¿Dónde está el caos sanitario?
Sanidad, educación y seguridad ciudadana constituyen, con el pan nuestro de cada día, esto es, el puesto de trabajo, las áreas más sensibles de todo Gobierno y, por ello mismo, las más vulnerables a la crítica. Aún en circunstancias favorables, son manifiestamente mejorables. Y no digamos cuando revelan déficit y brechas imputables a sus responsables, sea la Administración Pública o sus propios gestores. En el caso de la seguridad, ya hemos visto -y algunos padecido en sus carnes o patrimonio-, el fracaso de las políticas aplicadas por el PP en esta parcela, que ahora se quieren enmendar con la movilización apresurada de recursos materiales y humanos. El desmadre era tan obvio que el ministro del ramo no ha tenido más remedio que cantar la gallina y apremiar las soluciones.
Éste era, justamente, uno de los asuntos señeros a debatir el jueves pasado en la sesión de control al Consell en las Cortes Valencianas, si bien su interés había cedido ante el estrépito mediático que estaba provocando el aparente estado de emergencia en la sanidad pública de la Comunidad. Un anciano fallecía después de permanecer cuatro días en los pasillos del Hospital Virgen de los Lirios, de Alcoy, y los pacientes saturaban las clínicas de urgencias y salas de observación hospitalarias. Alguien calificó de 'nefasta' la situación y el mismo portavoz socialista, Ximo Puig, habló de 'caos'. Unos ingredientes que, sumados a los no lejanos brotes de hepatitis C y de legionella, anticipaban una buena gresca parlamentaria de la que, como mínimo, sacásemos en limpio cuáles son los presuntos puntos negros de la sanidad pública que nos atiende.
Pues bien, de eso apenas hubo nada en el coso parlamentario, y lo poco que hubo se lo debemos a una pregunta formulada por el portavoz del PP, Alejandro Font de Mora, que no por la oposición. Y es que ésta, suponemos que alertada por sus propios expertos, optó por no marear la perdiz ni echarle sombras a la sanidad pública, que no será la idónea -¿cuál lo es?-, 'ni funciona excelentemente bien', como aseguró muy en su papel el presidente Eduardo Zaplana, pero que tampoco, ni mucho menos, responde a la imagen sesgada que ha querido divulgarse a propósito de un habitual, por estacional, aluvión de gripe. Dramatizar sin fundamento este sector asistencial, tan complejo de suyo, no se nos antoja político, ni decente, ni por demás progresista.
En la sanidad pública valenciana, como decimos, no se ha producido ningún caos, ni es previsible que acontezca a tenor del ritmo de inversiones que se viene ejecutando en ella. Desde 1995 los presupuestos han crecido más del 60 % y ya se superan holgadamente los 500.000 millones de pesetas, lo que acaso no colme todas las aspiraciones, pero sí garantiza su progresión, expansión de la cobertura y mantenimiento del prestigio internacional alcanzado en ciertas especialidades -como los trasplantes de órganos- y varias prestaciones tecnológicas en las que la Comunidad es puntera. Otros méritos podrían citarse, pero no es el caso, ni la suma de ellos nos podría disuadir de plantear otras cuestiones que, por ejemplo, deberían abordarse en un debate como el antes aludido y sobre el que la izquierda pasó de rositas.
Nos referimos a capítulos que no suelen proyectarse en los medios informativos, pero que inciden poderosamente en la calidad asistencial. Por ejemplo, las retribuciones -desfasadas por modestas- del personal sanitario y su productividad; la vigencia de determinadas pautas cívicas que abocan a la saturación injustificada de los servicios de urgencias, el consumo desmedido de medicamentos o los efectos palpables y previsibles de la inmigración en un país, como el nuestro, el valenciano, que ha de habilitarse para convertirse en destino preferente de usuarios imprevistos de la sanidad.
Con otras palabras: no hagamos demagogia barata -política o mediática-, pues con ello se contribuye a demoler uno de los pocos fortines eficaces y socializados que nos quedan. Tengo la impresión de que la oposición -PSPV e EU- acertó a limar su beligerancia ante la evidencia de que ni había caos sanitario ni convenía a los intereses generales, empezando por los suyos. ¿O es que acaso tiene la oposición alternativas más adecuadas?
HUELGAS ANTIPÁTICAS
En la calle Sueca de Valencia ya se ha empezado a instalar la luminaria fallera, con la consiguiente incomodidad para el vecindario que ve restringido el aparcamiento de sus vehículos. Todo al tiempo, como una anticipación esperada de la crida festera, los sindicatos del metro anuncian huelgas para los días josefinos que a su arbitrio comenzarán el primero de marzo. Así pues, todos los usuarios, como cada año, somos de nuevo rehenes de sus reivindicaciones. Y eso es un abuso más decantado por el fracaso negociador de las partes, sin hablar del abuso del derecho de huelga, que debiera administrarse con más respeto y moderación. Tengamos las Fallas en paz.
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