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LA CRÓNICA
Columna
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El rastro del cocodrilo

Jacinto Antón

Seguí el rastro del gran cocodrilo del Nilo hasta Badalona. Allí, en el suelo de un lujoso despacho yacía, todo dientes y escamas, otro saurio no menos impresionante. Calculé, a ojo de buen cubero, unos cinco metros de largo. Igualito que el que yo andaba siguiendo. Se abrió la puerta y entró Armand Basi. Por un pelo no me pescó danzando alrededor de su enorme piel de cocodrilo con el grito de guerra de los ascaris tanzanos de Lettow-Vorbeck en los labios: 'Wahindi ni wadudu!'. Para disimular giré elegantemente sobre mí mismo, metí la mano en la cartera y extraje una foto. 'Su otro cocodrilo, el que cazó en agosto de 1995 en el río Ugalla, está en buenas manos', dije. Basi estudió la imagen con lo que me pareció un cierto afecto. 'Se le ve contento', apunté para hacerme el simpático señalando la helada mueca llena de colmillos de la bestia enorme de la fotografía. Armand Basi, el hombre de Lacoste en España, me invitó a tomar asiento con un jovial 'en esta casa hay muchos cocodrilos'. Yo esperaba que el célebre diseñador de moda y empresario textil me despacharía rápidamente con cuatro datos. No estaba preparado para lo que vendría en la intensa hora y pico siguiente: peligrosas cacerías de cocodrilos devoradores de hombres en los tórridos marjales de África, el ataque de un león y la lucha desesperada por arrebatarle su presa humana, el íbex de Nubia entrevisto en un amanecer vaporoso, manadas de elefantes olfateando miedo en el aire, un hombre en Jartum con los ojos humedecidos de emoción mientras ve juntarse el Nilo Azul y el Nilo Blanco, el cielo sobre el desierto, tachonado de estrellas...

La bestia enorme que se exhibe en el Museo de Zoología tiene un nexo con el pequeño símbolo de Lacoste: la cazó Armand Basi

Todo había empezado con una llamada de mi amigo Emil. 'Hola, ¿sabes a quién podría interesarle un cocodrilo muy grande?'. Di un sorbo al café, pensando que el día prometía. '...un cocodrilo realmente grande', continuaba Emil con entusiasmo. Estuve tentado de decirle que me lo enviara a casa. 'El cocodrilo, su piel, es de Armand Basi, lo cazó en Tanzania y ahora querría donarlo a alguien: alguien serio, por supuesto', acotó para que no me hiciera ilusiones.

Un mes después, ahí estaba el cocodrilo en todo su esplendor, por así decirlo, estirado sobre el parqué nuevo del Museo de Zoología de Barcelona, con honores de pieza estelar. Le rendí visita. Pensando que no me veía nadie traté de meter la cabeza entre las mandíbulas, como hacen los miccosukee y los semínolas con los caimanes de Florida para ganarse unos dólares. Noté que me observaban. Eulàlia García, la conservadora, carraspeó. 'Bonito animal', dije, pero a ella no podía engañarla porque ya nos conocíamos de cuando intenté sacar un ornitorrinco del museo para retratarme con él en un bar. 'Crocodylus niloticus, de 4,80 metros de largo por una anchura máxima de dos metros', corrigió la conservadora. 'Está muy bien preparado por el taxidermista Nogués; apenas ha habido que pegarle con cola alguna escama suelta y darle una mano de autobrillo'. Nos quedamos mirando a la gran bestia, unidos por la admiración y, en mi caso al menos, el profundo respeto por tamaño lagarto. 'Tiene todos los papeles en regla, o no estaría aquí', apuntó García malininterpretando mis pensamientos. Le pregunté por dónde había entrado el disparo. 'Es curioso, porque no hemos encontrado el agujero'. ¿Y en qué circunstancias le dieron caza? ¿Se había comido a alguien quizá?, interrogué relamiéndome de antemano. La conservadora me hizo ver que esas cuestiones personales sólo me podían ser contestadas en origen.

Así que ahí estaba yo, en el despacho de Armand Basi en Badalona, tratando de recomponer la biografía del finado cocodrilo y a la vez de discernir en el hombre que tenía delante la línea de fractura entre el pujante empresario de moda y el cazador de monstruos con escamas. Con cierta timidez inicial, le planteé lo curioso de la coincidencia en su persona de la firma Lacoste y el tiro al cocodrilo. 'Yo vivo del cocodrilo', respondió Basi, 'y confío en que esos animales vivan muchos, muchos años. Dicho esto, ese que está en el suelo, y el que ha pasado al Museo de Zoología, y un tercero igualmente grande que tengo en casa, los cacé porque me lo pidieron gentes que se sentían amenazadas por ellos. No es fácil convivir con un gran cocodrilo cuando tienes que ir a lavar o a pescar al mismo río'. Asentí vivamente y musité en swahili: Sipendi mamba -no me gustan los cocodrilos-. 'En esas ocasiones, viajaba por la zona, de caza, y vinieron a buscarme de alguna aldea, siempre con historias de que el cocodrilo se había comido a un niño o a la abuela. Ya que estás, haces una buena obra'. Como resulta fácil imaginar, me ilustró, cazar a un cocodrilo de cinco metros es complicado. 'Tienen 50 años y están muy resabiados. Hay que cazarlos en tierra, con un gran cebo, búfalo o antílope, atado a un cable. Hay que tirarle un tiro muy bien puesto en el cerebro porque si no pega un gran salto y se vuelve al agua, y allí no te vas a meter para seguirlo'.

Pregunté a Basi por el agujero de bala del que ha donado al Museo de Zoología. 'A veces no se ve en la pieza disecada porque es muy pequeño; para el cocodrilo, hace falta buena puntería, no un gran calibre; contra lo que se piensa, la piel no es muy dura'. Nos agachamos sobre el cocodrilo del despacho y me mostró el lugar por el que debe meterse el disparo, en el cuello. Yo aproveché para ver si quedaban jirones de la abuela. Ni rastro. 'Les cuesta mucho morir, y siguen siendo muy peligrosos hasta el final. No hay que ponerle la mano encima hasta estar bien seguros de que está muerto'. Subrayé este punto en mi libreta.

Ya que estábamos, pregunté a Basi la razón de que el símbolo de Lacoste sea un cocodrilo. 'A René le pusieron el mote de el cocodrilo porque su tenis recordaba la forma de cazar del cocodrilo; parecen muy estáticos, y de repente atacan con una rapidez increíble. Al elegir un símbolo para su ropa deportiva, escogió, por eso, el cocodrilo'. Basi pareció ensimismarse en el recuerdo del viejo deportista. África, le animé. 'Ah, adoro África. ¿Sabes?, yo no soy en realidad un cazador, nunca he buscado el trofeo; cazar es la excusa para viajar, que es lo que realmente me encanta. Llevo 50 años viajando a África. Me gusta su olor a última hora del atardecer, ese olor que te impregna y te hace desear tanto volver... He visto cosas maravillosas en África, ya perdidas para siempre. He visto pasar mil elefantes durante toda una noche, en el Pongo River; he visto...'. Me arrellané en el sillón dispuesto a seguir escuchando toda la vida, y di gracias, de corazón, al cocodrilo que me había llevado hasta allí.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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