Un bosque de libros
El autor analiza las causas de los bajos índices de lectura en España y revisa el papel de los editores en nuestra sociedad
Que el número de españoles que no lee nunca haya crecido espectacularmente en el último año es algo que debería empezar a preocuparnos. El dato nos lo ha proporcionado una reciente encuesta encargada por la Federación de Gremios de Editores de España con el apoyo del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes: si en el año 1999, 42 de cada 100 españoles no saludaron ni por una sola vez las páginas de un libro, en el año 2000 no lo hicieron 47 de cada 100, un 5% más de la totalidad de la población española en edad lectora.
Como se ve, esto de la lectura parece que está pasando de castaño a oscuro y por eso no queda otro remedio que encender señales de alarma. Así las cosas no es de extrañar que los editores y el ministerio hayan lanzado una campaña para animarnos a leer, bienvenida sea ésta que toma el relevo de la realizada durante 1992 y parte de 1993, hasta que la ministra Alborch consideró oportuno cancelarla.
Repetición, banalización y exclusión son pecados que los lectores no perdonan al libro
Quizás en esta nueva campaña no sea oro todo lo que reluce y sea de aplicación aquello de que en dinero y amistad, la mitad de la mitad, pero la mitad es, desde luego, mucho mejor que nada. Lo que es, en cambio, seguro es que en el mundo de los libros algo no va bien si la lectura va mal a pesar de los datos milmillonarios de las estadísticas del sector en exportación, en comercio interior, o del número de nuevos títulos publicados al año, etcétera. La deserción de los lectores empaña el brillo de las cifras.
Por supuesto que se trata de un fenómeno que tiene muchas causas, desde el desamparo en que se encuentra la enseñanza de la literatura en nuestro sistema educativo a la falta de inversiones en bibliotecas públicas y escolares pasando por cierta papilla televisiva que degrada los valores sociales y con ellos el de la cultura como aspiración personal. Pero también será menester aproximarse críticamente a ese mundo del libro y deshacer, si ello es preciso, el encantamiento de las estadísticas para analizar el papel de la edición en nuestra sociedad.
El caso es que, desde hace tiempo, dentro y fuera se hacen oír algunas voces alertando de los efectos de 'la presión de los números' que parece empujar a la edición a una carrera de fusiones e integraciones transnacionales de consecuencias ya visibles. Sin duda la apertura de los mercados, la desregularización de las economías y de los flujos financieros, y, en suma, el conjunto de elementos que configura el fenómeno de la globalización está en la base de este movimiento. En el caso del libro, la búsqueda de sinergias, esto es, de alianzas que multipliquen las posibilidades propias, ha estimulado la compra de editoriales por algunos grupos. De esta manera se tienen nuevas posibilidades: el impulso que para la difusión de, por ejemplo, una novela puede conseguirse de este modo es verdaderamente extraordinario y de una eficacia incontestable. Igualmente lo es para alcanzar una implantación estable en Iberoamérica, y asegurar una distribución eficiente de carácter continental.
Pero la globalización se encuentra con graves tropiezos a la hora de imponer su modelo cuando toca a bienes y servicios que son al mismo tiempo portadores de factores espirituales y culturales como, sin duda, es el caso del libro. Y es que, en algunos casos, pareciera que la búsqueda sin paliativos de mercados masivos requiriera travestir al libro en un producto para el ocio y a la lectura en un mero pasatiempo. En esta atmósfera ya no sorprende que la facilidad del texto, la notoriedad del autor, su vedetismo o su condición de famoso televisivo resulte lo esencial y que proliferen las ediciones de encargo con su secuela de plagios y premios previsibles cuya función más importante es la de servir al marketing del editor. Las fórmulas de éxito, ya sea tanto de contenido como de presentación, se repiten hasta la saciedad: basta observar a los llamados 'grandes lanzamientos' que se copian y repiten unos a otros sin el menor decoro. Hemos visto, incluso, un sinnúmero de casitas de muñecas o de ositos de peluche competir entre sí como productos de firmas editoriales.
Este tipo de negocio a gran escala y la difusión masiva también han alterado la distribución y la librería: los mismos títulos de vida efímera invaden las librerías reduciendo el espacio de los publicados por los editores independientes. El resultado es que cada vez es más difícil, fuera de los grandes núcleos urbanos, encontrar los fondos de estos editores.
Repetición, banalización y exclusión son pecados que los lectores no perdonan al libro precisamente porque de él se espera todo lo contrario: la originalidad, la segmentación y la variedad que permite la interactividad con un gran número de públicos. Pudiera ser que en el pecado vaya la penitencia y que en la base de esta desafección a la lectura que las encuestas señalan también hubiera una protesta muda de los lectores.
Bibliodiversidad es el hermoso nombre de una publicación de los pequeños editores de Madrid que informa de sus novedades. De esta manera intentan derribar murallas y hacerse visibles a lectores y libreros. Para mantener el equilibrio ecológico del libro y la pluralidad de la edición son precisas muchas iniciativas oxigenantes del mismo estilo: se piensa en promover junto con algunos libreros espacios reservados a los libros de estos editores, una especie de 'rincones del gourmet' para lectores fatigados por los supermercados de lo impreso.
Es hora de que la edición independiente, pacíficamente situada fuera de los conglomerados y libre de subordinación a otras empresas o grupos de interés, recupere su espacio dentro del gran espacio de la edición y manifieste su creatividad e iniciativa capaces de traspasar las barreras de lo 'comercialmente correcto'.
Visto lo visto, ésta puede ser una cuestión de orden social y de política cultural de singular importancia en este momento. La promoción de la cultura que en el libro se encarna pasa por una reflexión crítica sobre las consecuencias no deseadas que la industrialización a ultranza puede acarrear y por la búsqueda de las soluciones precisas. La consideración del papel de la edición independiente es un punto de partida. En el simbólico bosque de los libros la biodiversidad es también un valor que debe ser apreciado y defendido.Que el número de españoles que no lee nunca haya crecido espectacularmente en el último año es algo que debería empezar a preocuparnos. El dato nos lo ha proporcionado una reciente encuesta encargada por la Federación de Gremios de Editores de España con el apoyo del Ministerio de Educación, Cultura y Deportes: si en el año 1999, 42 de cada 100 españoles no saludaron ni por una sola vez las páginas de un libro, en el año 2000 no lo hicieron 47 de cada 100, un 5% más de la totalidad de la población española en edad lectora.
Como se ve, esto de la lectura parece que está pasando de castaño a oscuro y por eso no queda otro remedio que encender señales de alarma. Así las cosas no es de extrañar que los editores y el ministerio hayan lanzado una campaña para animarnos a leer, bienvenida sea ésta que toma el relevo de la realizada durante 1992 y parte de 1993, hasta que la ministra Alborch consideró oportuno cancelarla.
Quizás en esta nueva campaña no sea oro todo lo que reluce y sea de aplicación aquello de que en dinero y amistad, la mitad de la mitad, pero la mitad es, desde luego, mucho mejor que nada. Lo que es, en cambio, seguro es que en el mundo de los libros algo no va bien si la lectura va mal a pesar de los datos milmillonarios de las estadísticas del sector en exportación, en comercio interior, o del número de nuevos títulos publicados al año, etcétera. La deserción de los lectores empaña el brillo de las cifras.
Por supuesto que se trata de un fenómeno que tiene muchas causas, desde el desamparo en que se encuentra la enseñanza de la literatura en nuestro sistema educativo a la falta de inversiones en bibliotecas públicas y escolares pasando por cierta papilla televisiva que degrada los valores sociales y con ellos el de la cultura como aspiración personal. Pero también será menester aproximarse críticamente a ese mundo del libro y deshacer, si ello es preciso, el encantamiento de las estadísticas para analizar el papel de la edición en nuestra sociedad.
El caso es que, desde hace tiempo, dentro y fuera se hacen oír algunas voces alertando de los efectos de 'la presión de los números' que parece empujar a la edición a una carrera de fusiones e integraciones transnacionales de consecuencias ya visibles. Sin duda la apertura de los mercados, la desregularización de las economías y de los flujos financieros, y, en suma, el conjunto de elementos que configura el fenómeno de la globalización está en la base de este movimiento. En el caso del libro, la búsqueda de sinergias, esto es, de alianzas que multipliquen las posibilidades propias, ha estimulado la compra de editoriales por algunos grupos. De esta manera se tienen nuevas posibilidades: el impulso que para la difusión de, por ejemplo, una novela puede conseguirse de este modo es verdaderamente extraordinario y de una eficacia incontestable. Igualmente lo es para alcanzar una implantación estable en Iberoamérica, y asegurar una distribución eficiente de carácter continental.
Pero la globalización se encuentra con graves tropiezos a la hora de imponer su modelo cuando toca a bienes y servicios que son al mismo tiempo portadores de factores espirituales y culturales como, sin duda, es el caso del libro. Y es que, en algunos casos, pareciera que la búsqueda sin paliativos de mercados masivos requiriera travestir al libro en un producto para el ocio y a la lectura en un mero pasatiempo. En esta atmósfera ya no sorprende que la facilidad del texto, la notoriedad del autor, su vedetismo o su condición de famoso televisivo resulte lo esencial y que proliferen las ediciones de encargo con su secuela de plagios y premios previsibles cuya función más importante es la de servir al marketing del editor. Las fórmulas de éxito, ya sea tanto de contenido como de presentación, se repiten hasta la saciedad: basta observar a los llamados 'grandes lanzamientos' que se copian y repiten unos a otros sin el menor decoro. Hemos visto, incluso, un sinnúmero de casitas de muñecas o de ositos de peluche competir entre sí como productos de firmas editoriales.
Este tipo de negocio a gran escala y la difusión masiva también han alterado la distribución y la librería: los mismos títulos de vida efímera invaden las librerías reduciendo el espacio de los publicados por los editores independientes. El resultado es que cada vez es más difícil, fuera de los grandes núcleos urbanos, encontrar los fondos de estos editores.
Repetición, banalización y exclusión son pecados que los lectores no perdonan al libro precisamente porque de él se espera todo lo contrario: la originalidad, la segmentación y la variedad que permite la interactividad con un gran número de públicos. Pudiera ser que en el pecado vaya la penitencia y que en la base de esta desafección a la lectura que las encuestas señalan también hubiera una protesta muda de los lectores.
Bibliodiversidad es el hermoso nombre de una publicación de los pequeños editores de Madrid que informa de sus novedades. De esta manera intentan derribar murallas y hacerse visibles a lectores y libreros. Para mantener el equilibrio ecológico del libro y la pluralidad de la edición son precisas muchas iniciativas oxigenantes del mismo estilo: se piensa en promover junto con algunos libreros espacios reservados a los libros de estos editores, una especie de 'rincones del gourmet' para lectores fatigados por los supermercados de lo impreso.
Es hora de que la edición independiente, pacíficamente situada fuera de los conglomerados y libre de subordinación a otras empresas o grupos de interés, recupere su espacio dentro del gran espacio de la edición y manifieste su creatividad e iniciativa capaces de traspasar las barreras de lo 'comercialmente correcto'.
Visto lo visto, ésta puede ser una cuestión de orden social y de política cultural de singular importancia en este momento. La promoción de la cultura que en el libro se encarna pasa por una reflexión crítica sobre las consecuencias no deseadas que la industrialización a ultranza puede acarrear y por la búsqueda de las soluciones precisas. La consideración del papel de la edición independiente es un punto de partida. En el simbólico bosque de los libros la biodiversidad es también un valor que debe ser apreciado y defendido.
Federico Ibáñez Soler es editor.
Federico Ibáñez Soler es editor.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.