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De arcos, coronas y ciudades

En la economía y la sociedad abiertas, globalizadas o mundializadas -escoja el lector o lectora lo que se avenga a sus preferencias- las ciudades constituyen los nodos del sistema. Compiten entre sí, articulan el territorio, o contribuyen a su desvertebración. Estos hechos llevan décadas produciéndose. La atención académica primero, la política algo más tarde, han sido posteriores a su desarrollo. Ya se sabe, anticiparse es tan peligroso como quedar rezagado, y en la gestión de los asuntos públicos, en las formulaciones de propuestas, este es el riesgo mayor: la administración del tiempo constituye uno de los fundamentos más dificiles de la gobernación.

En los ochenta del pasado siglo se formularon algunas ideas que la corriente dominante, en el pensamiento económico, tendió a desdeñar. Así con Jane Jacobs, y sus ciudades riqueza de las naciones. Hoy constituye, con Krugman, uno de los pilares de la reflexión ordinaria, en economía o en ciencias sociales. Sucedió algo parecido, salvando obvias distancias, con iniciativas municipales valencianas, tal La Valencia de los noventa, objeto de befa y desprecio, cuando no de ignorancia. Una ciudad vertebradora de un país, en competencia con otros sistemas de ciudades, por ejemplo el de Cataluña, y desde luego incardinada en el Arco Mediterráneo, en la fachada de la corona de Aragón. La recuperación de las comunicaciones litorales, la proximidad a Lisboa, ahora consagrada en iniciativas de la Union Europea, la propuesta de unas estructuras fundamentales para la competencia: desde las ferias al puerto, de las comunicaciones a las infraestructuras de movilidad, la alta velocidad o el sistema de aeropuertos.

El interés de los unos por los otros es algo reciente. Lo frecuente ha sido la ignorancia, mal que les pese a algunos que intentaron, por todos los medios, el enfrentamiento. Hoy se abre paso, al parecer, una nueva perspectiva, la de la competencia en cooperación, en la puesta en común de intereses vitales, desde el punto de vista económico, pero tambien desde la perspectiva política, en una revisión en la que estan presentes las diferentes formulaciones acerca de la naturaleza y objetivos del país común. Ante el neocentralismo, la postura federalista. Ante la uniformidad a costes elevadosm la maximización de los beneficios compartidos.

Sin perder de vista, sin embargo, que la competencia existe. como sucediera en el pasado. Así, los puertos, dentro del propio ámbito valenciano, pero sobre todo en la relación de los dos líderes, Barcelona y Valencia. Hay quien piensa que algunas decisiones, de los gobiernos de Madrid, han inspirado una dejaciones y abandonos. Así, el cierre de la autovia A-III, la demora en la alta velocidad, que ha permitido situar las cuatro capitales catalanas en la gran red europea, o las dificultades de accesibilidad del área metropolitana de Valencia y los accesos a las instalaciones de puerto y aeropuerto. Habría que revisarlo, y poner en el debe indígena las actitudes de los gobiernos y oposiciones locales desde mediados los ochenta. O el embobamiento acrítico de nuestra inteligentsia ante las encomiables transformaciones de la movilidad y la rehabilitación urbanas de Barcelona, y la miopía ante las propuestas propias, una de cuyas funcionalidades era, debería ser, propiciar la capacidad de competir. Estos son, no obstante, aspectos sobre los que convendría abrir el debate ciudadano, más allá de los oportunismos circunstanciales, incluidos los mediáticos.

Lo cierto es que, al cabo, y con el desdén de los de siempre, se abren paso las propuestas razonables de articulación de un espacio comun, con intereses vitales comunes, y desde el reconocimiento de la existencia de competencia. Arco, corona y ciudades ya existían. La voluntad política, expresa y pública, no. Ahora sí, y la perplejidad de algunos dirigentes, incluidos quienes tienen responsabilidad de gobierno, debe dejar paso a propuestas positivas, de gobierno también, y no entrar en descalificaciones que a algunos, como quien esto suscribe, le recuerdan tiempos en que se hacía de la ignorancia argumento. Tan peligrosa la anticipación, por no ser seguida por la sociedad, como el retraso, en un contexto dinámico, y de cambios acelerados. Perder otra oportunidad nos puede condenar a la reserva folklórica, tan entrañable como se quiera, y especialmente para quienes gozan de los privilegios, heredados u obtenidos, pero que no tienen en cuenta los intereses del bienestar de la mayoría. Dicho sin acritud: podemos ser reserva, y tambien podemos emigrar , como lo hiciéramos en un pasado no muy lejano.

Ricard Pérez Casado es doctor en Historia y diputado socialista por Valencia.

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