'Entrechat'
Tomaba el otro día un café con Ainhoa Peñaflorida mientras comentábamos las impresiones de comienzo de curso, cuando se nos acercó un gato grande y de color leonado y, sin pedir permiso, se nos sentó a la mesa. Hola qué tal estáis, nos dijo con la mayor frescura y con la indiferencia de quien se da a olfatear un cigarrillo americano. Juro que me molestó el tuteo, y que le hubiera soltado una fresca de no haberme percatado de que Ainhoa lo miraba fascinada a los ojos, soltando una susurrante letanía de , verde de los mares del Sur, gris de la corbata de aitatxo, azul del manto de Napoleón que para algo soy gabacha, etc., que el tipo, con el cigarrillo ya en los labios y los bigotes apaciguados, agradecía como si las palabras fueran un cuenco de leche. Pensé que Ainhoa lo habría confundido con Intxaurraga, y el felino pareció adivinarme el pensamiento porque, encerrándolo en un arete de humo con chulería, me soltó o me escribió: Intxaurraga ya no es vuestro jefe, ella lo sabe y se le nota. Luego añadió que salía perdiendo el francés, pero que el suspiro de alivio de la profesión había sido enorme. ¿No lo percibes?, me preguntó para rematar, ¿no percibes que la desobediencia civil de los profesores ha sido abortada?, pensaban irse todos de vacaciones.
No sé quién es usted, le respondí algo molesto, a lo que el gatazo reaccionó hinchando un carrillo, en el que vi escrita la palabra imbécil, y extendiéndome la zarpa. Entrechat, para servirte, ése es mi nombre, me dijo. Después nos explicó que había sido bailarín, y Ainhoa no desaprovechó la ocasión para preguntarle cómo se las había arreglado con las uñas. Entrechat le dirigió una tierna mirada, una nube de miel en la pupila que fue convirtiéndose en una lengua de fuego en espiral cuando le soltó: ¡qué más quisieras que te diera la fórmula, monina!, pero sí te diré que las bailarinas se lanzaban como locas a mis brazos y que mis uñas no eran ajenas a aquellos raptos.
Entrechat estaba a sus anchas y, atusándose los bigotes y cruzando las piernas, le dio por teorizar sobre el genio de los gatos. No era cierto que fueran unos genios del mal, aseguraba, sino que eran unos genios de la irrisión. Afelpados y contemplativos, no hacían daño a nadie, pero se partían de risa en cuanto encontraban una esquina en la que pasar sin ser vistos. El maullido, incluso el de la gata en celo, era en realidad una carcajada hacia el género humano, que no se enteraba de la misa la media. Nos preguntó si escuchábamos Radio Euskadi, y nos confesó que era una de las cosas que más carcajadas al minuto le producían. No por lo que dicen, nos matizó, que eso es como para escucharlo con una bacinilla al lado, sino porque siendo una emisora pública no entendía cómo no sonaban al unísono las cadenillas de todas las toilettes del país en cuanto comenzaba la emisión, lo que le provocaba un jolgorio de maullidos que ni con Coluche, detalle que Ainhoa le agradeció.
Nos comentó que hacía unos días había escuchado el programa estrella de esa emisora, en el que un gurú con apellidos españolísimos soltaba una rebaba apocalíptica con tono de I+D. Luego, los oyentes le hacían comentarios y preguntas, y fuera cual fuera el tema a tratar, acababan todos defendiendo o disculpando a La Cosa, sus pertenencias o sus suburbios, comentarios nunca rebatidos por el gurú de verdades como piedras. Entrechat aulló de gozo por la estupidez humana, y se preguntó cómo un Gobierno podía montar tamaña palestra para el desorden, una escuela para la subversión. Salvo, concluyó, que el Gobierno sea partidario del desorden, la subversión y el terror, ¿no le parece madame Robespierre?, ¿o se apellida usted Peñaflorida? La risa del gatazo le tragó los ojos, que brillaron en su estómago, turgente como un tambor. Lo mejor de estos pequeños países que no son países, es que viven como en el Primer Mundo y aparentan ser del Tercero, sancionó. Es el jesuitismo moderno, precisamente en la cuna del jesuitismo. No tienen más que ver cómo están reaccionando ante lo de las Torres Gemelas americanas: tal que si quisieran esconder el rastrojo espinoso que tienen en casa, no vayan a confundirles y los saquen de Loyola y los metan en Islamabad, en una madrassa. Aquí ya no pudimos entenderle, de puro retortijón que era, pero dijo algo sobre un nuevo consejero. Después, ya más sereno, nos recriminó por nuestra incapacidad de ser misioneros de telescopio y cegatos de barrio. Silbad y comed, nos recomendó. Una mancha amarilla en la silla nos cercioró de que Entrechat había estado allí.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.