Marruecos, tenemos un problema
El autor aboga por resolver cuanto antes el conflicto hispano-marroquí. Y considera que España debe ocuparse, bajo la presidencia de la UE, no sólo del desarrollo del proyecto europeo, sino de ser una plataforma de la cooperación de Europa hacia el norte de África.
A la vista de lo ocurrido durante estas últimas semanas, imagino que tanto el Gobierno como el PP se sentirán reconfortados: el viaje a Marruecos del secretario general del PSOE no ha provocado, hasta ahora, la reacción que más temían, pues, en efecto, cuando escribo estas líneas, el embajador de Marruecos en España aún no ha regresado a Madrid.
No hay que hacer un gran esfuerzo de memoria para recordar el vendaval político que desató el viaje a Marruecos de José Luis Rodríguez Zapatero. Pocas veces como en esta ocasión se han dedicado, por el Gobierno y por el PP, tan graves descalificaciones hacia una iniciativa del jefe de la oposición que no hacía, recuérdese, sino lo que es normal en quien ostenta esa condición: Aznar lo sabe bien, pues desempeñó esa función durante muchos años y, a lo largo de ellos, realizó viajes al extranjero de los que, como él bien sabe, el Gobierno de entonces no cayó en la tentación -como ahora ha hecho el PP- de recurrir al insulto, a la amenaza o a la mentira para criticar el propósito que le llevó a emprenderlos.
Zapatero demostró que puede y debe hacerse una política exterior abierta y tolerante
Aznar se comporta con humildad y debilidad ante el fuerte y con soberbia ante el débil
Las relaciones de España con Marruecos viven desde hace meses una situación preocupante. No hace falta insistir en lo que España se juega en Marruecos. ¿O acaso sí hay que insistir para que no lo olvidemos? Y yo creo que hay que hacerlo, porque bueno será que el Gobierno se vaya dando cuenta de que España tiene un problema con Marruecos y que es su responsabilidad -y de todos- contribuir a resolverlo.
Porque hay que comprender los motivos que llevaron al Gobierno y al PP a desmelenarse como lo hicieron. Y porque creo que hay que insistir en explicar los motivos que llevaron al secretario general del PSOE a hacer ese viaje.
Que el PP reaccionase como reaccionó se explica, en primer lugar, por el destino geográfico (y político) de ese viaje: el Gobierno ha mantenido una posición que habría resultado impensable si el conflicto diplomático que mantiene con Marruecos lo tuviese con un país diferente, más poderoso, más desarrollado, más ajeno a la historia moderna y contemporánea de España.
Ha sido una nueva ocasión para que sepamos que las cabezadas de Piqué ante Bush se transforman en descortesías, zafiedades y desdenes ante el Gobierno de Marruecos. Ha sido una nueva ocasión para saber que Aznar se comporta con humildad y debilidad ante el fuerte y con soberbia y distancia ante el débil.
Ha sido una nueva ocasión, en fin, para que la derecha española explote sentimientos xenófobos contra los moros como forma de esconder su incompetencia y maquillar su intolerancia; una explotación, por cierto, que insensatamente se remacha en las explicaciones que, también en estas semanas, ha dado el Gobierno para justificar el fracaso de su política de seguridad ciudadana ante el aumento de hechos delictivos de la mayor gravedad en todas las zonas del territorio nacional. ¿Se hubiese atrevido el Gobierno, ante un conflicto parecido con Francia, Estados Unidos, China o Chile, por citar cuatro países bien diferentes, a sostener que no era necesario que su embajador volviese a Madrid porque les bastaba con José Luis Rodríguez Zapatero?
Pero la reacción del PP se explica también porque en éste, como en tantos otros asuntos, anteponen sus propios intereses partidistas y, de este modo, ponen énfasis en lo accesorio y no en lo principal: toda la preocupación del PP se centró en que la visita del secretario general del PSOE no se saldara con el regreso del embajador de Marruecos. Y, sin embargo, la visita de José Luis Rodríguez Zapatero se cerró con un éxito innegable: demostró que puede y debe hacerse una política exterior abierta y tolerante, una política exterior que anteponga a cualquier otra consideración los intereses generales de España. Pues de eso se trata: de la defensa de los intereses generales de España, no del orgullo mal entendido de un Gobierno que, en demasiadas ocasiones, hace de la insolencia su bandera.
No son meras palabras. No es sólo una cuestión de concebir las relaciones internacionales en el marco del entendimiento o en el marco de la discordia. Es algo muy diferente. Porque con Marruecos -antes y después del conflicto diplomático, antes y después del viaje de Zapatero a Rabat- tenemos muchas cosas que resolver y todas importantes. Hablo de la pesca, hablo de productos agrarios, hablo de la inmigración, hablo de la lengua y cultura españolas, hablo de un espacio político de enorme trascendencia para Europa como es el Mediterráneo. Y hablo, también, de la conveniencia para todos (ante todo, para los marroquíes; pero, después de ellos, para nosotros los españoles) de que se consolide y avance la transformación paulatina de Marruecos en un país moderno y estable, en el que se reconozcan y respeten plenamente los derechos y libertades, en el que el desarrollo de su economía permita que sus ciudadanos puedan acceder a unas condiciones de vida dignas, y en el que la cohesión social permita que disminuyan las bolsas de pobreza y marginación. Y en el que se resuelva de una vez, de acuerdo a principios y prácticas razonables y adecuadas al momento en que vivimos, el problema del Sáhara.
Todo ello nos interesa y nos afecta a los españoles. Y por eso es positivo conocer la situación, trasladar opiniones, ofrecer propuestas y colaborar con el Gobierno. Pese al rechazo de éste a dejarnos participar en la construcción de unas relaciones hispano-marroquíes cordiales y cooperativas, lo seguiremos haciendo porque los problemas siguen esperando que los solucionemos. Y importa menos quién tiene más razón, quién tiró la primera piedra que el cómo y cuándo vamos a arreglar un conflicto que no conviene a nadie. Es importante insistir en ello, aunque el tema haya dejado las primeras páginas de los periódicos. Y es importante hacerlo ahora.
Acaba de iniciarse la Presidencia Española de la Unión Europea. La tentación del Gobierno de, a lo largo del semestre, mirar solamente hacia el norte será muy fuerte. Claro que hay que ocuparse del desarrollo del proyecto europeo, de la consolidación del euro, de la ampliación al Este, de la expansión de las posibilidades y capacidades de una política exterior y de seguridad común, de la acción europea contra el terrorismo. Son temas importantes. Pero para España este bagaje resultaría pobre para el enorme caudal político, humano, cultural e histórico de nuestro país. Podemos y debemos ser una plataforma de la cooperación europea hacia el norte de África, hacia todo el Mediterráneo.
Porque somos europeos, debemos mirar alrededor. Y porque somos europeos del Sur, no nos olvidemos de los problemas que existen en el Sur: muchos de ellos afectan a toda Europa y, desde luego, y antes que a nadie, a España.
Si nos olvidamos de ellos y si, como ha hecho y parece que quiere seguir haciendo el Gobierno, los tratamos con arrogancia y desprecio, no podemos luego extrañarnos de reacciones airadas: todos los países -y no sólo Espa-ña- tienen su propia dignidad y se sienten o se pueden sentir heridos por el maltrato, especialmente cuando lo reciben de aquellos con quienes compartieron en común trozos de la Historia. El estado de nuestras relaciones con Marruecos lo demuestra. ¿También lo haremos igual con Argentina?
Manuel Chaves González es presidente del PSOE y de la Junta de Andalucía.
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