimiento.

Un empresario camina hasta uno de los jóvenes situados en el extremo de la larga hilera de hombres y le comunica, lisa y llanamente, que tiene trabajo para cuatro. El joven inmigrante, de indudable origen caribeño, se levanta de un brinco, se acerca al corro más próximo y en un santiamén regresa secundado por otros tres hombres de origen magrebí.

Sin titubeos, siguen al empresario hasta su vehículo, aparcado en una plaza próxima. Un quinto hombre, un marroquí cincuentón que se ha apercibido del trato, se pega al grupo y tirando de la manga del empresario le suplica: 'Uno más... uno más...'. Sólo se da por vencido cuando constata que no cabe en el coche. Sorprende la rapidez y el silencio que envuelve la transacción. Nadie ha osado preguntar qué tipo de trabajo se espera de ellos, ni en qué lugar, ni por qué precio.

Mientras el todoterreno repleto de mano de obra avanza por una carretera que atraviesa manzanales de lozanos frutos, el empresario interroga a los inmigrantes respecto a su tarifa habitual. 'No hay precio... el que tú quieras', responde con muy buenas maneras el joven cubano, quien asegura guardar en su mochila documentación en regla y un título de medicina. Los tres magrebíes observan y callan. Su extrema prudencia y su casi nulo conocimiento del idioma hacen suponer que han entrado hace escasas semanas en el país y que no disponen de papeles.

Al cabo de unos minutos, el empresario recibe una llamada en su teléfono móvil y comunica a sus pasajeros que ha surgido un contratiempo. No podrá emplearlos durante esta jornada. Antes de acercarles al pueblo del que han partido unos diez minutos antes, les ofrece una gratificación económica por las molestias. El joven cubano se niega a aceptar el dinero. 'Prefiero que no me des nada y mañana me ofrezcas trabajo', razona. Pero al final, coge su billete. Los cuatro hombres se pierden de nuevo entre la riada de inmigrantes que se ofertan en la calle, justo en el momento en que una furgoneta desvencijada parte con un nuevo grupo.

El empresario, que ha accedido a mostrar a EL PAÍS cómo funciona este mercado clandestino de trabajadores, se siente culpable por el engaño a que ha sometido a los inmigrantes, pero al mismo tiempo satisfecho de poder demostrar que estos inmigrantes desesperados, y casi siempre sin techo, son 'como patos en una pecera' para los desaprensivos cazadores de mano de obra barata.

Buena parte de los fruticultores de esta zona de Girona han recurrido o recurren a ellos en mayor o menor medida. A menudo porque no les queda la opción de hallar temporeros legales, pero también porque se les puede pagar sueldos por debajo del convenio, establecido en 729 pesetas la hora.

Unos segundos son suficientes para llenar una furgoneta de inmigrantes desesperados dispuestos a emprender un viaje hacia cualquier lugar, hacia cualquier empleo y por cualquier precio. La mayoría de ellos, algunos con papeles y otros en situación irregular, han llegado al pueblo atraídos por la temporada de la manzana, cuya recolección se inicia estos días.

Los trabajadores configuran cada mañana a partir de las ocho un deprimente escaparate de la lucha por la supervivencia en la calle Verge del Portalet. Allí llegan a reunirse hasta 40 o 50 extranjeros a la espera de su oportunidad. Este supermercado de trabajadores clandestinos, que en principio abastecía únicamente a las plantaciones de la zona, se ha convertido durante los últimos años en un secreto a voces entre algunos empresarios de la comarca, que recurren a él asiduamente. Trabajos agrícolas, de construcción o de limpieza se han convertido en la esporádica fuente de ingresos del creciente flujo de inmigrantes que recibe el territorio.

La facilidad con que los inmigrantes se suben al primer coche que para ante ellos da idea de su grado de desesperación y pone de manifiesto su vulnerabilidad ante patronos explotadores, además de mostrar la crudeza de esta especie de mercado de esclavos del siglo XXI.

El alcalde de Sant Pere Pescador, Florenci Bosch (CiU), también uno de los grandes productores de manzana de la zona, mantiene que la mayoría de los contratos están en regla porque los sin papeles cobran el mismo precio que los legales y los patronos no desean arriesgarse a que un trabajador sin contrato sufra un accidente laboral.

Bosch piensa que son más bien pocos los que se aprovechan de los inmigrantes sin papeles, pero admite que la temporalidad y dureza de estos trabajos hacen difícil conservar temporeros de un año para otro, de ahí que sean los recién llegados más desesperados quienes se ofrezcan para trabajar en las arduas jornadas de recolección. Sin preguntas, sin condiciones, sin nada.

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