De la Rúa reprocha al peronismo la campaña de acoso y derribo contra su presidencia
El justicialismo pone de relieve que su aspiración de poder ha primado durante la crisis
Fernando de la Rúa acudió muy de mañana a la Casa Rosada y permaneció allí sus últimas horas como presidente dimisionario para derogar el estado de sitio, decretado el miércoles para frenar la ola de violencia y luego reinstaurado por el presidente interino. 'Quiero que ésta sea mi última decisión', dijo apenas dos horas antes de que el Congreso formalizara la dimisión. En sus palabras postreras como presidente insistió en que el justicialismo 'cometió un error' al no aceptar la formación de un Gobierno de unidad nacional y 'precipitar los tiempos y negar el apoyo, pero decidieron ejercer su poder'.
De la Rúa y la oposición se reclamaban mutuamente un gesto de grandeza. El primero para permanecer en el poder y preservar 'la institucionalidad' y los otros, para ocupar de nuevo el poder que perdieron en las presidenciales de 1999. No hubo mucha grandeza en la actuación de todos ellos en el tramo final de la violenta crisis argentina. De la Rúa se remitió ayer al veredicto que emitan los historiadores sobre su gestión: 'La historia juzga en perspectiva las dificultades y las decisiones tomadas'.
El ex presidente dijo que dimitió porque Argentina necesitaba gobernabilidad y un país unido: 'Cuando el justicialismo dio los pasos para hacer sentir su mayoría en contra y rechazó mi exhortación, tomé la decisión de retirarme'. De la Rúa reconoció que era muy difícil aferrarse al poder con un Parlamento controlado por la oposición.
Sin admitirlo claramente, el presidente dimitido dio a entender que las medidas bancarias que restringen el uso de dinero en efectivo marcaron el fin de su permanencia en el poder. 'He oído la voz del pueblo', señaló, para puntualizar que 'las decisiones se toman condicionados por las circunstancias'. 'El mismo día que consumábamos el canje de la deuda, que resultó exitoso, se produjo una gran corrida bancaria, alentada por una ola de rumores. Se habría fugado todo el capital de los argentinos y por eso tomé las medidas bancarias. Era un deber inexcusable'. De la Rúa mostró su mayor lucidez cuando admitió que su Gobierno vivió siempre 'bajo el signo de la urgencia o el peligro' y acosado por el desequilibrio fiscal y el endeudamiento. 'Espero que el próximo Gobierno tenga el máximo consenso. Quiero contribuir a una transición ordenada', dijo en su despedida.
Patricia Bullrich, ministra de Seguridad Social hasta su dimisión el pasado 13 de noviembre, afirmó recientemente que en el año que estuvo en el Gobierno argentino vivió con la sensación permanente de que era su último día como ministra. Doce meses con la angustia de que aquello podía terminar en cualquier momento. En las confesiones de la titular de Trabajo, que dejó abruptamente el cargo días después de ser nombrada al frente del nuevo Ministerio de Seguridad Social, Bullrich aseguró que la ansiedad de vivir al borde del abismo era generalizada entre los miembros del Gabinete del presidente Fernando de la Rúa. ¿Qué pediría?, le preguntaron a la última mujer que permaneció en el Gobierno de la Alianza. Bullrich respondió: 'Un poco de normalidad. Que la gente pueda abrir el diario y leer los chistes'.
A la hora de hacer balance, hay que admitir que el ex presidente mostró extrema lentitud en la toma de decisiones y transmitió a los ciudadanos la sensación de que no era consciente de la gravedad del momento. '¿Pero la cosa es para tanto?', aseguran que fue su comentario cuando el ministro de Defensa reclamó el decreto del estado de sitio para frenar la ola de violencia. Las calles de Buenos Aires y de otras ciudades de todo el país registraban situaciones extremadamente peligrosas.
Los esfuerzos de la Iglesia y de la ONU para lograr un amplio consenso entre los sectores políticos, económicos y sociales nunca fue tomado en serio por el presidente De la Rúa y su Gobierno. Ciertamente, la oposición peronista tampoco apostó por la iniciativa. Sólo en el último momento, el miércoles pasado, Fernando de la Rúa decidió acudir a la reunión que se realizó en la sede de Cáritas en Buenos Aires, acompañado de su jefe de Gabinete, Chrystian Colombo.
Consenso frustrado
Ante una treintena de destacados políticos, empresarios, sindicalistas, miembros de organizaciones no gubernamentales y de la jerarquía eclesiástica, el presidente escuchó y se limitó a reiterar que la mejor alternativa para el país era el plan del Gobierno. Aunque con la misma actitud de siempre, el presidente dio un primer paso hacia el consenso al acudir a la reunión. Era demasiado tarde.
Del mismo modo, también se produjo con excesiva demora el llamamiento presidencial de la tarde del jueves en el que convocaba al justicialismo a formar un Gobierno de unidad nacional. La maquinaria del principal partido de la oposición ya había puesto en marcha todos los dispositivos para forzar el relevo de De la Rúa.
El peronismo ha mostrado estos días que sus ambiciones de poder priman por encima de todo y no cedió en su operación de acoso y derribo contra el Gobierno hasta el último minuto. Cuando la crisis se agudizó, no ofreció ningún balón de oxígeno, sino todo lo contrario. La actitud beligerante del sindicalismo peronista, con un total de siete huelgas generales en su haber, fue una pesadilla para el Ejecutivo.
A pocos ciudadanos debía sorprender, en tales circunstancias, que el último ofrecimiento de Fernando de la Rúa ni siquiera fuera escuchado. La violencia se enseñoreaba de la calle y en la localidad de Merlo, en la provincia de San Luis, los caudillos peronistas se reunían risueños y con signos de victoria para preparar su regreso anticipado al poder.
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