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Reportaje:Raíces

Una colina hecha con ánforas

Arqueólogos investigan el comercio del aceite de la Bética en el monte Testaccio de Roma

Ginés Donaire

El Testaccio es un monte de Roma con un evidente aroma andaluz. En su subsuelo hay enterradas 25 millones de ánforas que fueron utilizadas en tiempos del imperio romano para trasladar hasta allí el aceite procedente de la Bética andaluza. Las excavaciones llevadas a cabo durante la última década por arqueólogos españoles han ayudado a descifrar, a través de sellos, grafitos y otros elementos epigráficos, cómo eran las relaciones comerciales en la antigua Roma, pero también han abierto nuevas expectativas cara a la promoción actual del aceite de oliva andaluz. Parte de los resultados de los trabajos realizados en el monte Testaccio se recogen ahora en un libro editado por la Universidad de Barcelona y que ha coordinado el arqueólogo sevillano José Remesal.

'Estamos ante un monte español en Roma', asegura Arturo Ruiz, director del Centro Andaluz de Arqueología Ibérica, con sede en Jaén, donde se han presentado los últimos trabajos llevados a cabo en el Testaccio desde principios de la década de los noventa. Tal es el grado de vinculación de esta colina romana con el aceite andaluz que el presidente de la Diputación jiennense, Felipe López, responsable también de la Asociación Española de Municipios del Olivo (AEMO), llegó a ironizar sobre la necesidad de reivindicación territorial del monte Testaccio.

Según Remesal, que ha dirigido las excavaciones de los últimos años, las ánforas con aceite de la Bética llegaron hasta la India, pero fundamentalmente se dirigieron hasta la parte más occidental del imperio romano. Las excavaciones han permitido constatar que el monte Testaccio se componía de dos áreas de descarga: La primera, datable entre el inicio del monte y mediados del siglo II, y la segunda, hasta época postseveriana. Para constituir las diversas terrazas que componen el monte las descargas se realizaron colocando las ánforas en hiladas.

Remesal, para quien las excavaciones en el Testaccio 'han prestigiado a la arqueología andaluza', explica que se alineaban una serie de ánforas, a las que se había roto el fondo para rellenarlas de otros fragmentos, y detrás de ellas se iban descargando el resto. Una vez construida una línea de ánforas se formaba otra y así sucesivamente. A su juicio, las ánforas fueron subidas al monte de cuatro en cuatro a lomos de caballerías.

Tipológicamente todas las ánforas eran datables a mediados del siglo II, mientras que el material que apareció al oeste de ellas era del año 224, por lo que alrededor de 70 años separaban el muro del material que se acumulaba contra él. 'Tuvimos la fortuna de encontrar el punto de contacto entre la primera y la segunda plataforma y se nos abrió la posibilidad de entender mejor el sistema de formación del monte', asegura Remesal. El resultado de todo el proceso de acumulación de ánforas fue la formación de un monte de un kilómetro de ancho y una altura semejante a una gran colina. Los arqueólogos calculan que el aceite transportado en esos envases permitiría abastecer la mitad de la dieta anual de aceite de oliva -de seis litros- de un millón de personas durante 250 años.

Los estudios arqueológicos realizados más tarde han relacionado el rescripto (decisión de un soberano) hallado en las ruinas romanas de Cástulo, en Linares (Jaén), con la ley ateniense que regulaba la venta de aceite. Del contenido de la ley se desprende que la exportación del aceite dejaba más beneficios que su venta en la ciudad, por lo que muchos optaban por exportar incluso aquella parte del aceite que correspondía al tesoro ateniense.

Todos los indicios apuntan a que el rescripto de Cástulo podría deberse al emperador Adriano, aunque se sabe que ya en época de Augusto se hacían cuantiosas exportaciones de trigo, aceite y vino desde la Bética y, al menos desde entonces, el precio del aceite era intervenido por el control de Roma

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