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Reportaje:

Una ganga de joya al precio de un año de cautiverio

Los empresarios españoles secuestrados en Georgia sostienen que les tendieron una trampa cuando buscaban diamantes baratos

Ésta es la historia de dos hombres, que se definen aventureros, empresarios, capaces de hacer cualquier cosa, 'siempre legal', aclaran, cuando ven una oportunidad de negocio. Un día creyeron verla en una gargantilla de diamantes 'de más de 400 quilates' que les vendían por 250.000 dólares (47 millones de pesetas). La pieza estaba en Tbilisi, capital de la tumultuosa Georgia. Eso es lo que le dijeron a Francisco Rodríguez, 49 años, curtido en mil batallas empresariales, socio de terrazas del paseo de La Castellana en Madrid, que vivía en Ucrania porque allí había encontrado otro negocio: el de la madera. Y enseguida pensó en José Antonio Tremiño, de 40 años. Aunque no lo conocía mucho, sabía que se dedicaba a las joyas, que había viajado por medio mundo buscando oportunidades, y enseguida lo vieron claro: por ese dinero, esa pieza suena a chollo, como casi todo en ese país, según Rodríguez.

'El grupo que cobró no repartió. Tenían una deuda de otro secuestro, es como una industria'
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Éste se trasladó a Madrid, convenció a Tremiño, y sin más se fueron para allá. Pero todo resultó ser una burda trampa. Rodríguez tiene incluso identificada a la persona que se la tendió, que quería verle muerto 'porque sabía muchas cosas sobre él', aunque no piensa hacer público su nombre por miedo a represalias. Y Tremiño, que se ha pasado un año secuestrado por una batalla que no era la suya, no quiere ni oír hablar de teorías.

Allí, en Tbilisi, empezó el horror de un secuestro que duró un año y ocho días. El traidor, según Rodríguez, dio una información falsa a los secuestradores chechenos buscando que les mataran. 'Les dijeron que éramos judíos masones y multimillonarios: lo peor para un musulmán. Y todos lo eran. Pero, gracias a Dios, no estoy circuncidado, y se lo enseñé. El problema es que en el pasaporte de Tremiño vieron que tenía tres entradas en Israel. Ahí pasamos miedo. Aunque se lo explicamos, porque ellos sabían que era un técnico en diamantes, y es allí donde está el mayor mercado de esas piedras'.

Hasta aquí, la película que narran estos dos hombres con una sorprendente serenidad es una historia de una traición entre empresarios. Pero a partir del 30 de noviembre de 2000 se convirtió en una pesadilla de más de un año entre terroristas, algo en lo que nunca pensaron cuando viajaron a buscar un chollo.

Les secuestraron de madrugada y les llevaron a un zulo minúsculo donde les ataron con cadenas al cuello. Cuenta Tremiño: 'Era horroroso. El retrete, pegado a la cama, era una lata sin fondo y luego un boquete y una fosa. La cadena llegaba justo a la cama y para ir al servicio. Sólo nos podíamos tumbar los dos juntos'. Rodríguez aclara: 'Pero para comer uno tenía que hacerlo forzando el cuello'. La comparación con el secuestro de José Antonio Ortega Lara es inmediata. Pero Tremiño apunta una diferencia clave: 'Nosotros éramos dos, yo sólo allí dentro me hubiera vuelto loco'. Rodríguez, que tuvo la película bastante clara desde un principio, aguantó mejor. Tremiño, que se había metido en una batalla de la que no entendía nada, se vino abajo enseguida. Sobre todo cuando vino un secuestrador y les dijo que en 15 días sus familias debían pagar 7 millones de dólares (1.300 millones de pesetas) porque si no matarían a uno. 'Nos quedamos esperando la muerte y mirándonos, apostando en silencio para ver a cuál le tocaría'.

Mientras, en España surgía un personaje clave: Rosa Marquina, mujer de Rodríguez, se convierte en el eje de las negociaciones. A su teléfono móvil, el mismo que ahora lleva -durante la entrevista con EL PAÍS entró una llamada desde un teléfono desconocido y se asustó por si eran los secuestradores- llamaban los terroristas para negociar el precio. Rosa logró rebajarlo sustancialmente. Y la familia pagó. Pero algo falló. Según Rodríguez, Alejandro Marcoso, un cubano socio suyo que hizo de intermediario, destrozó la negociación. El dinero no llegó a su destino. 'El grupo que nos cogió cobró pero no repartió. Y nos dejó en manos de los chechenos. Tenían una deuda anterior de otro secuestro, es como una industria', explica Rodríguez.

Las llamadas también podrían ser objeto de un buen guión de cine. Marquina lo explica: 'Les dije que no tenía ese dinero. Me respondieron que, como era judía, se lo podía pedir a Gusinsky [empresario ruso, judío, propietario de un grupo de comunicación crítico con el Gobierno, entonces detenido en España]. Les dije 'no sé quién es'. Y como se enfadaron, respondí: 'Acaso vosotros sabéis quién es Marujita Díaz?. El intérprete se puso blanco'. Se hizo un primer pago de 70 millones, pidieron un segundo de otros 50 que la familia niega, aunque sin mucha fe, haber pagado.

Mientras, en el valle del Pankisi, los dos secuestrados recibían cada día más palizas. Siempre en silencio. 'Teníamos que callarnos porque estábamos en granjas y los vecinos podrían descubrir el pastel y pedir su parte de la tarta'. No tenían esperanzas. Oían morir en la calle a personas casi cada día. 'Además, éstos no son como los de ETA, que se rinden. Si nosotros escapamos, a ellos les matan. Es su ley, el Sakon. Estaban todos agujereados, llenos de heridas de guerra. Ninguno pasaba un control de aeropuerto con la metralla que llevaban dentro del cuerpo'.

La parte más espectacular del secuestro viene con su desenlace final. Harta de negociaciones inútiles, Rosa Marquina decide viajar, ella sola, a Tbilisi. 'Sólo así creerían que estaba dispuesta a todo'. Y allí busca a un intermediario válido. Y lo encuentra. Se reúne con la cúpula del ministerio del Interior -recién renovada, una de las claves de la solución-, se atreve a gritarle al propio ministro. Con su insistencia logra un permiso para viajar al Pankisi a liberar a su marido. Tremiño y Rodríguez están allí al lado. Y ya intuyen el final, sea cual sea. 'Nos lavaron y afeitaron. Para darte la vida o la muerte, ellos siempre te lavan'.

En la casa donde se negocia, la tensión es máxima. Algo falla. 'No se puede', dice el intermediario. Rosa grita y llora. 'Dame al menos el cadáver para que me lo lleve'. El terrorista, en otro cuarto, parece sentir compasión. 'Los musulmanes no pueden ver sufrir a una mujer, son muy machistas'. Y aceptan liberarlos. Para tranquilizarla, un sobrino del intermediario le canta... ¡una canción de los Gipsy Kings!, que hasta el Pankisi han llegado. Los secuestrados están muy cerca. Llaman. Rosa habla con su marido. 'Estoy libre'. '¿Estás entero?'. 'Con orejas y con rabo'. 'Yo no he tenido hijos, pero cuando le vi sentí algo que debe ser como la felicidad del parto', resume Rosa.

Francisco Rodríguez, con su esposa, Rosa Marquina, el pasado viernes en el paseo de La Castellana (Madrid).
Francisco Rodríguez, con su esposa, Rosa Marquina, el pasado viernes en el paseo de La Castellana (Madrid).LUIS MAGÁN

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