'La globalización la inventaron los gallegos'
Hay un montón de historias en los 25 relatos que Manuel Rivas (A Coruña, 1957) ha reunido en Las llamadas perdidas (Alfaguara). Siempre Galicia como telón de fondo, y luego la fragilidad de los hombres y las mujeres, el papel del azar en la vida, los viejos conflictos entre la ciudad y el campo, las cosas de los emigrantes. Hay de todo en el libro, sobre todo está la memoria que recoge lo que sucedió hace tiempo. 'No es una memoria que se regodea en el pasado', explica Rivas. 'Es, más bien, el presente el que vuelve atrás para que lo que sucedió vuelva a existir'. ¿Qué me quieres, amor?; El lápiz del carpintero; Ella, maldita alma, y La mano del emigrante son los últimos títulos que ha publicado Manuel Rivas, que presenta hoy a las ocho de la tarde su nuevo libro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
'Mi actividad periodística me ha vacunado contra la fatalidad del cinismo'
Pregunta. Dicen que su obra tiene mucho que ver con el realismo mágico, ¿es así?
Respuesta. En Galicia, lo normal es contar historias de difuntos que regresan, de parroquianos que pasan del lado de los vivos al lado de los muertos, y viceversa. Lo que de verdad es mágico es la primera bombilla que se instala en una aldea. Cuando una determinada literatura presenta alguna singularidad, o procede de la periferia, entonces se le pone la etiqueta de realismo mágico. Pero en Galicia, el verdadero espacio del realismo mágico han sido las maletas de los emigrantes. Como escritor, odio las clasificaciones. Lo que me importa es lo que pasa con la gente. Permanezco agazapado a la caza de historias, espiando desde los márgenes, atento a descubrir lo que la vida me depara.
P. ¿Cómo ve su trayectoria como escritor en este momento?
R. Hay demasiado yoísmo en el mundo de la literatura, como dice Ferlosio. Lo que a mí me interesa de la escritura es que te permite liberarte del pronombre personal y te hace vomitar el combate que se produce en tu ring interior, en tu propio campo de batalla.
P. Toda su obra está empapada de Galicia. ¿Cómo explica esa poderosa influencia?
R. Galicia tiene una enorme densidad de relatos que proceden de las más diversas partes y, en ese sentido, me gusta definirme como un escritor local. Como decía Lec, un polaco que escribió unos Pensamientos despeinados, soy local porque me interesa el planeta tierra. Lo que ocurre con Galicia es que no es una tierra remota, sino una especie de cosmópolis. Han sido los gallegos los que inventaron la globalización. No hablo de unos cuantos aventureros, hablo de un pueblo que lleva ya mucho tiempo en la diáspora. El caso es que los gallegos vuelven a casa y ahí, como si fuera una bola de cristal, uno puede ver toda la complejidad del mundo de forma condensada.
P. Por seguir con la radiografía, ¿qué peso tiene en su obra el periodismo?
R. Es la mejor escuela de aprendizaje, porque te enfrenta con la realidad y te exige ser preciso. Aunque resulte paradójico, lo que más le debo al periodismo es haberme vacunado contra el cinismo. No me ha ocurrido lo que se dice que ocurre, que la fatalidad del periodista es volverse cínico, aceptar que todo da igual. A mí, al obligarme a entrar en el pellejo de tanta gente, me ha permitido descubir la variedad de motivos que existen para luchar para que las cosas cambien.
P. Aunque no sea amigo de que lo vinculen a una generación, ¿qué me puede decir de la suya?
R. Fue Luis Pereiro, un poeta de mi generación que murió hace ya un tiempo, el que mejor definió una actitud que comparto. En un poema en el que se encaraba a la muerte ('¿dónde está tu victoria?'), escribió que la vida no tenía que sorprendernos jamás desprevenidos, callados o neutrales. Pues eso, que aunque haya razones para el desasosiego y la incertidumbre, mantenemos una suerte de optimismo inconsciente. Es el que tiene que ayudarnos a enfrentarnos a uno de los aspectos más abominables de la sociedad actual: la industria del miedo. Ese afán por generar desconfianza hacia los jóvenes, hacia los emigrantes, hacia todo.
Babelia
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