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CONTRATO CON EL DIBUJANTE
Columna
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¿Por qué corres Ulises?

cierta edad casi todo el mundo se ha hecho una idea aproximada de su muerte. Si a partir de los cuarenta uno empieza a ser responsable de su cara, una vez cumplidos los cincuenta, el ser humano comienza irremediablemente a ser responsable de su cuerpo.

De ahí que, llegados a ese momento, a unos les de por calzarse unas zapatillas y echarse a correr y a otros por alcoholizarse. El deporte, como el morapio, es también una droga para olvidar, un recurso inútil contra la inevitable obsolescencia del cuerpo. Durante estos dos fines de semana hemos asistido atónitos a la presencia de cientos de ciudadanos de edad madura trotando gimientes, sin aliento, por las calles de Bilbao en carreras populares que supuestamente pretenden alentar una nueva vida deportiva y sana.

Sobre el 'jogging' como penitencia a partir de los cincuenta

Destacaban también en el empeño seres de pecho lechoso y cabeza cana que eran muy jaleados y aplaudidos por los vecinos, familiares y amigos que les salían al paso en reconocimiento al agónico estertor de su proeza. Ante semejante avalancha el municipio ha contribuido abriendo calles y semáforos, prestando a la Policía local y movilizando ambulancias, para que los fugitivos que diariamente trotan en parques, aceras y descampados puedan huir sin problemas hacia una estéril meta, si caer reventados bajo cualquier seto.

Muy mal tienen que estar las cosas cuando un número cada vez más creciente de ciudadanos se atreve a ponerse unos calzones cortos y una cinta en la cabeza con la sana intención de presentarse en medio de la ponzoña urbana lanzándose tras los tubos de escape de los coches, con la cara desencajada, los ojos salidos de las órbitas y una expresión angustiosa de fondistas en la mirada.

Para el dibujante correr es la manera contemporánea de penitencia que los profesionales urbanos han elegido como forma de hacer frente a sus responsabilidades laborales, sociales y familiares. Eso explica por qué, cuando acaban su jornada laboral, se calzan unas Adidas y ponen los pies en polvorosa con la firme decisión en el semblante de quemar calorías, mejorar el funcionamiento de su sistema cardiovascular y de escapar sin remisión de la anunciada decadencia. La máxima preocupación de la época no consiste en salvar el alma sino en salvaguardar el cuerpo. Aquellos que en su juventud asistieron a los Ejercicios Espirituales dictados por un severo jesuita fueron educados para que renegasen del envoltorio de carne que les tiranizaba y ensalzaran los valores eternos del espíritu. Aquella 'histórica' generación, que roza hoy los cincuenta, ha abandonado sus primigenios valores para entregarse con semejante fervor, parecido terror y la misma fe en busca de la salvación del cuerpo.

Los curas le echaban entonces la culpa de todo a la carcasa y como resultado de sus sermones padecemos ahora estas aficiones o si prefieren, aflicciones. En el pasado la gente ayunaba y se mortificaba con la noble intención de eludir el infierno. Sin embargo, para alcanzar hoy el cielo en la tierra se actúa de forma similar, pero al revés. Las Casas de Ejercicios han sido sustituidas por los Gimnasios y la tradicional Javierada por la Korrika.

En medio de todo este meollo corre Ulises como un poseso para evitar la muerte prematura, con la esperanza de llegar a Ítaca bajo de peso, dispuesto a convertir en fosfatina los lípidos, los polisaturados, los ácidos grasos y los camiones basureros que depuran y devuelven al hígado los excedentes de colesterol, mientras escupe el bazo por la boca, sintiendo en el costado esa punzada que provoca el jogging, idéntica al escozor que causaba el cilicio a los antiguos penitentes.

Frecuentemente un numeroso batallón de korrikolaris cincuentones se lanza a la aventura diaria del ejercicio corporal , patrocinado en las grandes ocasiones por la BBK y los Ayuntamientos, sin temor a la irritación de la pleura, ni al déficit de oxígeno a la altura del diafragma, ni a la acumulación de gases en el intestino grueso causados por el prolongado frenesí deportivo.

Ver a honestos padres de familia convertidos en adictos a ese calambre recibiendo como premio a su esfuerzo, el agradable dolorcillo final que se localiza en el lado izquierdo de la zona dorsal, en la parte inferior del tórax, con alegría y sin pestañear, produce compasión y ternura.

Dice el dibujante que no hay nada más patético que asistir a una de esas reuniones de antiguos compañeros del colegio donde, con el pretexto de hacer un balance de memoria, se dan cita las adiposidades más patentes, logradas a base años de kokotxas y pacharán.

Es cierto, pero resulta aún más desolador escuchar en esas mismas reuniones los comentarios deprimentes sobre los prodigios cardiovasculares conseguidos en kilómetros de marcha, comprobar el vergonzoso deseo de escapar a la destrucción corporal pedaleando furiosamente en la bicicleta estática y oír arrepentimientos del oprobioso pecado de la edad.

Son cosas que ocurren a partir de los cincuenta. A esa edad aparece de nuevo en la vaga penumbra la sombra del Padre Manchola, aquel jesuita que atemorizaba el retiro espiritual adolescente para susurrar de nuevo al oído: '¡Chavales, podéis morir esta misma noche!'.

Frente a esa sensación se reacciona de forma distinta. A unos les da por alcoholizarse del todo y a otros por pedalear o correr hasta el infinito dejando atrás el proyecto de calavera que llevamos dentro. Tiempos duros. Años de sudor y ejercicio. Que Dios nos coja confesados.

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