De Sarajevo a Sarajevo
Los siglos no empiezan siempre con el primer año ni terminan siempre con el último. El XX empezó con el atentado de Sarajevo en 1914 y terminó también en Sarajevo con los recientes conflictos balcánicos. El XXI se inauguró con toda seguridad el 11 de septiembre de 2001.
El 6 de abril era una fecha muy señalada en el calendario de nuestra memoria: ese día, en 1941, la primera Yugoslavia fue atacada y destruida. Bosnia-Herzegovina se dividió. Sarajevo quedó en la 'zona de ocupación alemana'; Mostar, en la italiana. Hitler tuvo que aplazar su campaña en la URSS; la empezó demasiado tarde para evitar el invierno de las estepas rusas. La rabia del dictador se transformó en una venganza histérica y mortal. Nuestros padres permanecieron durante mucho tiempo en los campos de prisioneros de guerra. Los chicos de mi generación se hicieron viejos a los diez años. En poco tiempo veríamos conflictos entre nacionalismos y entre religiones, enfrentamientos entre Resistencia y fascismo, masacres y éxodos.
No podíamos imaginar que otro 6 de abril, éste en 1992, estallaría una guerra en nuestro país, y sobre todo que esta vez no nos asaltarían tropas extranjeras, sino 'nuestros hermanos'. Fuimos demasiado ingenuos. Así empezó un asedio de 1.350 días, que batió el récord del siglo: 900 días funestos en Leningrado. Empezó un nuevo conflicto, otro éxodo, una hecatombe similar. Guerra y paz.
Casi cualquier intento de reflexionar sobre la tragedia yugoslava se refiere y se dirige a Saravejo. Acudí durante el asedio a la ciudad bombardeada y hambrienta para estar cerca de los amigos y manifestarles mi solidaridad. Después, cada vez que volvía, me parecía encontrar sólo a los ciudadanos que ya había encontrado antes: algunos caminan con el mismo orgullo, otros con idéntica resignación. Como si quisieran evitar los espacios que fueron blanco de los francotiradores, las calles expuestas a los morteros, conservando un código mental más profundo de la memoria. Un mapa análogo se inscribió también en los recuerdos de quienes se les unieron. Me parece volver a ver, bajo otro aspecto, lo que ya había visto y volver a pensar de modo parecido lo que pensé entonces.
En la ciudad asediada y martirizada surgían, sobre todo, las siluetas de las casas. Las imágenes que vimos en las pantallas sólo tienen dos dimensiones, los acontecimientos aparecen sin relieve, uniformes o mutilados. Los veía consumados y completados con las presencias, vivos y pluridimensionales. Visité, sobre todo, el mercado Markale y la calle Vase Miskina, donde decenas de personas fueron asesinadas mientras hacían cola para comprar el pan o la sal. Hoy ya no se distinguen las huellas de la tragedia, pero los cristianos todavía llevan allí velas encendidas, los musulmanes depositan esquelas enmarcadas en verde. La propaganda de Milosevic presentó este odioso crimen contra civiles indefensos como un acto suicida cometido por los propios bosnios para alarmar a la opinión pública mundial. La prensa y algunos intelectuales de Belgrado lo repiten incluso ahora, sin avergonzarse.
En la Biblioteca Nacional ardieron millones de libros y quién sabe cuántos manuscritos antiguos. Sólo queda la fachada, como un enorme decorado. En el interior todo se incendió y destruyó, de arriba abajo, literalmente. Hay una paradoja sin parangón: ¡quien dio la orden de cometer este culturicidio escribió libros de poesía! Los expertos dicen que será imposible reconstruir el edificio. De entre un amasijo de escombros recogí dos minúsculos fragmentos de un antiguo fresco.
No lejos de la Biblioteca se encuentra el lugar desde el que Gavrilo Pincip disparó en 1914 al heredero al trono de los Habsburgo. Había también un pequeño museo dedicado a él. Durante el asedio, recuerdo, las ventanas ya estaban rotas debido a la explosión de granadas en las inmediaciones, pero las letras de oro en la pared no se borraron: 'En señal de eterno reconocimiento a los jóvenes combatientes por la libertad, por la independencia de los pueblos yugoslavos'. Junto al busto de Princip se leían sus máximas: 'Hemos amado a nuestro pueblo' y 'El idioma más comprensible es el idioma de la libertad'. Me pregunté qué conservarían de todo esto las generaciones venideras y qué desecharían. Hoy, estos mensajes han desaparecido y el museo está 'cerrado temporalmente'. Los pasos del joven conjurado, la huella simbólica junto a la entrada, en la acera, ya no existen. Una organización ultranacionalista, probablemente relacionada con los secuaces de Radovan Karadzic, dio hace poco el nombre de Gavrilo Princip a un grupo terrorista que amenaza a los serbios que aceptan colaborar con los bosnios musulmanes y los croatas en las instituciones de la Bosnia multiétnica. Cerca del museo se encontraba el puente de Princip, que ahora se llama puente Latino, como en tiempos del Imperio austrohúngaro. Por debajo corren las aguas turbias del Miljaka. ¿Se puede reinstaurar Bosnia sin la historia de Bosnia?
También ahora, los bosnios de procedencia musulmana son los que más han sufrido, como en la II Guerra Mundial. Sin embargo, su responsabilidad es mayor: en Sarajevo son mayoría. Tanto los serbios como los croatas se han burlado de la identidad bosnio-musulmana, y no precisamente desde ayer. El hecho de no haber reconocido en Bosnia la existencia de una de las comunidades islámicas más laicas del mundo ha sido quizá uno de los errores más graves cometidos por Europa y Estados Unidos en esta última guerra de los Balcanes. La ignorancia se ha dejado engañar por una propaganda nacionalista ciega, en su mayor parte serbia, pero también croata, que presentaba a esta comunidad como 'una avanzadilla de la penetración del Islam en Europa'.
Nunca he oído a nuestros islámicos hablar de 'suníes', 'shiíes' y, mucho menos, 'wahabí'. Cuando después de la ruptura de la Yugoslavia de Tito con Stalin (1948) se abrió un espacio más amplio para la libertad de expresión, más de un intelectual musulmán, laico o creyente, no tardó en confesar su malestar respecto a la identidad nacional. 'Por sí misma, la pertenencia a Bosnia no atribuía al intelectual musulmán una nacionalidad', escribía Midhat Begic, un eminente crítico literario. 'Al intelectual musulmán se le ha seguido catalogando por su religión según el parecer de los demás y el suyo propio. Por esto, la cuestión de su identidad sigue siendo la razón fundamental de su malestar'. Un testimonio desgarrador nos viene de la novela de Mehmed Mecha Selimovic, El derviche y la muerte, una de las obras más importantes de la literatura de la ex Yugoslavia, traducida a varios idiomas. 'Nos han separado de los nuestros, pero los demás no nos han aceptado: como un brazo separado del río por una lluvia torrencial, sin corrientes ni desembocadura, demasiado pequeño para convertirse en lago y demasiado grande para que le absorba la arena... No queríamos mirar atrás y no sabíamos mirar adelante'. Conocí bien a los dos autores citados. La tragedia de Sarajevo me ha hecho recordar mis primeros encuentros con ellos, en las aulas de la Biblioteca Nacional, donde escribí los primeros capítulos de mi Breviario mediterráneo. No tenía ni idea del 'malestar existencial' que evocan; ni siquiera me daba cuenta de que pudieran sentir un 'mal de identidad'. Quizá también nosotros ignorábamos varias cosas en nuestro propio país.
Durante la guerra de Bosnia hubo aquí y allá muyahidin voluntarios llegados de países árabes. Su número fue menos importante de lo que una propaganda hostil se empeñó en afirmar. Tuvieron un papel mínimo en las operaciones y menos aún en las decisiones de las autoridades bosnio-musulmanas. No se puede descartar que algunos de ellos pudieran tener relación con Bin Laden, en aquella época aliado de Estados Unidos contra los rusos. Pero no hay que confundir las dos cosas.
Las heridas de Sarajevo no dejan de sangrar. Bosnia-Herzegovina ha quedado reducida a una miseria material inconfesable, a una supervivencia dependiente de la ayuda exterior. Más que un Estado es un esqueleto; una región dividida en tres partes, desmembrada en tres religiones, cada una de ellas apoyada por un nacionalismo retrógrado e intransigente. Está en un camino que parece sin salida. Las ayudas, que a pesar de todo le permiten sobrevivir y avanzar a tientas hacia un futuro incierto, no siempre acaban en las manos de quienes más lo necesitan. Los pueblos musulmanes han reconstruido casi todas las mezquitas abatidas y han construido otras, en los lugares más prestigiosos. Las condiciones implícitas en este tipo de apoyo chocan a veces con las tradiciones más profundas del Islam bosnio. Un laicismo que se ha vuelto frágil por la agresión de los 'hermanos eslavos' intenta, a duras penas, oponerse a estas influencias externas. Probablemente, en Bosnia y precisamente en Sarajevo, Europa ha perdido una batalla decisiva contra el islamismo integrista en su conjunto.
Errores como éste se pagan muy caros.
Predrag Matvejevic, ex yugoslavo de origen croata y ruso, es profesor de Literatura eslava en la Universidad de Roma.
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